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“El miedo es algo que se siente o no, lo importante es gestionarlo bien”

Javier Barbero, psicólogo en el Hospital de La Paz.

Eugenio Blanco

En el tumulto informativo y emocional que ha supuesto la crisis del ébola en España se podría decir que la voz de Javier Barbero, psicólogo clínico del Hospital de la Paz y experto en bioética y cuidados paliativos, es lo más parecido a la voz de la sensatez. El doctor Barbero ha participado activamente en el operativo psicológico que se configuró en el Hospital Carlos III para atender a pacientes, contactos y personal sanitario mientras se combatía el virus del ébola en Madrid.

El propio equipo psicológico del hospital, a iniciativa de las doctoras, María Fe Bravo y Beatriz Rodríguez, en contacto con la dirección del centro, acordó su intervención, observando la enorme relevancia del caso y el alto nivel de estrés que estaba causando a muchos de los profesionales de la salud. Igualmente, el propio personal sanitario solicitó la ayuda de los profesionales de la Unidad de Salud Mental del Hospital para minimizar errores y soportar mejor la presión derivada de su delicada actividad, que, además, estaba centrando gran parte de la atención mediática.

En total ha sido “un equipo de 11 de profesionales” el que se ha encargado de gestionar este operativo psicológico que no ha sido ajeno a la realidad sorpresiva y cambiante de la crisis: “A medida que hemos ido interviniendo, se ha ido generando una manera de hacer las cosas dependiendo de las necesidades”. Esta afirmación del doctor Barbero manifiesta el reto mayúsculo al que todos los profesionales de la sanidad se han tenido que enfrentar, ya que la información previa sobre el ébola y sobre cómo proceder era tan escasa que los procedimientos se tenían que ir generando según la propia naturaleza de la crisis demandaba respuestas.

Ha habido dos líneas de gestión psicológica de la crisis del ébola: una con pacientes y contactos y otra con personal sanitario. Imagino que esta circunstancia habrá tenido su complejidad particular.

Claro. Eran dos realidades diferentes que convivían con un alto nivel de estrés dentro de un entorno amenazante.

¿Cuál ha sido el perfil más complicado de tratar: los contactos, que estaban aislados; o el personal sanitario, que estaba expuesto a una gran presión?

Toda la gestión ha sido un proceso largo donde nuestro nivel de actuación también variaba. No siempre podíamos hacerlo por medidas de seguridad o por el deterioro de algunos de los pacientes. Uno de los rasgos más complejos era intervenir en un entorno cambiante, porque las situaciones mudaban con rapidez. Después, claro, las evoluciones y las situaciones eran muy diferentes. Pongo por ejemplo a los contactos, ya que ellos vivieron una primera fase muy complicada. Hay que entender que tuvieron que ingresar sin tener la sensación de enfermedad, con el añadido de tener que someterse a las medidas de aislamiento, lo que supone una alta carga de extrañeza. Además surge la ansiedad de saber si hay contagio o no.

¿Y el trabajo con el equipo sanitario?

Hay que decir que el trabajo que ha hecho todo el equipo del Carlos III es sencillamente para quitarse el sombrero. En este sentido, gran parte de nuestra tarea era acompañar al resto del equipo asistencial, ayudando a sostenerse, a gestionar los miedos, a poner palabras a las inquietudes, a prevenir conflictos... Ciertamente, podemos decir que el equipo asistencial era de una enorme calidad humana y profesional.

¿Cómo se llevaba a cabo su intervención?

La presencia era de mañana y tarde, en un equipo de dos personas. Entrábamos en las habitaciones de los contactos. El traje era de protección, pero con un nivel inferior al que se utilizaba para entrar en la habitación de Teresa. Siempre antes de entrar llamábamos por teléfono y la persona ingresada decidía si admitía o no la visita. La mayor parte de ellos la admitían sin problema. En ocasiones el seguimiento también era telefónico.

¿Qué particularidades tenía la intervención de Teresa?

Las medidas de aislamiento eran extremas y solo entraban médicos, enfermeros y auxiliares para cuestiones de atención sanitaria absolutamente imprescindibles. Se minimizaba el número de entradas, en lo posible, también para disminuir riesgos. Nuestro trabajo con Teresa ha sido sobre todo telefónico, aunque muy presente. Y fundamentalmente lo realizaba la misma persona del equipo.

¿Cómo fue el inicio del aislamiento?

Lo primero que predominó en el proceso fue el factor sorpresa y el temor a ser contagiado. Además, hay una inevitable ruptura con todas las rutinas. Fue una fase muy emocional donde las propias emociones también se nutrían del exterior, de los propios estímulos de la gente de fuera. Todo estaba más a flor de piel.

¿Y cómo van evolucionando los diferentes pacientes que tienen que estar en régimen de aislamiento?

Hay una segunda etapa, digamos, de más tranquilidad. Se fueron relajando los temores al contagio, porque poco a poco los contactos no presentaban ningún tipo de síntoma. En esta etapa tuvimos que pensar en cómo articular la vida cotidiana entre cuatro paredes y, sobre todo, cómo combatir con la cascada de noticias del ébola para que no estén siempre planeando por tu cabeza. Ahí ayudamos a programar el tiempo, recomendamos ejercicio y rutinas donde se vayan adentrando la posibilidad de escribir, de hacer algunos juegos, de exponerse a la televisión o leer. Nuestro trabajo era el de acompañar todo ese proceso que tenía que construir la persona aislada.

¿Cómo fue la preparación a la salida?

Digamos que fue la última parte de nuestra intervención. Dimos técnicas para que los pacientes dieran explicaciones a quien ellos quisieran y cómo no darlas de manera educada a quienes no. Era importante preparar a las personas aisladas en la recuperación de su privacidad, en la programación de la vuelta al trabajo.

¿Y cómo se lucha contra el estigma? El sindicato de enfermeros y algunos contactos han denunciado que están siendo “repudiados” en sus salida.

Lo importante es gestionar bien las emociones y, en este caso, gestionar bien el miedo. El miedo es algo que se siente o no se siente, no algo que podemos decidir si sentir o no. Lo importante es qué hacer con ello. Ante una situación amenazante surge el instinto de huida. Lo más importante es exponerse a la información idónea y que entre en juego el sentido común y la serenidad, herramientas que van a permitir entender la realidad en toda su complejidad. Lo más importante es exponerse a buenas fuentes de información y poder generar así respuestas más razonables.

¿Cuánto tiempo más cree usted que necesitan las personas que han estado aisladas para recuperar su normalidad y que la crisis del ébola no sea el centro de sus vidas?

Aquí también depende cómo reaccionen los diferentes tipos de personalidad. Y también el entorno afectivo y social donde se mueven. Es importante que recuperen gradualmente, pero con celeridad, sus rutinas y que tengan, de nuevo, una exposición razonable a las noticias que surgen sobre la crisis. Pero, vamos, no tendría que ser un proceso que dure más de dos meses, si todo va con normalidad.

¿Y en el caso de Teresa?

Evidentemente es un caso con particularidades. El proceso es similar, pero aquí la calma de la sociedad y el respeto a su privacidad son mucho más necesarios.

Ahora que la crisis parece superada, ¿cómo cree que ha sido la reacción general de la sociedad y la efectividad de las decisiones tomadas?

Lo más importante es que la sociedad en su conjunto sepa basar en valores este tipo de crisis. Tenemos que reflexionar sobre cómo determinadas instituciones improvisan determinados medios cuando se sabía que esto podía venir. Ha habido decisiones institucionales muy discutibles. Una de las grandes lecciones que nos deja la crisis del ébola es que en este tipo de protocolos las decisiones tienen que ser fundamentalmente técnicas y no políticas.

¿Qué lecciones se pueden extraer de la crisis del ébola?

Los que toman las decisiones tienen que procurar estar muy bien asesorados desde el principio y evidentemente cuidar todo tipo de declaraciones, porque, claro está, las consecuencias para la parte más vulnerable son enormes. También hemos aprendido que en este tipo de crisis tenemos que tener bien claras las prioridades. La primera prioridad son los enfermos y no el juicio moral sobre los enfermos. Y la segunda prioridad es generar un alto nivel de seguridad en el entorno de riesgo para que no haya más infectados. Y, después, hacer compatible ambas cuestiones. Sin populismo ni mediocridades ni intereses políticos.

Igualmente, llama la atención la potencia mediática de este caso cuando llega a Europa y EEUU de una manera atenuada, cuando África lleva meses en situación de emergencia.

Esto, claro está, representa nuestra enorme hipocresía social. Pero ya pasó igual con el sida, hasta que se produjeron tres casos en EEUU no se empezó a investigar, por mucho que la epidemia ya llevaba tiempo cebándose con África. El caso de la hermana Paciencia es paradigmático: se le le deniega la posibilidad de ser tratada en España y después, una vez curada milagrosamente, su plasma podría haber servido para curar a Teresa.

¿Qué características de nuestra sociedad ha sacado a la luz la crisis del ébola?

Pues me viene a la cabeza el caso cubano. Con una gran precariedad de medios han mandado un mayor contingente médico. En nuestro caso hay más de precariedad moral, que precariedad de medios. Sería bueno reflexionar también cómo en este mundo todas las decisiones locales al final acaban teniendo repercusión global. Por lo cual el principio de corresponsabilidad debería también regir qué tipo de medidas tomamos en estas situaciones de emergencia humanitaria.

La semana pasada salió finalmente Teresa Romero, ¿con qué fortaleza psicológica lo ha hecho?

Bien, en general. Lo que esperamos, en este caso, es que el ejercicio de la libertad pueda ayudar a serenar todo el ruido creado a su alrededor. Y que vaya adaptándose poco a poco a sus rutinas para no generar así respuestas demasiado reactivas.

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