Un cierre perimetral sin multas ni demasiados controles en la última normalidad de Madrid
En el intercambiador de autobuses de la Avenida de América, uno de los grandes nodos del transporte madrileño, un agente de Policía intenta no perder la paciencia con un hombre que quiere volver a Zaragoza alegando que “la pura realidad” es que es de allí. “La pura realidad no es causa de fuerza mayor”, acaba zanjando el funcionario, y el hombre se da por vencido: “Yo vengo por hacer las cosas bien. Siento molestarlos”.
El viajero frustrado es José Aladrén, de 54 años, residente de hecho en Zaragoza, pero no en el padrón, donde sigue figurando como madrileño. El jueves vino a recoger “unos documentos” y no se enteró a tiempo del cierre perimetral de la capital. Ahora no sabe cómo demostrar que es aragonés, más allá de su apellido, y está preocupado porque no quiere abusar de la confianza del amigo que lo aloja. “En dos días no sé si coger la maleta y que sea lo que dios quiera”, aventura.
El episodio no es la tónica general de un lunes normal en Madrid, y José se pregunta si el querer hacer las cosas bien le ha supuesto mayores problemas que agachar la cabeza y hacerse el despistado. Un paseo por la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas podría confirmar su sospecha. A la cola de facturación llegan Laura y José, estos sí madrileños a todos los efectos, que vuelan a Dublín, donde trabajan como profesores. “No, no hemos pedido ningún papel”, se encogen de hombros. Tampoco se lo han reclamado. Francisco Muñoz, directivo en una empresa de ascensores, también residente en Madrid, viaja “demasiado”. Hoy vuela a Vigo, y no ha pasado por control alguno, más allá de mostrar su tarjeta de embarque, que es obligatoria para entrar en la terminal.
Un reportaje de Víctor Honorato.