La frase más icónica del cine pertenece a una película legendaria, pero la censura española le cambió el tono
El régimen de Francisco Franco mantuvo un férreo control sobre la información y las artes. Cada obra debía adecuarse a los valores morales y religiosos impuestos por el Estado. Los censores revisaban manuscritos, guiones o canciones con el propósito de suprimir cualquier elemento que pudiera considerarse inmoral, subversivo o contrario al nacional-catolicismo.
El resultado fue una cultura vigilada, donde la creatividad dependía de la aprobación oficial y el temor a la prohibición condicionaba a escritores, directores y artistas. Este sistema alcanzó una especial severidad en el ámbito cinematográfico, donde toda película pasaba por filtros que determinaban su contenido, su lenguaje y hasta su posibilidad de llegar al público.
Las películas extranjeras fueron moldeadas a gusto del régimen
La frase “francamente, querida, me importa un comino”, perteneciente a la película Lo que el viento se llevó de 1939, se convirtió en el ejemplo más conocido de esa intervención. El American Film Institute la reconoció años después como la mejor cita de la historia del cine, pero en España su difusión fue alterada por la censura franquista. En el doblaje aprobado por las autoridades se transformó en “francamente, querida, eso no me importa”, una versión suavizada que eliminaba cualquier expresión considerada grosera o inapropiada para la moral oficial.
El filme dirigido por Victor Fleming y protagonizado por Clark Gable y Vivien Leigh no llegó a los cines españoles hasta el 17 de noviembre de 1950, once años después de su estreno en Estados Unidos. Antes solo se había proyectado en pases restringidos para autoridades y miembros de la Iglesia, incluidos un obispo de Madrid y el propio Franco. Cuando finalmente se autorizó su exhibición, recibió la calificación eclesiástica 3R, reservada a “mayores con reparo”, y 4, considerada “gravemente peligrosa” para la audiencia creyente. Aun con esas restricciones, la película fue vista por más de un millón de personas y llegó a ser la más taquillera del país en aquella época.
El caso de Lo que el viento se llevó ilustra cómo la censura afectaba al cine extranjero mediante recortes, doblajes y cambios de guion. Las autoridades eliminaban escenas románticas o críticas al ejército y la Iglesia, y modificaban frases enteras para adaptarlas al discurso del régimen. Las productoras debían presentar los guiones a organismos oficiales antes del rodaje, y cualquier alteración podía suponer la prohibición de la película o la obligación de rehacer secuencias completas. Este control no solo limitaba el contenido político, sino también el lenguaje, las emociones y la representación de las mujeres o las relaciones personales.
La supervisión de todo el proceso recaía en instituciones creadas por el propio Estado, como el Departamento Nacional de Cinematografía, dependiente del Ministerio de Gobernación, y más tarde la Dirección General de Cinematografía y Teatro. Los censores, muchos con formación eclesiástica, actuaban en nombre de una moral católica que debía impregnar la vida pública. Analizaban los guiones con criterios morales y políticos, señalaban pasajes “peligrosos” y decidían qué versiones podían rodarse o exhibirse. Esta burocracia cultural definía qué historias eran aceptables y cuáles quedaban condenadas al olvido.
El final de la dictadura liberó al cine
En los años 70, con la apertura económica del país y la influencia del turismo, el control comenzó a suavizarse. Algunos directores españoles, como Juan Antonio Bardem, Luis García Berlanga o Carlos Saura, recurrieron a la ironía y al simbolismo para sortear las prohibiciones. Obras como Muerte de un ciclista (1955), El verdugo (1963) o La caza (1966) mostraron un ingenio crítico que insinuaba más de lo que decía. Solo tras la muerte de Franco en 1975 y el inicio de la transición democrática se eliminaron los órganos censores, lo que permitió que el cine explorara libremente la memoria y las contradicciones del país.
A lo largo de las casi cuatro décadas de dictadura, la censura fue un instrumento decisivo para preservar el control ideológico. Su aplicación en el cine reveló hasta qué punto el régimen temía la influencia de las imágenes y las palabras. El desmantelamiento de esa maquinaria marcó el inicio de una nueva etapa cultural en la que la creación artística pudo expresarse sin las barreras impuestas por el Estado.
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