Una ruta por el brutalismo brasileño: un proyecto político y cultural más allá del hormigón

Vista de Sao Paulo con el edificio Copan como protagonista.

Albert Nogueras Tarrero

12 de diciembre de 2025 21:31 h

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El brutalismo es uno de esos estilos arquitectónicos que provoca adhesiones instantáneas o rechazos viscerales. Surgido en la posguerra en un contexto de necesidad ingente de nueva construcción rápida y barata, y con el béton brut (hormigón bruto) como principal material, este movimiento defendía una estética basada en la estructura desnuda, la funcionalidad y las formas geométricas rotundas.

El brutalismo se basa en una arquitectura directa, sin adornos, que confiaba en la claridad constructiva como expresión ética y artística. Aunque durante décadas fue criticada por su supuesta frialdad y crudeza, hoy vive un renovado interés: edificios que antes parecían pesados o ásperos se leen ahora como piezas originales, radicales y profundamente contemporáneas.

Si hubo un lugar donde el brutalismo encontró un terreno fértil para reinventarse fue Brasil. A mediados del siglo XX, el país vivía una expansión urbana acelerada: nuevas universidades, equipamientos culturales y edificios públicos que necesitaban soluciones ágiles, económicas y resistentes. El hormigón armado —fácil de moldear, adaptable a cualquier clima y capaz de generar estructuras de grandes luces— se convirtió en la materia ideal. En este contexto, una generación de arquitectos concretamente de Sao Paulo transformó la influencia brutalista internacional en un lenguaje propio, más cálido, social y profundamente urbano.

João Vilanova Artigas, Lina Bo Bardi, Oscar Niemeyer, Affonso Eduardo Reidy, Lucio Costa o Paulo Mendes fueron algunos de sus grandes protagonistas. Sus obras no solo celebran la potencia del hormigón visto; también entienden el edificio como espacio público, como extensión de la ciudad. El brutalismo brasileño no era únicamente una cuestión estética: era un proyecto político y cultural. Las rampas abiertas, los patios centrales, las cubiertas monumentales y los vacíos interiores concebidos como ágoras, con un diálogo desacomplejado con el clima tropical, expresaban una idea de convivencia y colectividad que contrastaba con los años de dictadura que atravesaba el país.

De ese espíritu nació la llamada Escuela Paulista, un movimiento arquitectónico que, desde São Paulo, redefinió la relación entre edificio, topografía y vida social. Artigas, su figura clave, creía que la arquitectura debía ser un acto democrático: un espacio para habitar, debatir y encontrarse. Junto con otros arquitectos destacados de esa generación, impulsaron la modernización y la consagración internacional de la arquitectura brasileña, un momento conocido como el “período heroico”. El resultado fue un brutalismo singular con un acento profundamente arraigado a la geografía: monumental, poderoso, sugerente, sinuoso, atento a la escala humana y hecho para la vida cotidiana popular.

A continuación, recorremos algunas de las obras brutalistas más emblemáticas e São Paulo, Brasilia y Río de Janeiro, tres ciudades donde el hormigón habla tanto de arquitectura como de política e historia del país:

Museo de Arte de São Paulo (MASP)

El Museo de Arte de São Paulo, proyectado por Lina Bo Bardi en 1958, se ha convertido en una de las piezas más influyentes de la modernidad brasileña y un punto de referencia urbano en la Avenida Paulista. En un solar elevado que antiguamente ocupaba el Belvedere Trianon, la arquitecta de origen italiano planteó un edificio que preservara la relación visual entre la avenida y el Parque Siqueira Campos, liberando el plano del suelo para mantener la continuidad del paisaje.

Museo de Arte de São Paulo, 1958 por Lina Bo Bardi.

El gesto más rotundo del proyecto es el bloque principal suspendido sobre el terreno. Ese volumen, elevado varios metros respecto al nivel de la calle, se sostiene mediante un sistema estructural basado en cuatro robustos pilares y dos grandes vigas transversales pintadas de rojo. La solución permite alcanzar una luz excepcionalmente amplia de 74 metros y genera bajo el edificio un espacio exterior protegido, concebido como plaza pública abierta y flexible, destinada a uso ciudadano.

La planta inferior reúne dependencias como el auditorio, el teatro, áreas de apoyo y zonas destinadas a exposiciones temporales, mientras que el cuerpo elevado alberga los espacios museísticos principales: la pinacoteca, las salas de exhibición estable y parte de la administración. Bo Bardi trabajó con materiales y acabados sobrios: hormigón visto, estructuras expuestas, instalaciones sin ocultar que expresan su enfoque austero y socialmente sensible de la arquitectura.

Un elemento distintivo del MASP es su propuesta museográfica. En lugar de colgar las obras en muros tradicionales, la arquitecta ideó soportes de vidrio fijados sobre bases de hormigón que permiten una disposición más libre, favorecen múltiples relaciones visuales y redefinen la circulación del visitante. Con este gesto, el museo no solo innovó en términos de arquitectura, sino también en la manera de comprender el espacio expositivo y la relación entre el público y las obras.

SESC Pompeia

El SESC Pompeia es otro proyecto emblemático de Lina Bo Bardi y un ejemplo excepcional de cómo reinterpretar un complejo industrial en clave cultural y comunitaria. El proyecto parte de una antigua fábrica de tambores de finales de los años treinta, situada en un barrio popular de São Paulo. Cuando Bo Bardi conoció el conjunto a mediados de los años setenta, valoró tanto la calidad espacial de las naves antiguas como la vitalidad informal que ya se había instalado allí: vecinos que utilizaban los espacios abandonados para actividades cotidianas, juegos o encuentros improvisados. Esa dimensión social espontánea se convirtió en el punto de partida del diseño.

SESCP Pompeia, por Lina Bo Bardi.

La intervención evita imponer una imagen nueva y, en cambio, reconoce la estructura preexistente como soporte de una vida colectiva que debía preservarse. Las naves industriales se mantuvieron prácticamente intactas, con solo las adaptaciones imprescindibles para su reutilización. Sus pasarelas, entresuelos y pasillos se transformaron en talleres, zonas para cursos y espacios dedicados a actividades culturales y recreativas, configurando un ambiente que combina memoria industrial y vida contemporánea.

El conjunto se amplió con dos torres macizas de hormigón visto, conectadas mediante pasarelas elevadas que cruzan el patio exterior como puentes. Estos volúmenes, aunque parezca poco evidente albergan instalaciones deportivas como pistas, gimnasios, piscinas y vestuarios, y se han convertido en la imagen más reconocible del proyecto. La textura marcada del encofrado y las aberturas irregulares perforadas en los muros refuerzan la expresividad escultórica de las piezas, a la vez que dialogan con el carácter robusto de la antigua fábrica. Una chimenea de gran tamaño, reinterpretada como hito arquitectónico, recuerda el origen industrial del lugar y actúa como elemento unificador.

El SESC Pompeia se consolidó con el tiempo como un centro abierto a la comunidad, donde la arquitectura sirve de soporte para la convivencia y la identidad del barrio.

Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro (MAM)

Chafariz Cascata do Museu de Arte Moderna, Distrito Flamengo, Botafogo, Zona Sur de Río de Janeiro.

En pleno Parque do Flamengo, frente a la bahía de Guanabara, el MAM es uno de los hitos del modernismo brasileño. Diseñado por el arquitecto de origen francés y radicado en Brasil, Affonso Eduardo Reidy, el edificio se inauguró en 1948 y se reconoce por su estructura de hormigón vista y por la ligereza con la que parece elevarse sobre el paisaje.

El museo se apoya en una serie de pórticos externos que dejan la planta baja prácticamente libre bajo un techo de hormigón que flota con ligereza pese a su contundencia matérica. El parque y el mar se vislumbran bajo el edificio y lo convierten en un gran mirador urbano a pie de calle. Esa apertura se prolonga en las salas de exposición, bañadas por luz natural gracias a ventanales y lucernarios que permiten que el interior respire con el exterior. Reidy defendía que un museo debía ofrecer al visitante momentos de concentración y otros de descanso: aquí, las vistas al mar funcionan como pausas entre obras.

El conjunto se completa con un patio interior diseñado por el célebre paisajista Burle Marx y un ala elevada a la que se accede por una rampa que conduce a terrazas frente a la bahía. La arquitectura apuesta por la horizontalidad, la radicalidad de la estructura con sus múltiples patas en forma de escuadra y por una circulación fluida que invita a recorrer el museo y el parque confundiendo el espacio interior con el exterior.

En su interior, destaca la escalera de hormigón helicoidal de media circunferencia de único tramo. Una joya escultórica que, con su trazo ligero y continuo, introduce una delicadeza inesperada en medio de la rotundidad brutalista del edificio.

La Brasilia de Oscar Niemeyer

Brasilia constituye el experimento urbano y arquitectónico más ambicioso del Brasil del siglo XX, y también el escenario donde Oscar Niemeyer llevó a su máxima expresión su interpretación personal de la nueva modernidad brasileña. Convocado en 1956 por el presidente Juscelino Kubitschek para materializar el plan piloto de Lucio Costa, el arquitecto asumió el reto de diseñar los edificios principales de una capital concebida prácticamente desde cero y destinada a simbolizar un país orientado hacia el futuro.

La arquitectura en Brasilia de Niemeyer, el arquitecto brasileño más popular de la historia, fallecido en 2012 a los 104 años, se caracteriza por la ligereza aparente de las estructuras, la construcción de sombras profundas y la búsqueda constante de volúmenes puros. Entre las obras más representativas se encuentra el Palacio da Alvorada, residencia presidencial, cuya serie de columnas blancas con silueta vegetal configura un pórtico elegante que se refleja en el espejo de agua frontal, dando al volumen una presencia casi ingrávida.

En el Congreso Nacional, las dos cúpulas contrapuestas (una convexa para el Senado y otra cóncava para la Cámara de Diputados) dialogan con dos torres gemelas muy esveltas, componiendo una escenografía cívica icónica. Algo similar ocurre con la Catedral Metropolitana, seguramente la obra más significativa, donde un conjunto de pilares curvados se abre hacia el cielo creando un espacio interior luminoso y profundamente simbólico.

Todos estos edificios se integran en la Plaza de los Tres Poderes y a lo largo del Eje Monumental, una secuencia longitudinal que ordena el corazón institucional de la ciudad. En este marco, Niemeyer exploró un modernismo que combina abstracción formal, expresividad estructural y un uso libre del hormigón como material de expresión plástica. Más allá de su función política, las obras de Brasilia encarnan la aspiración utópica de una nación que buscaba reinventarse, y siguen siendo, décadas después, un referente tanto por su audacia constructiva como por su alcance simbólico en la arquitectura contemporánea.

Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de São Paulo (FAU-USP)

Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de São Paulo (FAU-USP), 1961 por João Vilanova Artigas y Carlos Cascaldi.

La FAU-USP, diseñada en 1961 por João Vilanova Artigas y Carlos Cascaldi, es uno de los edificios más emblemáticos de la arquitectura brasileña y una síntesis del pensamiento de Artigas como arquitecto, profesor y figura clave de la Escuela Paulista. Concebido como un espacio para aprender haciendo, el proyecto propone una arquitectura que fomenta la convivencia, la transparencia y la vida académica colectiva.

El edificio se organiza alrededor de un gran espacio central vacío, iluminado des de su techo reticulado, que actúa como gran paraguas del conjunto. Este patio vertical articula todos los usos y permite que las actividades universitarias se crucen y convivan de manera natural. Las circulaciones se resuelven mediante un sistema zigzagueante continuo de rampas, que conectan los seis niveles del edificio como si se tratara de un único plano inclinado. Esta decisión refuerza la idea de fluidez espacial y evita compartimentaciones innecesarias.

Desde el exterior, la FAU-USP aparece como un enorme volumen de hormigón suspendido sobre el suelo gracias a pilares con forma de lazo. La fachada opaca de las plantas superiores contrasta con la permeabilidad total de la planta baja, donde la ausencia de puertas o límites rígidos genera un espacio de transición suave entre calle y edificio, dando continuidad al interior y el exterior sin que existan apenas cerramientos.

La gran rampa de acceso y los voladizos estructurales acentúan la sensación de monumentalidad liviana, cercana al brutalismo paulista. En el interior, el edificio se vuelve sorprendentemente dinámico: bloques, losas y planos de hormigón parecen flotar entre superficies coloreadas, muros de vidrio, balcones y múltiples niveles conectados. En los niveles superiores se ubican la biblioteca —el único espacio con total transparencia interior-exterior—, los departamentos, estudios y salas de clase.

Artigas y Cascaldi concibieron la FAU-USP como un ejemplo de arquitectura pública comprometida con el desarrollo técnico y social del país. Su estructura audaz, su espacialidad continua y su carácter cívico hacen de este edificio una de las piezas maestras de la modernidad brasileña y de la vida universitaria como ágora compartida.

Edificio Copan

El famoso rascacielos con forma de S, concebido también por Oscar Niemeyer en pleno auge modernizador e industrial de São Paulo, nació con la ambición de funcionar como una “pequeña ciudad vertical”. EL Copan se trata de la mayor obra de hormigón armado del país: alcanza 115 metros de altura, está organizado en seis bloques que reúnen alrededor de 1.160 unidades de distintos tamaños, donde viven aproximadamente cinco mil personas pertenecientes a diversas clases sociales.

Edificio Copan, 1966, por Oscar Niemeyer.

Además, alberga más de setenta locales comerciales. Su diseño integraba vivienda, comercio y servicios colectivos como cine, restaurantes, iglesia, guardería, galería comercial y piscina, con el propósito de acoger a una población diversa y reproducir, en altura, la complejidad de la vida urbana.

Uno de los aportes más significativos del Copan fue su solución de circulaciones internas: separó eficazmente los accesos peatonales de los vehículos, garantizó autonomías claras entre vivienda, comercio y ocio, y estableció conexiones directas entre la galería comercial y la calle. Esta organización funcional, junto con su famosa silueta ondulante, convirtió al Copan en un icono de la arquitectura moderna brasileña.

Con el tiempo, el edificio acumuló nuevos usos y mantuvo una mezcla social excepcional, incluso durante los periodos de degradación de los años 1970 y 1980. Desde la década de 1990 ha experimentado una revitalización impulsada por actividades culturales y nuevos comercios. Hoy, el Copan opera como una auténtica microciudad donde conviven habitantes, trabajadores, turistas y población vulnerable, consolidándose como un laboratorio urbano único en el centro de São Paulo.

Museo Brasileño de Escultura de São Paulo

El Museo Brasileño de Escultura, proyectado por Paulo Mendes da Rocha, se centra en una interpretación radical del diálogo entre arquitectura, paisaje y ciudad. El edificio se concibe como una pieza acomodada sobre al terreno existente: el arquitecto aprovechó el desnivel natural para encajar gran parte del programa en plataformas parcialmente enterradas, de manera que el recorrido hacia el interior se produce de forma progresiva y casi intuitiva.

Museo Brasileño de Escultura de São Paulo, 1995 por Paulo Mendes da Rocha.

Gracias a esta estrategia, el museo se integra sin imponerse, de modo que desde la calle solo destaca una estructura horizontal de hormigón que alcanza la altura de las viviendas del entorno y se incorpora sin estridencias al tejido de un barrio al estilo ciudad-jardín.

Esa viga-pórtico de 12 metros de ancho y una luz de 60 metros se convierte en el elemento definitorio del proyecto. Suspendida sobre el vacío, actúa simultáneamente como cubierta continua, umbral de acceso y pieza escultórica que orienta al visitante. Su sombra configura un amplio espacio exterior protegido, pensado inicialmente como zona pública abierta y que hoy acoge actividades como ferias de arte. A su alrededor se extienden jardines y láminas de agua vinculadas al diseño paisajístico de Burle Marx, reforzando la continuidad entre el edificio y el entorno natural.

La propia viga constituye un ejercicio técnico sobresaliente. Para salvar una luz tan extensa, la estructura recurre a cables internos de postensado, a un hormigón aligerado que reduce las cargas y a apoyos con capacidad de absorción que permiten los movimientos propios de la dilatación. Se creó además un espacio de unos veinte centímetros entre los pilares y la pieza superior para dejar visible la independencia estructural entre ambos elementos.

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