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La exhumación de Franco se cuela en las aulas entre la indiferencia y la prisa por completar el curso

Estudiantes a la salida de un instituto en Madrid.

Daniel Sánchez Caballero

Son las 11.15, hora del descanso, y mientras en el Valle de los Caídos levantan la lápida que cubre los restos de Franco, Artem está frente a su instituto, en el centro de Madrid, charlando con Jorge. ¿Os interesa la exhumación, la estáis siguiendo? “A mí esto ni me va ni me viene, no me va a cambiar nada”, responde el primero. “Para hacer memes y reírnos”, añade Jorge.

Estos dos jóvenes, de 19 y 18 años, representan a un sector de la juventud, nacido ya entrado el siglo XXI, al que Franco, la dictadura y todo lo que hay alrededor les pilla muy lejos. No son todos, pero son unos cuantos, según corrobora Sócrates Quintanar García, un profesor de Historia de España en un instituto de Alcalá de Henares.

“Lo que no está en internet no les interesa”, cuenta. “A la mayoría les importan sus historias y sus memes”. Poco le ha frenado eso a él, que planteó el tema en clase el pasado miércoles. “Ellos se ríen, hay bromas. Vivimos en mundos tan distintos... Les he contado que cuando estaba en 1º de BUP yo tuve que hacer un trabajo sobre el testamento de Franco y se creen que les estás hablando de Cuéntame”.

Más a modo de dato que de referencia, en ninguno de los tres institutos de Madrid visitados para realizar este artículo se escuchaba mención alguna a la cuestión durante el recreo ni a la salida.

“A la profesora le daba bastante igual”

Marina y Alba, de 17 años, son la personificación de que sí hay adolescentes interesados en el tema. “Lo daban por YouTube y lo hemos estado intentando ver en clase” por debajo de la mesa, cuentan frente a su instituto. Ellas sí han estado hablando del tema en clase. “A la profesora le daba bastante igual, pero ha sacado el tema un alumno”, cuenta Marina, “que preguntaba por qué Primo de Rivera sí podía quedarse en el Valle”.

La intervención ha dado paso a un pequeño debate en el aula que estas dos jóvenes ven adecuado. “Me parece que es un tema importante por toda la gente que mató Franco, y él ahora está en un sitio conmemorativo”, valora Alba. Marina asiente.

Jorge y Raúl, de 18 años, no han tenido esa suerte. “No nos han dejado hablar del tema en clase”, protesta Raúl, aunque en parte admite que sí le gusta hablar de actualidad en el aula porque eso supone quitarle un rato al currículum.

A Jorge no es que no le interese la cuestión (“es importante porque es un tema histórico”), es que cree que se está sobredimensionando. “Se le da demasiada importancia a temas que no tienen tanta, como este de la exhumación, y menos a otros que son más importantes, como Catalunya. Y allí lo único que han hecho ha sido mandar a la policía”, aprovecha para soltar.

Entre su grupo de amigos sí que han hablado del tema, e incluso reconocen que ha habido un exceso de pasión en algún caso. “La gente se toma esto muy en serio, se ponen a gritar”, cuenta Jorge. “Casi que preferimos hablarlo por nuestra cuenta que en clase”.

“Estamos tan hasta arriba...”

Entre los profesores ha habido de todo. Sócrates sacó el tema en clase. “Muchos dicen que no es tan importante sacar a un muerto de un sitio. Les dije que no es solo el muerto, es todo lo que lleva detrás”, cuenta. “Ponen bastante más interés cuando les cuentas que para que ese monumento esté ahí hubo decenas de miles de personas trabajando y que murieron allí. Eso no acaban de creérselo”.

Otros han elegido conscientemente no tratar la cuestión. Javier Fernández Panadero no es que quisiera evitar un tema polémico, es partidario y practicante de meter la actualidad en el aula. “No he querido tratar el tema precisamente porque creo que se trata de una cortina de humo de los políticos”, explica, y se remite a un post que escribió hace un mes para explicar su rechazo: “¿Qué es un acto simbólico, cuando es el principio y el fin de la acción, cuando no pretende nada más que su propia ejecución, cuando su realización consume nuestro tiempo y nuestras energías?”.

Otros docentes ni siquiera se lo han planteado. “Estamos tan hasta arriba con nuestra vida que nos cuesta mucho parar en el tiempo”, justifica una profesora de un colegio de Las Rozas, al noroeste de Madrid. Y, tras pensarlo, añade: “A lo mejor tampoco era el más centro más apropiado para hablar de esto”, en alusión al perfil de población matriculado en el instituto (Las Rozas, o al menos en ciertas zonas, es un municipio de alta capacidad adquisitiva).

Marina y Alba valoran tanto el hecho de haber hablado del tema en clase (“es un buen sitio para este tipo de debates”) como que su profesora haya evitado decir su opinión, como sí hizo en parte Sócrates. “Es mejor que no haya opinado, sería adoctrinamiento”, comentan. “La gente más o menos sí ha participado, así ya está bien”.

A las 14.15, Juan sale de su clase. Está algo informado de la exhumación casi por obligación. “Está en todas partes”, se muestra cansado. Y algo confundido. “Quieren sacarlo de donde está para llevarlo a un sitio público, ¿no?”. Cuando se le saca de su error, no parece muy afectado. “La verdad es que no me interesa demasiado. Entiendo que para algunos pueda ser importante, pero para mí no”.

¿Qué harías con el Valle? No tiene una opinión. Mucha gente, se le explica, pide un museo para explicar la historia del golpe de Estado, la Guerra Civil y la dictadura posteriores. “Supongo que me parece bien”, y se marcha.

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