Por qué en este pequeño pueblo de Ávila toman las uvas... horas antes de las campanadas
Existe en la provincia de Ávila una pequeña localidad, Villar de Corneja, que hace tiempo que encontró una forma única de desafiar el tiempo y la despoblación. Mientras el resto de España espera ansioso a que el reloj de la Puerta del Sol marque la medianoche, este municipio celebra las campanadas doce horas antes. Esta singular costumbre permite a sus habitantes dar la bienvenida al año nuevo al mediodía del 31 de diciembre, convirtiéndose en uno de los primeros lugares de la península en festejar el cambio de ciclo. Aunque aún no hayamos estrenado el Año Nuevo. La iniciativa nació en el año 2004 bajo la propuesta de la alcaldesa, Carmen Hernández. ¿El motivo? La avanzada edad de la mayoría de los habitantes, cuya media de edad ronda los 80 años. A las doce de la noche, muchos de los vecinos ya se encuentran descansando en sus hogares, seguramente dormidos, lo que les impide participar en la tradición de las uvas a las doce de la noche.
Lo que comenzó como una idea modesta para facilitar la convivencia se ha consolidado como una tradición ineludible que atrae a residentes, visitantes y hasta periodistas internacionales. A pesar de que el pueblo cuenta con apenas una quincena de personas viviendo de forma permanente durante el invierno, la cita del mediodía logra reunir a una multitud considerable. En ediciones recientes, la afluencia ha superado los 80 asistentes, incluyendo a familias que viajan desde Madrid para compartir este momento especial con sus mayores. La plaza de España de la localidad se transforma por unos minutos en un epicentro festivo de la Navidad abulense decorado con guirnaldas y un espíritu navideño vibrante. Los asistentes acuden ataviados con gorros de colores, matasuegras y otros adornos, creando un ambiente de alegría compartida bajo el sonido de la megafonía.
Para muchos vecinos, este evento es la oportunidad de disfrutar de las campanadas que, por cansancio o por la soledad de la noche, de otro modo se perderían. El ritmo de la celebración lo marca, lógicamente, el reloj del ayuntamiento, cuya puntualidad ha sido protagonista de diversas anécdotas a lo largo de los años. En algunas ocasiones, el mecanismo sufría retrasos de hasta diez minutos, mientras que en otras, las campanadas sonaban con tal celeridad que los vecinos apenas tenían tiempo de ingerir las uvas. No obstante, tras las reparaciones necesarias, el reloj ha llegado a anunciar la llegada del año con una precisión que los vecinos califican de suiza.
La logística de la fiesta recae en gran medida sobre el consistorio y un grupo de voluntarios que preparan las mesas con esmero, a veces bajo el soportal del ayuntamiento si el tiempo no acompaña. Se disponen bolsas individuales con las doce uvas y bandejas repletas de productos típicos como jamón, chorizo, queso y dulces navideños. El brindis posterior se realiza preferiblemente con sidra, que es la bebida predilecta de los locales, aunque también se descorchan botellas de cava y champán para los presentes. Uno de los momentos más entrañables es observar cómo las distintas generaciones de vecinos y visitantes se entrelazan frente a la casa consistorial. Siguiendo las indicaciones, los mayores se colocan en la parte delantera para protagonizar el acto, mientras que los más jóvenes y los niños se sitúan detrás.
Se trata en definitiva de un homenaje a la longevidad y una muestra de respeto hacia quienes han mantenido vivo el espíritu de este pueblo próximo a Salamanca. Entre la multitud los vecinos suelen pedir al año nuevo salud, empleo y paz. El éxito de la convocatoria ha llegado incluso a desbordar las previsiones de la organización en años recientes. En una de las jornadas más concurridas, la alcaldesa preparó uvas para 74 personas, pero la asistencia superó los 80 participantes, provocando que el fruto estrella de la jornada no alcanzara para todos los presentes. Ante este imprevisto, se prometió incrementar el número de raciones para futuras ediciones, asegurando que el crecimiento del interés por el evento no deje a nadie sin su tradición.
Más allá de la fiesta, siempre se aprovecha para lanzar un mensaje reivindicativo a las administraciones públicas sobre la situación del medio rural, una apuesta decidida por los pueblos de Castilla y León para evitar que se mueran por la falta de servicios sociales y el envejecimiento. Entre brindis y uvas, se cuelan peticiones para mejorar infraestructuras básicas, como el suministro de agua o la rehabilitación de la propia plaza del pueblo. A pesar de los desafíos que enfrenta la zona, Villar de Corneja demuestra que la imaginación puede fortalecer el tejido social de una pequeña comunidad. La presencia de niños y bebés, algunos de apenas trece meses, aporta una esperanza renovada en el futuro de la localidad y rompe la media de edad por unas horas.
La mezcla de visitantes de otros puntos de España con los escasos vecinos permanentes crea un ambiente de gran familia que trasciende las cifras del padrón municipal. Al terminar la última campanada al mediodía y como si fueran las doce de la noche, el pueblo estalla en besos, abrazos y felicitaciones por el año que, para ellos, ya ha comenzado. Aunque la medianoche oficial llegue horas después, estos vecinos pueden presumir de haber despedido el año viejo antes que nadie en toda nuestra geografía. Esta tradición es como un ensayo general que se convierte en la función principal, permitiendo que las luces del escenario no se apaguen antes de que sus protagonistas más veteranos puedan disfrutar del gran aplauso final.
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