'Más se perdió en Cuba': ¿qué es lo que realmente se perdió en aquella guerra?
Un cañonazo retumbó en la bahía y el humo denso cubrió las aguas de La Habana. Los tripulantes del Maine corrían por la cubierta mientras los restos ardían entre el metal torcido. El estallido provocó una conmoción inmediata que dio a Estados Unidos la excusa que buscaba para declarar la guerra a España. Ese episodio fue el detonante de un conflicto que acabaría con el final del imperio colonial en ultramar y que quedaría grabado como la Guerra de Cuba.
La derrota se consumó en meses y dejó a España sin flota ni territorios en el Caribe y Asia
El enfrentamiento bélico estalló en abril de 1898 y, apenas unos meses después, España estaba derrotada en todos los frentes. Las cifras reflejan la magnitud del desastre, con más de 60.000 bajas en Cuba y otras 3.000 en Filipinas. La armada estadounidense arrasó a la flota española en el Caribe y en Manila, lo que precipitó la pérdida definitiva de las últimas colonias.
Las consecuencias territoriales fueron inmediatas. Cuba dejó de ser posesión española y pasó a estar bajo tutela estadounidense hasta su independencia formal en 1902. Puerto Rico quedó bajo control de Estados Unidos y Filipinas también pasó a formar parte de su dominio. Asimismo, Guam se sumó a esta lista, confirmando que la derrota había liquidado lo que quedaba de un imperio que en otros tiempos había sido el más extenso del planeta.
La dimensión del golpe no fue solo geográfica. El país entró en una profunda crisis política y social que desembocó en una etapa de reflexión colectiva. A este periodo se le llamó Generación del 98 y agrupó a autores como Unamuno, Azorín, Baroja o los hermanos Machado, que exploraron en sus obras la decadencia del país y la necesidad de regeneración cultural.
Aunque el tráfico de esclavos desde África a América estaba prohibido desde 1821, por un acuerdo bilateral entre España y el Reino Unido, la esclavitud estuvo permitida en Cuba hasta 1886. También las transacciones con esclavos dentro de la colonia. Sobre esa esclavitud se asentaron las fortunas de numerosos grandes apellidos españoles.
La magnitud del revés también se expresó en el terreno económico. Con las colonias se desvanecieron mercados de exportación, fuentes de materias primas e ingresos fiscales que sostenían parte de la hacienda pública. El siglo XIX se cerró así con un colapso para España, que entró en el nuevo siglo convertida en una potencia secundaria.
La prensa estadounidense también jugó un papel decisivo en la escalada del conflicto. Los magnates William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer impulsaron titulares sensacionalistas que acusaban a España de la explosión del Maine. Este tipo de publicaciones fue el origen de lo que se denominó prensa amarilla y sirvió para movilizar a la opinión pública norteamericana en favor de la intervención militar.
En España convivieron las ansias de las élites con el rechazo de las familias a enviar a sus hijos
La población española vivió la guerra con un sentimiento contradictorio. Mientras las élites defendían la necesidad de mantener la presencia en el Caribe, muchas familias humildes no entendían por qué debían enviar a sus hijos a combatir en un conflicto lejano. Los jóvenes que regresaron tras la derrota llegaron cansados, heridos en muchos casos, pero aliviados por volver vivos de una guerra que sentían ajena.
Ese regreso alegre y con canciones en los labios alimentó la coletilla popular que a veces acompaña al dicho “más se perdió en Cuba” con el añadido “y vinieron silbando”.
El uso popular de la frase se consolidó en los años posteriores como una forma de relativizar los problemas cotidianos. Frente a cualquier disgusto, por grande que pareciera, se recordaba que la pérdida del imperio había sido mucho más grave. En regiones como Andalucía incluso se añadió la variante con cantos o silbidos, evocando con ironía a los soldados que regresaban aliviados tras el desastre.
El recuerdo del conflicto ha quedado fijado en la memoria con la expresión “más se perdió en Cuba”, que resume en una sola frase el trauma del 98 y al mismo tiempo la capacidad del ingenio popular para convertirlo en un recurso irónico frente a las dificultades del día a día.
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