Francia rinde homenaje a Josephine Baker, la estrella del cabaré que combatió al nazismo con información secreta

Plantó cara al racismo en su país mientras mantenía su prestigio internacional

Héctor Farrés

30 de julio de 2025 13:30 h

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Una sala parisina abarrotada. Focos encendidos, plumas en movimiento y una orquesta marcando el compás. En medio del escenario, una figura magnética girando sin parar. Todos la miraban.

Josephine Baker no solo llenaba teatros con sus espectáculos, también cruzaba fronteras con mensajes ocultos entre las partituras. Espía para la Resistencia Francesa y artista de fama internacional, Baker convertía cada paso de baile en una distracción para el enemigo y cada viaje en una operación encubierta.

Nueva York la acogió antes de que París la convirtiera en un fenómeno internacional

Aunque se hizo célebre por sus actuaciones en París, su infancia transcurrió en San Luis, en el estado Misuri. En sus primeros años vivió con escasez y tuvo que buscar trabajos puntuales para ayudar en casa. Según el National Women’s History Museum, cuando no encontraba ocupación, bailaba en las calles y recogía monedas del público espontáneo. A los quince años se unió a una compañía teatral formada por artistas afroamericanos y, tras casarse con uno de ellos, adoptó el apellido Baker, que conservaría el resto de su vida.

Josephine Baker convirtió sus coreografías en una cortina para el espionaje

Su talento pronto la llevó a Nueva York, donde participó en espectáculos de vodevil vinculados al auge cultural afroamericano conocido como Renacimiento de Harlem. Poco después embarcó rumbo a Europa y en 1925 debutó en París, ciudad que la encumbró como una estrella.

Allí protagonizó el espectáculo Danse Sauvage, donde bailaba con una falda hecha de bananas, en una coreografía que combinaba elementos africanos con una teatralidad provocadora. Su estilo singular atrajo a artistas como Picasso y escritores como Hemingway, que frecuentaban sus funciones.

Bailaba ante oficiales nazis y denunció la segregación racial en su regreso a Estados Unidos

Durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en aliada de los servicios secretos franceses. Según recoge el National Women’s History Museum, Baker aprovechaba sus actuaciones frente a oficiales nazis para recopilar información estratégica que luego transmitía a la inteligencia aliada escribiéndola con tinta invisible en partituras musicales. También transportó fotografías y documentos ocultos en su ropa o entre el equipaje de sus giras.

Su llegada a Francia le abrió las puertas del mundo diplomático

Su actividad no se limitó a la recogida de información: colaboró con comandos de enlace y ayudó a coordinar contactos dentro del ejército de la Francia libre. El reconocimiento oficial a su trabajo llegó en forma de condecoraciones militares. La más destacada fue la Legión de Honor, que le fue otorgada por el general Charles de Gaulle, junto con la Cruz de Guerra y la Medalla de la Resistencia.

Aunque su implicación comenzó en los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial, Baker mantuvo su compromiso hasta el final del conflicto. Desde Marruecos, donde se instaló durante una temporada, organizó redes de colaboración con la inteligencia aliada y proporcionó apoyo logístico a las tropas que operaban en el norte de África. Esa base operativa le permitió actuar con mayor autonomía y ampliar su radio de acción sin llamar la atención de las fuerzas ocupantes.

La artista no solo combatió al régimen nazi. También denunció la discriminación racial al regresar a Estados Unidos en la década de 1950. Se negó a actuar ante públicos segregados, y su popularidad provocó que muchos locales cambiaran sus políticas para poder contar con ella. Su activismo fue reconocido por la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, que la invitó a intervenir en la Marcha sobre Washington en 1963.

Su última actuación fue un homenaje a toda una vida dedicada al arte y al compromiso

En aquel acto, como recoge la revista Time, la artista relató su experiencia: “He entrado en los palacios de reyes y reinas y en las casas de presidentes. Y mucho más. Pero no podía entrar en un hotel en América a tomar un café, y eso me enfadó”.

Su carrera continuó hasta bien entrada la década de los 70. En 1975, cuando ya tendría que estar jubilada, ofreció una actuación final en París que colgó el cartel de entradas agotadas y terminó con una ovación en pie. Pocos días después falleció a los 68 años, cerrando un capítulo vital que abarcó tanto la lucha antifascista como el combate contra la discriminación racial. Ese mismo compromiso lo extendió también a su vida personal, adoptando a una docena de niños de distintas procedencias a los que bautizó como su tribu arcoíris.

Medio siglo después, París la honra con un mural y un lugar en el Panteón

En 2021, Francia le concedió uno de sus mayores reconocimientos al trasladar sus restos al Panteón, donde descansan algunas de las figuras más influyentes del país. Fue la primera mujer negra en recibir ese honor, por decisión del presidente Emmanuel Macron, que valoró su papel tanto en la cultura como en la historia política de Europa. Y ahora, medio siglo después de su muerte, su rostro ha vuelto a las calles de París con un mural que recuerda su legado.

La iniciativa forma parte del festival de arte urbano Paris Colors Ourq, que busca visibilizar figuras femeninas en el espacio público. La obra, pintada por el artista FKDL y ubicada el barrio de Ourcq, muestra a Josephine Baker asomada a un balcón con una sonrisa amplia. Bajo su figura, aparece una frase extraída de una de sus canciones más célebres: “Tengo dos amores: mi país y París”. El autor señaló a la agencia AP que “siempre ha sido para mí una figura profundamente vinculada con la música, los musicales y la danza”. Con ese gesto, París recupera en su paisaje cotidiano a una mujer que fue bailarina, espía y activista.

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