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COVID-19

España registra el pico de fallecidos de la tercera ola, la última que resultará tan mortal, según los expertos

Un equipo de UCI atendiendo a un enfermo en el Hospital de Valdecilla

Mónica Zas Marcos

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La tercera ola ha iniciado oficialmente su descenso tras alcanzar el pico de muertes por COVID-19 esta semana. Los fallecimientos, al igual que la ocupación hospitalaria y en UCI, se manifiestan siempre más tarde que la reducción de los contagios, poniendo un broche amargo a una buena noticia. El último azote de la enfermedad se ha llevado por delante la vida de casi 18.000 personas desde mediados de diciembre, 2.487 en la última semana, según los datos de Sanidad. Y, en total, 66.704 han muerto desde el comienzo de la pandemia.

Aunque España ha conseguido doblegar la curva de casos, los fallecimientos por el virus se siguen sucediendo cada día a niveles muy altos. Hace cinco meses que se registran más de un centenar de decesos al día, incluso en el punto más bajo de la segunda ola, en plenas navidades, cuando murieron 120 personas en una sola jornada. En estas últimas semanas, además, se han notificado hasta 488 fallecimientos de media, cifras sin parangón desde abril y que ponen de manifiesto la virulencia de la resaca navideña.

Esto ocurre también porque muchas comunidades autónomas que no fueron tan azotadas en la primera ola han superado todos sus récords al inicio de 2021. Andalucía, Comunitat Valenciana, Extremadura, Galicia y Murcia han sufrido más con esta tercera arremetida que en la suma de las dos anteriores.

La parte buena es que las muertes se han reducido un 27,2% en solo siete días y que este número va a seguir bajando. Por otro lado, la tercera ola también ha sido menos letal que la segunda a pesar de haber registrado números espeluznantes y nuevos récords de positivos desde abril. Esto quiere decir que la tasa de personas infectadas por coronavirus que mueren por la enfermedad baja porque hay muchos más contagios confirmados que muertes. En el caso de la segunda ola, la letalidad máxima fue del 1,5%. De los 20.000 casos positivos que se registraron en el pico, murieron 300 personas. Ahora, el número más alto de muertes diarias alcanzadas en un día es de 488, con lo que la letalidad sería del 1,3% al ponerla en relación con los 37.000 contagios máximos alcanzados la tercera semana de enero.


¿Cómo evoluciona la epidemia y cómo estamos respecto a la 3ª ola?

Evolución de los casos y las muertes notificadas, los hospitalizados y los ingresados en UCI cada día, la variación en los últimos 7 días y la comparación con el pico de la 3ª ola de la pandemia

Fuente: Ministerio de Sanidad


No solo cambia la letalidad. Los epidemiólogos y expertos en Salud Pública también creen que esta tercera será la última ola con tales niveles de mortalidad y en la que veremos una relación tan directa entre el aumento de contagios y el de muertes. “Si a día de hoy comenzara una cuarta ola, el impacto no sería el mismo gracias a la población que ya está vacunada, que es una parte pequeña pero muy estratégica”, explica Javier Padilla, médico y autor de los libros Epidemocracia y ¿A quién vamos a dejar morir?

Para ello, avisa de que es necesario descongestionar las UCI antes de aflojar las medidas, que ahora mismo siguen al 35,4% de ocupación de media nacional, pero al 49% en Madrid y al 45% en Castilla y León. “Si conseguimos bajar esa cifra, revertirá en que las personas que necesiten ingresar por COVID-19 reciban un tratamiento mejor, lo que puede mejorar el pronóstico de su enfermedad”, adelanta Padilla. De todas formas, el experto en Salud Pública cree que la relación entre la gente que ingresa en UCI y la que muere es diferente y no cambiará. “Al menos a corto plazo, puesto que las personas que ahora están inmunizadas muchas veces no eran candidatas de entrar en cuidados intensivos”, dice en referencia a los internos de las residencias y los ancianos.

Si a día de hoy comenzara una cuarta ola, el impacto no sería el mismo gracias a la población que ya está vacunada, que es una parte pequeña pero muy estratégica

Usama Bilal, investigador asturiano de la Drexel University (Philadelphia), enumera cinco factores principales que reducirán la mortalidad a partir de ahora: la progresiva inmunidad de grupo; el perfil del infectado; la mejora de los conocimientos y los tratamientos; la teoría del tamaño del inóculo; y la pérdida de la gravedad en la reinfección. “Teníamos claro que cada oleada iba a tener una intensidad menor por diferentes razones, como que cada vez haya menos infecciones, menos sobrecarga del sistema y menos muertes”, explica. María Urtasun, enfermera e investigadora en Salud Pública también incide en la vacunación: “Los resultados de los países donde el proceso está más avanzado, como Israel, arrojan mucha esperanza”, destaca ella. Aunque cree que seguiremos teniendo “el sustillo continuo” de las nuevas cepas, “si hubiera una cuarta ola no tendría que ser tan virulenta ni tan empinada”.

Bilal sostiene que además de las restricciones, influye también el comportamiento adquirido de la sociedad. “La diferencia es abismal entre entrar a un bar hace un año y entrar ahora, y a pesar de la barbaridad que es tener los interiores abiertos en esta situación, la gente respeta las distancias, lleva mascarilla y eso hace que el inóculo del virus sea más pequeño, tenga menor carga viral y la infección sea más leve”, explica, aunque reconoce que es una teoría que aún está en comprobación. En cualquier caso, un panorama más optimista “lo que nos dice no es que hay que levantar las medidas porque los efectos de la enfermedad son menos severos, sino que son menos severos en parte porque seguimos con las restricciones”, avisa.

De hecho, para Padilla ese va a ser el gran reto: “No sé si en términos sociales tenemos las herramientas suficientes para, después de un año, cambiar el marco, ver que los datos son menos alarmantes y mantener el mismo respeto por las normas sanitarias”, asume. Por eso, cree que a partir de ahora hay que hacer más pedagogía con los efectos secundarios y los nuevos escenarios que presenta una pandemia menos letal y mortal que la que conocíamos hasta ahora, pero igual de impredecible.

El reto de incentivar a cumplir las medidas

Aunque nunca ha sido el indicador clave para los políticos a la hora de decretar o relajar las medidas contra la COVID-19, la mortalidad es un argumento efectivo para empujar a cumplirlas. María Urtasun cree que “la muerte es el efecto más llamativo, lo que más asusta, pero sobrevivir a la enfermedad no sale gratis”, especifica. La sanitaria avisa de que el gran problema del coronavirus es que también genera “discapacidad o pérdida de calidad de vida”. Además, las muertes van a seguir ocurriendo y, en su opinión, la sociedad debe hacerse la pregunta incómoda de cuántas está dispuesta a tolerar: “Estamos asumiendo cifras muy altas y esto es un sumatorio, así que no podemos echar las campanas al vuelo”.

No sé si en términos sociales tenemos las herramientas suficientes para, después de un año, cambiar el marco, ver que los datos son menos alarmantes y mantener el mismo respeto por las normas sanitarias

Los efectos del long-covid o covid persistente son en lo que se debería incidir a partir de ahora, según Usama Bilal. “No hace falta llegar al catastrofismo ni meter demasiado miedo, pero es necesario explicar que si va a morir menos gente, también quedará más gente con secuelas precisamente porque no se han muerto”, llama a considerar el investigador de la Drexel. “Hay una parte de la vulnerabilidad que es una lotería”, recuerda el epidemiólogo Javier Padilla. Sin embargo, cree que los efectos positivos en esa parte de la población que no está catalogada como vulnerable, pero que se puede enfrentar a casos graves de coronavirus, se empezará a notar cuando se vacune la franja de edad de entre 55 y 69 años. 

En su caso, le preocupa también que exista un incremento relativo de los casos en niños y que no se deba a la existencia de una variable concreta. “La nueva foto serán personas muy jóvenes contagiadas, porque la foto de las personas mayores pasará con su turno en la vacunación. Hay que ver cómo gestionamos esto y en qué punto vamos a actuar”, se cuestiona. Por eso, cree que la mejor estrategia para continuar siendo cuidadosos es “enfatizar en las medidas estructurales y las prohibiciones”, y avanzar lo más rápido posible en la vacunación. “No creo que lleguemos al 70% de la inmunidad en verano, pero si estamos un par de meses más tranquilos, veo muy probable alcanzar el 50%”, vaticina. Pero siempre teniendo en cuenta que “si la recomendación siempre ha estado en tela de juicio” es muy probable que, ante un panorama menos mortal, letal o severo, “la recomendación no sirva para nada”.

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