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Cinco claves sobre el declive de Apple

Foto: angermann

Marta Peirano

Madrid —

Se calculaba que el campo de distorsión de Steve Jobs empezaría a desintegrarse un año después de su muerte y acertaron. Todo empezó con el iPhone 5: no es innovador, la superficie se raya con mirarla, el Apple Maps desordena ciudades, desaparecen estaciones enteras y, siguiendo el ejemplo de algunos ayuntamientos, instala aeropuertos donde no los hay. El teléfono vendió “sólo” cinco millones la primera semana y la prensa declaró el Mappelgate. Las acciones de Apple empezaron a desplomarse hasta casi la mitad de su valor. Han perdido más de 200.000 millones de dólares y ahora están de rebajas. ¿Qué está pasando?

1. Ley de la gravitación universal: Todo lo que sube tiene que bajar y, como argumentaba un especialista de Enders Analysis, Apple ha crecido casi un 50% cada año durante casi tres años seguidos. “Desde un punto de vista estrictamente matemático –explicaba Benedict Evans– ese crecimiento tenía que desacelerar”. Con la complicación añadida de que un cuerpo que cae en Wall Street suele acelerar su caída a gran velocidad, alimentado por el pánico de cientos de miles de accionistas minoritarios.

2. Gordos con iPhones: Los fans de Apple son completistas y presumen de tenerlo todo: iPod, iPhone, iPad, MacBookPro. La característica superficie de plástico blanco minimal y reflectante era la chapa que identificaba a los miembros de cierto club de profesionales creativos. Tener un Mac era la marca de los diseñadores de revistas de vanguardia, Djs siderales, escritores postmodernos, fundamentalistas de la Helvética, fans de Radiohead, Coldplay y Arcade Fire. Pero, en los últimos años, la manzana se ha vuelto omnipresente de San Petersburgo a Las Hurdes, de Nueva York a El Escorial y el concepto de dispositivo blanco sin botones visibles parece más ario que liberador. Ser maquero ya no es elitista, es el colmo de lo burgués.

También hay que considerar que los ciclos de mercado se han acelerado por encima de las posibilidades del consumidor y que, en el último trimestre de 2012, la mitad de los teléfonos que se vendieron en el planeta eran smartphones. Al precio que tienen y las prestaciones que dan, lo razonable es esperar a que caduquen los dos años de garantía antes de comprarse la actualización.

3. Karma. La imagen de Apple estaba tan ligada a Steve Jobs como a su legendaria sede en Cupertino, California, donde todas las paredes son de cristal y hasta los urinarios huelen a rosas. Las Apple Stores están diseñadas para compartir ese espíritu, pero su atmósfera etérea se ha visto finalmente contaminada por las condiciones en las que trabajan el resto de sus empleados, no sólo en sus famosos fábricas asiáticas sino en cualquiera de sus propias tiendas.

Apple se saca en limpio un 51% del precio del iPad y un 70% del iPhone5, pero el geek que lo mismo te vende un iPad mini que te manda el portátil al taller cobra poco más de 10 dólares la hora. Para una compañía que factura más por metro cuadrado que cualquier otra tienda en Norteamérica y un CEO que gana más dinero que casi ningún otro mortal, pagar mal a sus empleados está fuera de lugar.

4. Caos. Steve Jobs no era diseñador ni economista, pero tenía un ojo bueno para el producto y otro para el negocio. Se rumorea que, desde que el diseñador Jony Ive quedó al cargo de la nave, la empresa invierte toda su energía en diseñar productos que luego no es capaz de fabricar y distribuir a tiempo para abastecer la demanda, como por ejemplo los 700.000 iMac que llegaron dos meses tarde después de la campaña de lanzamiento.

Son errores de bulto, especialmente cuando tus grandes innovaciones (la santísima trinidad: iPod, iPhone y iPad) se han convertido en una secuencia de secuelas cada vez menos competitivas. El mundo de la tecnología de consumo se mueve a gran velocidad. Siempre hay alguien más joven y hambriento bajando la escalera detrás de ti.

5. Abuso de poder. Apple se ha convertido en una de las compañías líderes en la colección de patentes, frenando la innovación para asegurarse el control del mercado. A diferencia de Android, las condiciones que impone sobre los programadores que quieren vender sus aplicaciones en el App Store son sorprendentemente restrictivas, imponiendo licencias cerradas sobre productos en los que la empresa sólo participa como distribuidor. No sólo ahuyenta a los innovadores, que tienen más libertad en una plataforma como Android, sino que despiertan la antipatía de una generación que sabe más de propiedad intelectual que todas las demás anteriores juntas.

Foto: angermann cc

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