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La incalculable huella de carbono del criptoarte y los NFT

La obra 'Welcome to My Wallet', en la que el artista Craig Blackmore imagina como sería un criptomonedero si este tuviera formato físico. El artista la vendió a un coleccionista en febrero por 1 ether, que entonces equivalían a 1.500 dólares. Este lunes se ha revendido por 2.500 dólares.

Carlos del Castillo

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Al boom del criptoarte y los NFT le acompaña una realidad incómoda. Es una actividad que requiere grandes cantidades de energía y a la que por tanto se le asocia una importante huella de carbono. El gran problema es que no sabemos exactamente cuánta, aunque sí que es enorme si se compara con otros formatos artísticos o actividades de la vida diaria.

El gran consumo energético es una de las grandes críticas que arrastra la tecnología blockchain, las cadenas de bloques en las que se registran los NFT. Además del dinero que mueve sin pasar por ningún tipo de regulador financiero, de las estafas o de los avisos de que las criptomonedas no son dinero sino un activo de inversión “de alto riesgo” por su “alta volatilidad”, el impacto medioambiental es otro de los muertos en el armario que la hacen tan controvertida. A saber: la red Bitcoin consume en un año la misma energía que Noruega, según el Índice sobre consumo eléctrico del Bitcoin de la Universidad de Cambridge, la principal fuente sobre esta problemática.

Pero ese cálculo es solo una estimación. “No es posible determinar con exactitud la cantidad de electricidad que consume Bitcoin por diversas razones”, expresa la misma universidad. El principal motivo es su carácter descentralizado. Es el mismo que hace que la información que se almacena en las cadenas de bloques públicas sea segura, infalsificable y esté libre de disputas, a pesar de que no haya una autoridad central que valide las transacciones que se dan en ellas. Ese trabajo lo realizan los propios miembros de la red, que mantienen sus equipos conectados en todo momento para añadir bloques a la cadena con nueva información, que funciona como un libro de contabilidad criptográfico accesible a todos.

¿Cómo conseguir que siempre haya ordenadores conectados a la red haciendo ese trabajo? Lo que propuso Satoshi Nakamoto –seudónimo del programador o grupo de programadores que lanzó el bitcoin, la primera blockchain— fue recompensarles con criptomonedas. Las escondió en un rompecabezas matemático, de manera que el primer ordenador que completara una serie de ecuaciones informáticas mientras está conectado a la red, se lleva los bitcoins. El ganador escribe el nuevo bloque en la cadena, en la que se registra su premio en bitcoins y las facturas y transacciones internacionales que otros quieran añadir a la blockchain.

El precio del bitcoins convirtió esta actividad en un negocio. Los que la desempeñaban pasaron a ser conocidos como 'criptomineros' y sus instalaciones, con decenas, cientos o miles de equipos informáticos conectados en serie intentando desentrañar el puzle matemático y llevarse el premio de criptomonedas, como criptogranjas. La metáfora del sector primario es útil para entender que la minería de criptomonedas es una explotación económica basada en el trabajo computacional. Pero a diferencia de otras industrias, en esta es mucho más complicado medir qué efecto está teniendo para el planeta.



El 70% de las granjas de minado se encuentran en China, según la estimación de Cambridge. Otro 6% está en Rusia, con Kazajstán y Malasia sumando otro 4% cada una. Es imposible saber con exactitud qué equipos se utilizan en esas instalaciones o cómo de eficientes son energéticamente. “Hay pocos datos disponibles sobre la cuota de mercado exacta del hardware de minería, y los mineros a menudo reconectan máquinas viejas y menos eficientes cuando las recompensas por los bloques suben de valor”, explica la universidad.

La cantidad de energía renovable que usan también es una incógnita. La última estimación de Cabridge, de 2018, es que está en torno al 20%. Otro estudio algo más reciente la sitúa por encima del 70%. El problema de este último informe es que está financiado por CoinShare, una firma de gestión de activos especializada en criptomonedas. Su interés en el sector —los criptoactivos que gestiona superan los 5.000 millones de dólares— han provocado que varias fuentes pongan en duda su credibilidad.

La incógnita de los NFT

Todos los problemas para calcular el consumo energético de blockchain citados hasta ahora se centran en Bitcoin, la cadena de bloques más importante. Pero los NFT no utilizan esta red sino Ethereum, creada posteriormente y cuya moneda, los ethers, es actualmente la que alcanza un mayor valor financiero tras el bitcoin. Esto empeora todavía más las cosas, puesto que sobre el impacto medioambiental de Ethereum hay incluso menos datos disponibles que sobre Bitcoin. Según el Índice de Consumo energético de Ethereum —desarrollado por Digiconomist con la misma metodología que el Índice de Cambridge sobre el Bitcoin—, esta red consume al año tanta energía como Bulgaria. Apuntar una sola transacción en la cadena como dos viviendas familiares y media en un día.



Pero, de nuevo, estos datos son solo estimaciones. “En este momento no hay absolutamente ninguna información disponible sobre la huella de carbono de los NFT”, lamenta Memo Atken. Se trata de un artista digital, ingeniero y científico de datos que ha hecho la primera y prácticamente única investigación hasta el momento sobre la contaminación derivada del criptoarte. “Mucha gente (yo incluido, hasta que empecé esta investigación) parece no ser consciente de lo ridículamente destructivas que son algunas actividades basadas en el blockchain desde el punto de vista energético”, avisa.

Memo Atken utilizó las fuentes de información disponibles y un análisis propio para calcular la huella de carbono que produce el registro de las compraventas de NFT en la blockchain Ethereum. Examinó 80.000 transacciones que protagonizaron unos 18.000 NFT diseñados por 633 artistas. La base de estudio fue la plataforma SuperRare, una de las preferidas para la compraventa de criptoarte. Sus resultados muestran que, de media, esos 18.000 NFT arrojaron a la atmósfera unos 211 kilos de dióxido de carbono cada uno, lo mismo que el consumo eléctrico en todo un año de un ciudadano europeo o dos horas de vuelo de un avión.

El problema es que muchos de esos NFT no son ediciones únicas, sino que pertenecen a series numeradas de cinco, diez o veinte ítems. Dado que no es la creación del NFT en sí sino su registro en la cadena de bloques lo que requiere un volumen mayor de energía, estas series de varias copias multiplican el impacto medioambiental de la obra. “Una estrategia increíblemente dolorosa de observar que estoy presenciando de forma rutinaria, es poner un precio muy barato a los NFT (por ejemplo, en el rango de 10 dólares) y editar muchos cientos de ellos”, explica Memo Atken.

“Un artista, por ejemplo, sacó a la venta un puñado de obras de arte, cada una de ellas editada centenares de veces, sumando más de 800 ediciones. En menos de tres meses, gracias al algoritmo utilizado por la blockchain de Ethereum, estas más de 800 ediciones tienen colectivamente una huella de 86 toneladas de emisiones de CO2, equivalente al consumo total de energía eléctrica de un residente de la UE durante 40 años, con emisiones de carbono equivalentes a más de 100 vuelos transatlánticos”, recoge. No es el único ejemplo que cita en este sentido. El trabajo de un artista que ha creado varias docenas de NFT que suman 1.500 ediciones en los últimos meses ha arrojado a la atmósfera unas 160 toneladas de dióxido de carbono, según los cálculos de Memo Atken.

Memo Atken no se posiciona en contra del criptoarte y celebra que esta nueva forma de expresión haya triunfado y esté sirviendo para que muchos artistas encuentren vías para monetizar su trabajo. Sin embargo, alerta de que es necesario ser consciente del gran impacto ecológico que tiene el modelo actual.

“Hoy en día, uno puede buscar la huella de carbono de volar, y luego decidir si volar o no. Lo mismo puede decirse de comer carne de vacuno o de comprar ropa. Uno puede buscar la huella de carbono de un correo electrónico, o de ver una hora de Netflix, y actuar en consecuencia. ¿Son exactas estas cifras? No necesariamente. Pero si la investigación dice que una hora de Netflix supone 36g, es poco probable que en realidad sean 10 toneladas. Puede ser 20g, 50g, 100g. Tal vez incluso 200g. Pero no 10 toneladas”, recalca: “A efectos de nuestro debate, aunque la verdadera huella de carbono de un NFT de varias ediciones sea de 50 toneladas de CO2 en lugar de 100 toneladas, no debería afectar a esta conversación, ya que no va a ser en realidad de 50 gramos, ni siquiera de 50 Kg”.

Ethereum planea un cambio en su sistema

Ethereum tiene previsto cambiar su algoritmo próximamente. El modelo sobre el que trabaja dejará de requerir la presencia de criptomineros, por lo que se espera que sea mucho más eficiente energéticamente. Aunque no está confirmado cuándo se aplicarán los cambios, los cálculos son que no tardaría más de 12 o 18 meses. Su consumo energético ha crecido enormemente en lo que va de año y de forma paralela a la popularidad del criptoarte, aunque los especialistas aseguran que los NFT representan solo una pequeña parte de la información que se registra en esta red.



Raúl Marcos, fundador de Carbono.com, una consultora especializada en este tipo de inversiones, explica que “no es correcto asumir que si un NFT consume cierta cantidad de energía, hacer 100 NFT consuma 100 veces esa cantidad. Las transacciones van a una cola, a una lista de espera. Los mineros las ordenan en función de quién paga más comisión y las que más paguen se meten”.

“Además”, continúa, “ese gasto energético se va a hacer sí o sí, esté la blockchain vacía o no. Que alguien decida hacer o no hacer un NFT no cambia la contaminación. Sí que hay una incidencia indirecta de que sí muchísima gente hace NFT sube la competencia por usar la red y si sube la competencia por usar la red, suben las tasas, y si suben las tasas hay más mineros. Pero eso no está pasando ni por asomo. Los NFT son anecdóticos dentro de lo que es Ethereum. El grueso de las transacciones son de intercambios descentralizados, de especulación y de inversión. En mi opinión, la crítica sobre la energía que consumen los NFT no tiene demasiado sentido”.

El argumento de que los mineros seguirán añadiendo bloques a la cadena, se compongan estos de NFT o no, es uno de los que intenta rebatir Memo Atken en su publicación. A su juicio, esta comparación es asimilable a afirmar que da igual comprar un billete en un avión o no, puesto que ese vuelo va a salir igualmente incluso con el asiento vacío.

“Es cierto que el hecho de que una persona decida volar (o no) no tiene un efecto inmediato sobre las emisiones. Sin embargo, hay una huella asociada a un asiento de un avión. Además, la demanda de vuelos afecta a la forma en que la industria de la aviación los programa. De hecho, si de repente, mucha más gente quisiera volar, la industria de la aviación no podría programar de repente más vuelos durante la noche. Sin embargo, la industria minera puede responder mucho más rápidamente a los aumentos de la demanda, en comparación con la industria de la aviación. Los mineros incluso suelen tener equipos antiguos con los que ya no es rentable minar (es decir, los costes de electricidad para hacer funcionar el equipo son mayores que las recompensas económicas). Pero si la demanda aumenta, las tasas de transacción también suben, y la minería se vuelve más rentable hasta el punto de que los mineros pueden responder con bastante rapidez encendiendo esos equipos”, detalla.

Los avisos de Memo Atken generaron una importante controversia en el sector de las cripto, sirviendo de estilete para criticar este nuevo tipo de arte. El ingeniero tuvo que retirar una página que lanzó paralelamente a su estudio y que servía como calculadora automática de la huella de carbono emitida de un NFT concreto. “Esta investigación es un comienzo. Invito a otros a examinar mi metodología, a ver los fallos y a presentar nuevos estudios”, dice el artista. Por el momento, su trabajo es una de los pocos avisos sobre el impacto de una actividad que está afectando a todo el planeta.

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