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'La paradoja de la privacidad': somos conscientes de que solo quieren nuestros datos, pero no podemos parar

Caras conocidas con el filtro de edad de FaceApp.

Carlos del Castillo

Se la conoce como la paradoja de la privacidad. Plantea que aunque una gran mayoría de personas saben que su información está siendo captada por servicios digitales con motivaciones opacas, no hacen demasiado por impedir que esto suceda. Tomar consciencia sobre la situación no conlleva un cambio de hábitos. De hecho, contar con la colaboración del usuario para que ceda sus datos personales es tan sencillo como diseñar una pequeña gratificación que se le entrega a cambio. Ese premio automático puede ser, por ejemplo, mostrarle su futuro yo con un algoritmo de envejecimiento, como hace FaceApp.

Internet, las redes sociales y las apps están llenas de estas pequeñas bonificaciones. Neuropsicólogos han documentado cómo las cascadas de notificaciones, los colores llamativos, las felicitaciones por obtener nuevos amigos, la acumulación de me gusta o las recompensas en monedas virtuales estimulan el cerebro y crean la necesidad de obtener ese estímulo de nuevo.

“Lo que está pasando ahora es que poco a poco están sofisticando los incentivos que nos ofrecen”, explica Liliana Arroyo, investigadora de Esade especializada en el impacto social de la tecnología.

“En el caso de FaceApp el gancho es saber cómo vas a tener la cara cuando tengas 80 años. Lo que hace es ponernos información donde tenemos un vacío que nos gustaría llenar. La incertidumbre de cómo seremos de mayores es algo que nos preocupa. En este momento una app así es la única puerta que tenemos para viajar al futuro, al menos visualmente”, continúa la experta.

FaceApp es una aplicación lanzada en 2017 pero que se ha viralizado en los últimos días tras modernizar los algoritmos que emplea para para simular, entre otras, qué apariencia tendrá su usuario cuando envejezca. Las dudas que genera su política de privacidad, que incurre en prácticas ilegales desde 2018 como enviar las fotos a EEUU y Rusia, no detuvieron la curiosidad de los usuarios a la hora de probar sus filtros y compartir el resultado en las redes.

La cuestión no es saber qué cara tienes

“Lo que me parece más peligroso es que aplicaciones como estas nos devuelven un incentivo que no tiene nada que ver con el uso que ellos le están dando a esos datos”, avisa Arroyo: “Estás poniendo tu cara para entrenar a los sistemas de inteligencia artificial rusos y su capacidad de reconocimiento facial, para que el día que tengas que cruzar una frontera te puedan identificar mejor y más rápido. Es algo muy diferente que entregar tus datos a cambio de un sistema de correo electrónico gratuito, por ejemplo”.

“Están siendo superimaginativos porque ¿quién se apuntaría a una investigación internacional de reconocimiento facial? Nadie. En cambio, te ponen un cebo y oye, nos encanta, porque nos apela directamente tocando aspectos sensibles y además, universales: la preocupación por saber qué pasará en el futuro es común a todas las civilizaciones y culturas, con expresiones diferentes”, expone la investigadora.

Recompensas que explotan debilidades

El objetivo de las caras que FaceApp está enviando a EEUU y Rusia es opaco. Ya sea entrenar sistemas rusos de reconocimiento facial o extraer la máxima cantidad de información personal del usuario con objetivo de perfilarlo como consumidor, el método que emplea es sencillo: sacia la curiosidad con una gratificación instantánea.

Puedes ser capaz de racionalizar que esa imagen no se corresponde contigo y son solo una serie de algoritmos que añaden arrugas a tu piel y canas a tu pelo. O puede que tu cerebro no sea capaz de hacerlo en un primer momento y la necesidad de obtener ese estímulo se imponga al celo sobre la cesión de datos personales. La tecnología digital no es el único campo que pone nuestro autocontrol a prueba.

“El chute de dopamina es muy semejante al que tenemos con las grasas, sales y azúcares que nos da la comida rápida o con la nicotina al fumar”, expone Víctor Sampedro, autor de Dietética digital para adelgazar al gran hermano (Icaria).

“La posibilidad de una gratificación inmediata nos hace no ser capaces de demorar con reflexión las consecuencias de lo que nos metemos al cuerpo o lo que hacemos con nuestros datos. Al final esto crea una serie de hábitos que acaban colapsando, no solo los cuerpos individuales, sino también el cuerpo social”, prosigue Sampedro, catedrático de Opinión Pública.

Un, dos, tres: piensa otra vez

Las empresas digitales se han especializado en explotar esta necesidad de gratificación inmediata. No es una cuestión solo de apps: el punto fuerte de Facebook y su poderosa herramienta para anunciantes es, precisamente, la “compra por impulso”.

No hay una fórmula mágica para resistir estas tácticas, como tampoco las hay para imponer una dieta sana a la comida rápida o para dejar de fumar. “Lo primero que deberíamos de saber contra FaceApp o cualquier otro servicio como este es, primero, que toda aplicación te quiere atrapar. Quiere tu atención. Por lo tanto, la propuesta que hacen al principio es lúdica, en la cual parece que tu actividad es intensa y la gratificación es inmediata y graduada de forma que luego continúes aportando datos”, detalla Sampedro.

“Lo segundo es tomar consciencia de que, una vez que participamos ahí, ya no somos nosotros los que controlamos el resultado de nuestro esfuerzo, de nuestra inversión”, continúa.

La pérdida de control provoca una “monitorización que se realiza en dos planos”, advierte el experto: “La corporativo-industrial, por un lado, y la estatal de vigilancia y espionaje, tanto para el mercado como para el Estado, por otro. Nosotros colaboramos en la fusión de esos dos entes, de esas dos fuentes de control social”.

“Lo mejor es encontrar los estímulos y los juegos fuera de la pantalla y volcar en ella solo aquello que pertenezca a una estrategia, a una táctica decidida previamente, sopesando los costes de nuestra intervención digital”, recomienda.

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