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A martillazos contra el teletrabajo: las pequeñas y ruidosas reformas prenden la chispa entre los vecinos

Casa de Francisco en plenas obras/ F.R

Mónica Zas Marcos

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Hace 15 días el Gobierno dio luz verde a las obras de menos urgencia en locales y viviendas privadas, hasta entonces paralizadas por el estado de alarma. La orden ministerial obligaba a limitar el contacto de los vecinos con los trabajadores de la construcción y a extremar las medidas de higiene, pero no decía nada sobre el ruido. Mientras que buena parte de los españoles siguen confinados, un bufé libre de martillazos y taladradoras ha irrumpido en los hogares alterando los ánimos y alimentando un nuevo conflicto vecinal.

Del otro lado, propietarios y obreros afirman que no podían alargar más una espera de casi dos meses. Ese es el caso de Francisco, a quien las obras de su nueva casa en Chamberí le pillaron con el estado de alarma recién instaurado. “Cogimos las llaves el 10 de marzo y pudimos haber empezado en la primera fase porque aún dejaban, pero nos pareció un despropósito hacia los vecinos y hacia los obreros”, cuenta. “He estado pagando a la vez el alquiler de mi anterior piso y la hipoteca de este, pero el bolsillo no aguantaba más”.

La suya es una reforma integral de reacondicionamiento que consiste en sustituir suelos, sanitarios, azulejos y luces. Es decir, una obra ruidosa. Por eso, decidieron adelantarse y avisar a los vecinos hace dos semanas de lo que estaban a punto de acometer en el edificio. “Les pedimos disculpas de antemano por el ruido de los 10 primeros días y porque había que tirar algunas paredes”, explica Francisco, quien llamó al timbre de uno en uno de todos los residentes afectados.

También avisaron a la administradora de la finca y al presidente de la comunidad, con quienes acordaron los horarios de trabajo, de la entrada y salida de los obreros, de la recogida de escombros y de la desinfección del portal y el ascensor. “No hemos tenido ningún problema porque han sido respetuosos con su jornada de 9 a 6 y han intentado no coincidir con el paseo de los ancianos. La comunicación y la pulcritud han sido las claves”, desvela este emprendedor. Pero no todos son tan considerados.

Desde el área de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid no han detectado un incremento de solicitudes de licencias de obra, “pero las reformas interiores no la requieren”, advierten. Sin embargo, a las líneas de atención a la ciudadanía sí que han llegado quejas de vecinos que consideran incompatible la vida en confinamiento con los trabajos de reparación en las viviendas.

Ese es el caso de Noelia, que vive en el barrio de Argüelles de Madrid y a quien se le han juntado tres situaciones distintas: una obra en el piso de abajo, otra más grande a las afueras del edificio y la suya propia, que ha decidido posponer hasta 2021. “Sé que esto no es un quid pro quo, pero decidí no hacerlo en parte por incertidumbre y en otra por responsabilidad. Pensé que en una situación de confinamiento, someter a mis vecinos a esto era una pesadilla”, dice mientras se oye un incesante martilleo de fondo.

Esta doctora en ciencias políticas y socióloga exime a los propietarios y al sector de la construcción de responsabilidades, porque entiende “su necesidad”, pero en cambio aboga por más control desde las instituciones. “Ha de haber restricciones, algunas de naturaleza técnica sobre las obras que se pueden hacer y las que no mientras existan limitaciones de movimiento. Y, por supuesto, regularía los horarios”, dice quien sufre una media de seis horas de ruidos provocados por trituradoras, palas y grúas.

Por otra parte, como Francisco, apela a la comunicación entre vecinos en la medida de lo posible. “Yo entro por la radio varias veces por semana y he bajado a pedir a la cuadrilla que cesaran los ruidos durante esa hora”, dice. En su caso, la respuesta ha sido siempre buena, porque confía en que “hablando se entiende la gente incluso en medio de esta crispación”, pero también lo considera un mero parche a corto plazo.

“Teletrabajar así es imposible, es sumirnos a unos niveles de estrés ingestionables más allá de la pandemia y de la incertidumbre política”, se lamenta. De hecho, Laura, vecina de Canal, se ha dado por vencida. “Hace una semana me mudé a la casa de mi novio porque el ruido era insoportable”, narra la joven periodista.

“Las obras empezaron en Navidad y pertenecen a tres apartamentos del tercer piso. Yo vivo en el cuarto”, comenta. “Los martillazos y los golpes duraban desde las 8 de la mañana hasta las 7 de la tarde, después pararon en arbil y volvieron hasta hace dos semanas”, describe. “Anímicamente desgasta mucho porque tengo que cumplir con plazos de entrega y es muy molesto”, afirma Laura. En su caso, el elemento clave para tomar la decisión fue el calor, ya que al abrir las ventanas el ruido y los gritos de los trabajadores se hacían aún más intensos.

"Ha de haber restricciones, algunas de naturaleza técnica sobre las obras que se pueden hacer y las que no mientras existan limitaciones de movimiento. Y, por supuesto, regularía los horarios"

Tanto Laura como Noelia asumen que lo peor está por venir de cara al verano, algo de lo que también alertan los Administradores de Fincas de Madrid, a quienes están reportando más quejas desde que las altas temperaturas acucian. “El periodo estival ha sido siempre el elegido para iniciar las reformas, pero parece haberse adelantado dadas las circunstancias”, comentan.

Desde el Colegio de Administradores llaman a la paciencia de los inquilinos y a la comprensión de los propietarios pero, sobre todo, piden respetar las normas que dicta la orden ministerial, como la que asegura “la higiene en el trabajo” y la de “ evitar contacto fortuitos entre los residentes del inmueble y los operarios de las obras”. Esta última es la que ha obligado a Rubén a realizar él mismo, martillo en mano, trabajos en su casa durante los fines de semana.

Rubén y su pareja, de 26 y 25 años respectivamente, compraron su piso en la zona de Cuatro Caminos justo antes de que se decretase el estado de alarma. Ahora, con un colchón en el suelo y la televisión sobre una pila de cajas de cartón, se han decidido a adelantar con sus propias manos algunos arreglos que aún no pueden ser realizados por un profesional. “El otro día quitamos todo el gotelé y empezamos a pintar alguna pared”, cuenta.

Con la ropa esparcida por montones en lo que previsiblemente será un estudio, este consultor desvela que ni siquiera les dio tiempo a que les pusieran gas natural. “Solo tenemos radiadores eléctricos y un termo”, cuenta. “Al estar viviendo aquí, la única obra que pudieron hacernos fue la de la verja de la ventana porque estaba forzada y se considera una reforma de primera necesidad”, señala el joven.

Confía en poder pasar pronto a una nueva fase para iniciar este proyecto ilusionante que ahora está en ruinas. Sabe que hay fines de semana que hace ruido, pero “no me queda otra si no me quiero volver a casa de mis padres, en Ciudad Real”. Dice no haber recibido quejas directas de ningún vecino, pero un par de pisos más arriba, Aleix, cocinero de 40 años e inmerso en un ERTE, sí que ha notado los martillazos.

“Me molesta que sea los fines de semana porque es el único momento en el que no hay ruido en la calle”, dice señalando por la ventana las obras de un edificio a medio construir. “Como ves, vivo en una casa de solo dos estancias, de menos de cincuenta metros. Este traqueteo, unido a la incertidumbre y al confinamiento, hacen que la situación sea muy difícil”, reconoce.

Aunque Aleix se muestra al principio apaciguador con su vecino del bajo, enseguida recula: “Los comprensivos deberían ser ellos y aguantar las obras no esenciales hasta que acabe el estado de alarma. Luego, al menos, podremos salir a dar un paseo para despejar la cabeza y esquivar los golpes”.

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