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Refugio

Familias de solicitantes de asilo pasan la noche frente a la sede del Samur Social.

Marcela Pradenas

Periodista, ex-exilada chilena —

Hace casi 34 años llegué a España huyendo de la dictadura chilena. A mí me secuestraron y torturaron, como a Richard. Salí con lo puesto, como Alejandro y Yubi. Estaba embarazada, como María. Ante cualquier uniforme, temblaba, como Jesús. Venía en malas condiciones de salud, como Roland. Creía que mis sueños se habían evaporado a los 17 años, como Fabi, Isabella y Camel a los 19 o 20. Mi historia es la historia de las personas que esperan en la verja del Samur Social, en Madrid. Pero hay un aspecto, sobre todos, en el que es idéntica: no quería salir de allí, no quería dejar mi hogar, mi tierra y a mi familia. No. Así que, por favor, que nadie afirme que estas personas hoy, como yo hace tantos años, han venido para aprovecharse del sistema. Sencillamente, huimos como pudimos. De la violencia, del terror y de la desesperación. Y buscamos refugio en España. Como dijo una vez alguien sabio para quien trabajé en este país y que ya no está: no es un efecto llamada, es un efecto huida.

Desde hace unos días, mi tiempo se divide entre el trabajo y estar en la puerta del Samur Social. Ante la verja, les doy información y consejo, les explico los pasos que deben dar en el proceso de solicitud de asilo, les indico lo que deben hacer para solicitar el programa de acogida a solicitantes, les enumero las organizaciones no gubernamentales que les pueden ayudar…pero, especialmente, les escucho y les cuento que en este país hay mucha buena gente que ve más allá del color de la piel y la nacionalidad, que hay muchas personas que han visto a sus hijos salir de este país por la crisis (¿o hemos olvidado que 2,5 millones de españoles han “huido” de España por la crisis?) y que hay millones de españoles a los que les parece una vergüenza y una indignidad que en España haya madres con bebés durmiendo en la calle.

Lo sé porque a mí me acogieron cuando llegué. Porque mis mejores amigos, Aurora, Rafa, Jesús, Manolo, Chus, Javier, Charo y tantos más, son españoles. Porque mis dos hijos son españoles y sus más queridos amigos también lo son. Porque a lo largo de los años, he hecho amigos de todas las ideologías y creencias, activistas de Amnistía Internacional y guardias civiles y policías, ateos convencidos y asiduos a misa dominical, altos directivos de empresa y políticos de distinto signo. Casi todos españoles y todas buenas personas.

Por eso, más allá de si los tratados, la legislación europea, la Constitución o la Ley de Asilo, establecen que estas personas que esperan a las puertas del Samur Social tienen unos derechos que deben ejercer, que lo hacen, lo que quiero es que millones de buenos españoles entiendan y apoyen que España debe fortalecer su sistema de Asilo para que deje de ser “raquítico”, como dijo hace unos días el Defensor del Pueblo, y sea un refugio real para los perseguidos. Para que se ordene la inmigración para que quienes quieran venir a trabajar y a cotizar puedan hacerlo, como ha dicho CEAR, y para que gracias a esas cotizaciones los españoles cobren sus pensiones ahora y en el futuro.

Sin duda es complejo, sin duda admite matices, sin duda llevará tiempo. Pero lo que no tiene ningún matiz es que un niño o una niña tengan que dormir en la calle y que estas familias esperen meses para entrar en un sistema de acogida al que tienen derecho por ley: es algo intolerable, sin más. Y no admite demoras, debe solucionarse ya, sin ningún matiz que valga, porque es inmoral. Hay que hacer eficaz el sistema de acogida por justicia y por decencia. Y por indignación, si quieren. Esa que sintieron Eneko y Sandra, dos personas decentes, cuando los primeros refugiados llegaron para pasar las noches al raso, frente a su casa en la Carrera de San Francisco número 10.

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