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De la clandestinidad a la cabecera del Orgullo: las históricas que abrieron las puertas del armario

Boti G. Rodrigo.

Marta Borraz

Cuando Armand de Fluvià fundó el primer colectivo gay de España lo tuvo que hacer en la clandestinidad y bajo pseudónimo. Unos años después, Carla Antonelli huía del pueblo que la vio nacer para poder ser quien era y Boti García Rodrigo vivía con el anhelo del activismo en el que más tarde despuntaría. Armand, Carla y Boti son tres de las activistas históricas que este sábado ocuparán la cabecera de la manifestación del Orgullo LGTBI. Los tres sujetarán la pancarta que pretende homenajear a los mayores y recordar la represión que sufrieron por sentir y ser diferentes a lo que la férrea norma marcaba. 

Junto a ellas tres, dos decenas de activistas más relegarán a los partidos políticos, que tradicionalmente han ocupado ese lugar, a la cola de la marcha. El objetivo es recuperar el espíritu reivindicativo de Stonewall, la revuelta neoyorkina que en 1969 inició el Orgullo tal y como lo conocemos. Por aquel entonces, Armand de Fluvià (Barcelona, 1931) miraba con inquietud lo que estaba ocurriendo en Nueva York, donde “había un ambiente diferente” al de la oscura y represiva España franquista. Y un año después, a sus 39, fundó el Movimiento Español de Liberación Homosexual (MELH).

“Nos reuníamos a escondidas en pisos, de los que salíamos de uno en uno para no llamar la atención. Era una época en la que vivíamos una doble vida y siempre con miedo a que nos detuviera la Policía”, cuenta mientras recuerda las peripecias que pasaba el grupo para imprimir la revista homosexual Aghois y sortear la censura franquista. De mes en mes, cruzaban la frontera para llegar a la región francesa de Perpiñán, desde donde la enviaban a París para su posterior distribución en España. Entonces, el principal objetivo del MELH era la derogación de la Ley de Peligrosidad Social, usada de forma sistemática para perseguir a los LGTBI.

Carla Antonelli (Guímar, 1959), mujer trans y actual diputada del PSOE en la Asamblea de Madrid, fue víctima de esa represión legal de forma cotidiana. Con 17 años, huyó de su casa natal “porque allí era imposible desarrollarme como lo que era” y se fue a vivir a las Palmas de Gran Canaria “con 300 pesetas en el bolsillo”. “Allí me di de bruces con la sociedad del momento, con las leyes que nos perseguían. Recuerdo mucho la noche de San Juan de 1977, cuando la Policía me detuvo y me dio una paliza en comisaría. Acabé en un charco de mi propia sangre y le cogí un miedo atroz a la calle. Aquello era durísimo”, relata.

Mientras tanto, Fluvià seguía en la militancia activa por la liberación sexual y había impulsado, tras el MELH, la creación de varios de los llamados Frentes de Liberación Homosexual (FAC) en algunas comunidades autónomas. El de Catalunya, aún ilegal, convocó la primera manifestación por los derechos LGTBI de España, que recorrió Las Ramblas de Barcelona en 1977 para pedir la derogación de la leyes franquistas contra la homosexualidad. La marcha acabó con la represión de la Policía, que dispersó a los manifestantes con golpes y balas de goma.

Siempre dice que llegó tarde a todo –“al activismo, a la conciencia política, al feminismo”–, pero Boti G. Rodrigo (Madrid, 1945) lo hizo pisando fuerte. “Yo sufrí las normas del nacionalcatolicismo, pero era una niña tranquila y solitaria que iba a mi bola. ¿Yo me daba cuenta de que era lesbiana? No. De lo que me daba cuenta es de que era rara, y eso me decían mis mayores...”, recuerda sobre su infancia. El ambiente universitario sembró en ella una semilla que ya no se fue nunca: la del activismo. “Nunca estuve dentro del armario, pero sí llegó un momento en el que notaba que necesitaba ser activa en mostrar cómo yo era. Veía el Orgullo por televisión y sentía que quería estar allí”. Era el principio de los años 90.

La vida activista

En aquellos años, Carla ya llevaba un tiempo viviendo en Madrid, donde había salido en varios reportajes periodísticos en defensa de los derechos de las personas trans, y militaba en el PSOE. “Nos trataban de enfermos, imagínate... .pero yo aprovechaba para visibilizar. En aquella época no había referentes”, explica. En 1997 empezó a coordinar el Área Transexual del Grupo Federal GLTB del partido. Empezaba a despuntar políticamente, pero había pagado un precio por ser quien es. “Salí de mi casa y no pude regresar. Tu familia no te entiende, oyes barbaridades e incluso hermanos que te dejan de hablar hasta el día de hoy”.

La mítica libreria Berkana, regentada aún a día de hoy por Mili Hernández en el corazón de Chueca (Madrid), fue el destino al que llegó Boti en busca de aire de libertad “y de otra gente que fuera como yo”. “No entré directamente. Pasé varias veces por delante de la puerta hasta que me decidí. Allí estaba Mili, todavía lo recordamos y nos reímos, a la que le dije que creía que era lesbiana. Tú donde tienes que ir, me dijo, es a COGAM”. Y allí se plantó. En 1995 se unió al colectivo, fundado en 1985 tras una reunión de la Coordinadora de Frentes de Liberación Homosexual del Estado Español en Madrid.

Boti se curtió en COGAM, llegó a ser su presidenta –cargo que repetiría luego en la posterior Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB)– y aprendió “muchas cosas”, entre ellas, “que había muchos gays y muy pocas lesbianas”. “Había una misoginia bestial. Recuerdo que nosotras teníamos un grupo que nos reuníamos creo que los viernes. Bueno pues uno de estos días llegamos a la sede y nos encontramos con pintadas enormes en el pasillo que rezaban 'fuera lesbianas'. Eran mensajes claramente lesbófobos por parte de miembros del colectivo”, rememora. 

Lo que está por venir

Carla también relata la exclusión de las personas trans del movimiento LGTBI, que siempre ha tenido una deuda pendiente con ellas. “Eramos ninguneadas y detestadas, e incluso se opinaba que dábamos una mala imagen al colectivo. Esto viene desde Nueva York, donde el Power Gay absorbió incluso a las lesbianas”. 

Son muchos los hitos personales y políticos que Armand, Carla y Boti han retenido en la mente. La derogación de la Ley de Peligrosidad Social, la legalización de los colectivos a principios de los 80, la aprobación del matrimonio igualitario en 2005 o la puesta en marcha de la ley de identidad de género dos años más tarde, citan. “Pasamos de la nacional católica España a ser un referente”, resume Armand.

Boti nombra además su propia boda, “una mezcla perfecta de la teoría y la práctica, entre el amor y el activismo”. “Entonces había muy pocas bodas de mujeres, así que Pedro Zerolo nos dijo: tenéis que casaros. Y eso hicimos”. Entonces, el PP había presentado el recurso ante el Tribunal Constitucional contra las bodas entre las parejas del mismo sexo, que en 2012 fueron declaradas constitucionales. “Fue una alegría enorme... Recuerdo celebrándolo en la Puerta del Sol con muchísima emoción”, dice Boti. Tres años antes, Carla volvía a pasear por las calles de su pueblo 33 años después para recibir un premio. 

Los tres activistas históricos a los que este sábado rendirá homenaje el Orgullo LGTBI saben mucho del pasado, pero no pierden de vista lo que está por venir. “Tenemos que estar ojo avizor y muy atentos ante el auge de la extrema derecha”, dice Armand a sus 87 años. “Están trabajando para hacer de este país otra vez el país en blanco y negro del que salimos... Y no lo vamos a permitir”, concluye Boti.

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