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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

De cómo una pequeña hormiga invasora cambió el paisaje y la dieta de los leones en una reserva de Kenia

Dos leonas cazan en una zona de la sabana no invadida por las 'hormigas cabezonas'

Antonio Martínez Ron

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Imagine que es usted un búfalo y vive su vida tranquila en una reserva de Kenia, donde los leones le dejan en paz porque están demasiado ocupados cazando cebras. Pero un día las cosas cambian y los depredadores empiezan a atacar a su grupo en los espacios abiertos que han dejado los elefantes a su paso: de pronto son las cebras las que viven felices y los búfalos los que corren y caen abatidos por los felinos. Y ahora imagine que la culpa de este radical giro en su vida de herbívoro gigante es de una insignificante hormiga. 

Este pequeño drama no es el guion de una secuela de “El rey león”, sino el curioso proceso que ha documentado un equipo de investigadores encabezados por Douglas Kamaru, de la Universidad de Wyoming, cuyo trabajo se publica este jueves en la revista Science. Los autores han hecho un seguimiento meticuloso del comportamiento y los vínculos entre los distintos animales y plantas que habitan en la reserva de Ol Pejeta, en Kenia, y han demostrado que la irrupción de una pequeña invasora, la conocida como “hormiga cabezona africana” (Pheidole megacephala), ha transformado el paisaje y ha modificado la relación entre los leones y sus presas. 

Una cadena de cambios

¿Cómo lo ha hecho? Los científicos creen que todo empezó en torno al año 2000 con la llegada, gracias a los humanos, de esta hormiga que vive en otros lugares de África pero no es endémica de Laikipia, la región en que se encuentra la reserva. En este lugar, otra especie de hormiga más grande, del género Crematogaster, vive en una relación de mutualismo con las acacias espinosas de la sabana. Una cooperación que es muy conveniente para ambas especies: las acacias ofrecen néctar a las hormigas y estas, con las dolorosas picaduras de sus aguijones, protegen a los árboles de los elefantes. Pero cuando las “hormigas cabezonas” entran y acaban con las colonias de Crematogaster, los árboles quedan desprotegidos y los paquidermos los arrasan hasta dejar el terreno despejado.

En este nuevo paisaje, mucho más abierto, los leones ya no pueden agazaparse entre las acacias para cazar a las cebras, como habían hecho siempre, y se ven forzados a buscar alternativas en su dieta diaria. Es aquí donde la familia de búfalos que vivía tranquila es víctima de un inesperado giro de los acontecimientos. Según los datos recopilados por Kamaru y su equipo, de 2003 a 2020, la proporción de cebras capturadas por leones en las zonas invadidas por las hormigas cayó del 67% al 42%, mientras que la proporción de muertes de búfalos aumentó del 0% al 42%. El final de una larga cadena de causas y efectos que ha transformado el ecosistema.

Cuando empezamos el estudio predijimos que, al haber menos cebras, la población de leones se iba a reducir. El resultado fue una sorpresa

Douglas Kamaru Investigador de la Universidad de Wyoming y primer autor del estudio

“Este desenlace es impresionante y fue muy sorprendente para mí —explica Kamaru a elDiario.es—, porque cuando pensamos en hacer el estudio predijimos que, al haber menos cebras, la población de leones se iba a reducir”. Sin embargo, sucedió algo que no esperaban, y es que se mantenía estable. “Eso disparó la segunda cuestión, y ahí fue cuando empezamos a mirar qué otras cosas estaban comiendo”, relata. “Y vimos, con sorpresa, que estaban empezando a cazar búfalos”. En mediciones posteriores también comprobaron que en las zonas donde estaban las hormigas los seis grupos de 66 leones adultos que estaban siguiendo mediante GPS mataban casi tres veces menos cebras que en la zona que aún no habían invadido. 

Uniendo la línea de puntos

La idea para investigar estas conexiones se le ocurrió al propio Kumaru cuando, estudiando la evolución de la población de leones en Kenia, se cruzó con otro estudio en el que se describía del efecto de la invasión de las hormigas en las acacias. Fue entonces cuando conectó la línea de puntos y empezó a hacerse algunas preguntas. Para responderlas de manera rigurosa, él y su equipo tuvieron que aguzar el ingenio y diseñar una serie de experimentos que, en una primera fase, consistieron en dividir el terreno en varias parcelas de 2.500 metros cuadrados acotadas para impedir el acceso de los herbívoros y situadas a ambos lados del ‘frente de invasión’. 

Al comparar lo que sucedía en las parcelas que habían sido invadidas por “hormigas cabezonas” con aquellas que no, los científicos comprobaron que la invasión hacía que los árboles fueran más vulnerables al daño de los elefantes. “Lo que me sorprendió en ese paisaje fue el nivel de daños que causan estos animales”, recuerda Kamaru. “Una zona que antes estaba llena de acacias, de pronto estaba devastada y desaparecían entre el 70 y el 80% de los árboles”. A Alejandro Pietrek, investigador de CONICET que preparó algunos de los experimentos en las parcelas, lo que más le impresionó fueron los cadáveres de las colonias de hormigas nativas que se amontonaban bajo cada acacia después de la invasión. “Las nativas son mucho más grandes y fuertes, pero las cabezonas actúan en grupos como una supercolonia; es muy impresionante ver cómo no dejan ninguna otra hormiga a su paso”, explica. 

Para Kamaru, este resultado deja como lección la importancia de estudiar las interacciones que pasan desapercibidas en los ecosistemas. “Algo tan aparentemente irrelevante como las hormigas puede influir en toda la cadena”, asegura. “Hay que estudiarlas más y la cuestión ahora es explorar qué posibles vías hay para erradicarlas, porque se están expandiendo y están afectando a otros sistemas”. “Nuestro estudio muestra cómo una especie invasora pequeña, como esta hormiga, puede tener un impacto a gran escala en la sabana e influir en la forma de cazar de los leones”, añade Pietrek. “Y que la cascada de efectos de un invasor minúsculo puede ser enorme”. O, como dice Todd Palmer, ecólogo de la Universidad de Florida y coautor del artículo, una muestra de cómo “estos pequeños invasores están manejando los hilos que unen un ecosistema africano y determinando, sin que nadie los vea, quién es devorado y dónde”.

Nuestro estudio muestra cómo una especie invasora pequeña, como esta hormiga, puede tener un impacto a gran escala e influir en la forma de cazar de los leones

Alejandro Pietrek Investigador de CONICET y coautor del estudio

El siguiente paso es tratar de entender qué otros efectos están produciendo estas hormigas en el entorno y en otras zonas de esta región que aún no han examinado. “Estas hormigas están en muchos continentes, y eso significa que posiblemente estén causando más daños que no conocemos; eso son cuestiones que queremos responder”, indica Kamaru. Respecto a la posibilidad de erradicarlas, estudian qué tipo de pesticidas o agentes biológicos podrían detenerlas, pero hay que extremar la cautela y tener en cuenta que cualquier pequeña modificación en el entorno puede desatar una serie de consecuencias inesperadas, como demuestra su estudio. Por otro lado, apunta Pietrek, es muy difícil detener el avance de una especie invasora que se trasladada con los hombres. “Estamos en todas partes y, aunque erradicáramos algún foco, en un área donde va el turismo está claro que la hormiga va a llegar en cualquier otro momento”.

El caso de las “hormigas locas”

Elena Angulo, investigadora de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) especialista en hormigas invasoras, cree que se trata de un estudio relevante que va un poco más allá de lo que se conocía hasta ahora sobre la importancia de las hormigas en la conservación de los árboles de la sabana africana. “Y nos enseña que los impactos de las especies invasoras pueden no ser tan obvios como parecen o estar enmascarados, y por eso hay que estudiarlos”, señala. 

En la isla de Navidad, la hormiga loca atacó y diezmó las poblaciones de cangrejos autóctonos, alterando el suelo y finalmente la estructura del bosque tropical

Elena Angulo Especialista en hormigas invasoras de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC)

La investigadora recuerda otros ejemplos en los que las hormigas invasoras han desencadenado grandes cambios en los ecosistemas, sobre todo en islas. “Un caso muy visual es el de la isla de Navidad (Christmas Island), una isla remota en el océano Índico con una fauna y flora que no ha sido perturbada durante millones de años”, detalla. “Tras el asentamiento humano se introdujo accidentalmente la 'hormiga loca' (Anoplolepis gracilipes), una invasora muy agresiva que atacó y diezmó las poblaciones de cangrejos autóctonos, alterando el suelo y finalmente la estructura del bosque tropical”.

José Manuel Vidal-Cordero, entomólogo especializado en hormigas de la EBD-CSIC, cree que el artículo es “un ejemplo formidable” para ilustrar una vez más cómo estos insectos “moldean los ecosistemas y dirigen la evolución de numerosos organismos con los que comparten el hábitat”. Y recuerda que la hormiga cabezona africana es considerada una de las 100 peores especies invasoras que causan problemas devastadores en todo el mundo. Por su parte, Miguel Clavero, especialista en invasiones biológicas y compañero de la EBD-CSIC, opina que este trabajo resalta la importancia de los insectos en los ecosistemas, y que la vida pequeña, incluida la microbiana, es la base de todo lo demás. “Y que cambios pequeños tienen estas repercusiones gigantescas, que si están bien descritas, como es el caso, nos abren los ojos”, subraya. 

El del cangrejo rojo en las marismas del Guadalquivir en Doñana es un caso parecido, donde una especie se introduce y lo cambia todo

Miguel Clavero Especialista en invasiones biológicas de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC)

A Clavero este caso le recuerda la cascada de efectos producida en la costa oeste de Norteamérica a partir de 1970 al reintroducir las nutrias del Pacífico, que redujeron la población de erizos de mar y como consecuencia (en este caso positiva) proliferaron los bosques de algas. O el famoso caso de los lobos de Yellowstone, que al regresar a su hábitat introdujeron grandes transformaciones en el comportamiento de los herbívoros, la vegetación y hasta el curso de los ríos, aunque en este caso desde la parte de la cadena trófica hacia abajo.

“Nosotros estudiamos el caso del cangrejo rojo en las marismas del Guadalquivir en Doñana, que es un caso parecido de una especie que se introduce y lo cambia todo”, informa Clavero. Este pequeño crustáceo ha cambiado la cadena trófica por completo, y “un sitio de aguas claras que estaba dominado por aves buceadoras que se alimentaban de vegetación y anfibios, ha pasado a ser lugar de aguas turbias, lleno de garzas”, señala. Un cambio espectacular que tenemos mucho más cerca y que, en opinión del científico, nos recuerda que tenemos que ser prudentes, por la cantidad de cambios que una sola especie introducida por nosotros puede generar en los ecosistemas.

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