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Arquitectura Parlamento

Ruth Toledano

Madrid —

La corrupción siempre ha tenido pies de barro. Bajo la apariencia de la solidez, de la resistencia, de la sostenibilidad y la firmeza de la construcción, el andamiaje de la corrupción se tambalea y acaba por caer, enfangado en una torrentera de codicia. Pudiera ser una metáfora pero es un hecho: de la mano de constructores y arquitectos codiciosos, políticos, banqueros y empresarios corruptos han levantado un gigantesco entramado de obras espectaculares, faraónicas, inútiles, caras y con frecuencia defectuosas, que llenan sus bolsillos de dinero; las más de las veces, dinero sucio o dinero público. El paradigma de esta clase de construcción es el arquitecto valenciano Santiago Calatrava.

Si la arquitectura, la ingeniería y las obras públicas son también representación, la foto de lo que pasó el sábado en Benavente es la imagen misma de nuestro país: la flamante pasarela de madera derrumbada sobre el barro de los Cuestos de la Mota. Una pasarela construida sobre una tierra tan movediza que desde un viejo mirador siempre han podido apreciarse sus cambios naturales. Una pasarela construida ahí en contra de varios informes técnicos que lo desaconsejaban y con la oposición mayoritaria de la población. Una pasarela encargada por el Ayuntamiento de Benavente y construida por SOMACYL, empresa dependiente de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León. Una pasarela de madera que poco después de su construcción tenía carcoma. Una pasarela que era innecesaria y que, en una localidad de 19.000 habitantes y con altas tasas de paro, costó casi un millón de euros.

Conviene no olvidar que el alcalde de Benavente que llevó a cabo tal despropósito se llama Saturnino Mañanes. Y que tras el derrumbe ha seguido defendiendo la viabilidad del proyecto. Conviene recordar también que su concejal de Fomento se llama Manuel Vega. Porque conviene mantener fresca la memoria colectiva. Pero si la semana pasada quise combatir la homofobia del ministro Jorge Fernández Díaz recordando que, frente a nuestra legítima indignación, hay alternativas, como la de leer al docente y escritor queer Lucas Platero, hoy quiero combatir la arquitectura abusiva recordando que también en este terreno disponemos de alternativas, que hay una arquitectura que es debate, reflexión, encuentro, comunidad, creación, sostenibilidad.

Uno de estos arquitectos es el joven y creativo Andrés Jaque. Ha expuesto su obra en la Bienal de Venecia en 2010, en Gwanju (China) en 2011, en Basilea, en París o en el IVAM. En el año 2012, inauguró en el MOMA de Nueva York una instalación titulada Ikea Disobedientes, en la que cuestionó el discurso aislacionista que impulsa esa marca con sus campañas de “la república independiente de mi casa”. En 2003 creó la Oficina de Innovación Política, que él define como un Club de Disputas, desde el que se proponen debates, cursos, talleres y otras actividades relacionadas con la arquitectura y el urbanismo. También es el creador de una plataforma de pensamiento y transformación de Madrid llamada “Piensa Madrid”. Es creador de lemas como “Arquitectura es la sociedad tecnológicamente representada”.

Andrés Jaque considera que la arquitectura no debe educar a la sociedad sino “empoderar lo que ya existe”, trabajar para la durabilidad, para la representatividad y al servicio de la construcción social. Entiende la arquitectura como actividad política: la arquitectura se construye por medio de esas disputas, discusiones y activismos, de la emergencia de ideas que hacen transformaciones. Todo ello es una labor política en la que intervienen muchos agentes y cuyo poso es el testimonio de esas discusiones. Así que la arquitectura no es un resultado científico sino el resultado de una conversación colectiva, en la que los grandes temas que son relevantes para todos nosotros lo son para ella: el uso responsable de los recursos, la sensibilidad ecosistémica y medioambiental, la igualdad de género, los derechos de los animales, la representación de las minorías. Todo ello pasa por la arquitectura pero no se resuelve solo desde la arquitectura sino desde una plataforma en la que también están la sociología, la biología, la política, otras disciplinas para otro formato de trabajo más horizontal en el que las agendas se puedan discutir entre muchos.

Así que Andrés Jaque está convencido de que la arquitectura no se hace solo con edificios sino con muchas otras cosas: eventos, artículos, encuentros, activismos. Su visión de la arquitectura es la de un Parlamento donde es posible la relación de varios actores y en la que hay un riesgo que hay que distribuir: si se hace un aparcamiento, por ejemplo, muchos sectores de la población se van a ver afectados, y también el aire de la ciudad. Por lo que las sociedades deben desarrollar principios de precaución con los que entre todos decidamos los riesgos que queremos asumir y cuáles son las precauciones que exigimos. Es la defensa de otra forma de hacer y de transparentar los proyectos arquitectónicos y urbanísticos, con discusión pública, posibilidad de modificar los diseños y capacidad vinculante: lo que Jaque llama “Arquitectura Parlamento”.

Cualquier parecido entre este planteamiento y la pasarela de Benavente sería pura coincidencia. Porque si a la crisis económica nos ha llevado una crisis financiera provocada por la corrupción y la burbuja inmobiliaria, hay otras crisis que ejercen de andamiaje de ese edificio caduco, carcomido, con pies de barro: las crisis política, ética, ecosistémica, social, que, nos recuerda Andrés Jaque, no deben ser secuestradas por la idea de que es la económica la primera que tenemos que resolver. Pues es una profunda crisis ética y política la que construye en Benavente una pasarela de madera de un millón de euros que dura apenas un año porque se levanta sobre la torrentera de la codicia.

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