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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

La teletienda

Casado, Sánchez, Rivera e Iglesias en el debate a cuatro de RTVE.

Raquel Ejerique

El periodista Xabier Fortes tuvo que emplearse a fondo para intentar que los candidatos dejaran este lunes la teletienda y empezaran con la misión para la que habían sido llamados. Es duro, pero tenían que debatir. Al moderador le costó conseguir que el programa hiciera honor al nombre del mismo, porque a seis días de votar, sin que se puedan publicar encuestas que influirían en la opinión pública, con el factor experimental de Vox y la derecha dividida por primera vez en España, la principal tarea que parecían haberse marcado los candidatos era, más que ganar, no perder ni resbalar.

Iglesias se aferró a su plan, a su programa y a la Constitución, como un pastor a la biblia, y fue el más constitucionalista aunque luego fue ignorado como tal por Rivera, que sacó de su chistera accesorios con los que fue haciendo hogar y decorando su atril, incluida foto de Torra y Sánchez, que se embadurnó con el tono paternalista que da el manejo del BOE. Casado intentó no dejar de respirar hasta tocar el tema catalán, mientras veía cómo Ciudadanos se proclamaba entusiasta líder de la oposición.

Al mismo tiempo, en las pantallas led que decoraban cada monólogo del inicio se representaban las conexiones neuronales que los pacientes espectadores tenían que hacer para lograr entender y compartir algo con los cuatro opositores (de opositar) a La Moncloa. 

Los debates suelen ser muy anhelados, hasta que se producen, que es cuando los espectadores pensamos que podrían ser de otra manera, o no, a la americana, a la francesa, más argumentados, más entretenidos o más broncos. A los debates se va a pescar errores de otros, fallos, salidas de tono o simpatías. Se va a pescar votos, por eso rara vez quiere asistir el caballo ganador. Si lo que usted quería era ideas razonadas y confrontación de argumentos, puede descargarse el programa, algunos están frescos y recién colgados. Pero, aunque sean imperfectos, los debates son la única forma para ponerse en apuros, comparar y medirse. Pueden perjudicar seriamente la intención de voto. Por eso Santiago Abascal estaba dando gracias a Puigdemont y la Junta Electoral Central mientras tuiteaba desde casa la foto de cuatro loros. 

“Pueden interrumpirse”. “Guarden algo de tiempo porque de la viveza del debate también salen ideas”. Por favor, díganse algo entre ustedes, aunque sea con cariño, parecía que iba a ser la siguiente petición de Fortes. Lo consiguió conforme el tiempo pasaba y el debate se calentaba. Pero no se rebatieron las ideas del contrario, más bien se echaron cosas en cara. Por la que ponía Sánchez, tenía algunas guardadas en el cajón (“¿de qué color tiene las manos, señor Casado?”). El presidente tardó en remontar y lo hizo con los vientres de las mujeres. De hecho, el aparato reproductor femenino salió a relucir varias veces en los atriles de la mayoría absoluta de masculinos. 

Saltaron chispas en el tema catalán, donde a Casado por primera vez se le vio cómodo, y con la corrupción del PP, la moción de censura y Torra que, al igual que Vox, asistía como estrella fulgurante del decorado del firmamento. Se pidieron salir en el bloque de los pactos (Rivera a Casado, Iglesias a Sánchez). Pero, sobre todo, habían venido a hablar de su libro, después de fingir convenientemente que escuchaban interesados la pregunta que el moderador les hacía. Solo Pablo Iglesias parecía seguir el hilo de las preguntas.

En España los debates han sido históricamente escasos y siguen dependiendo de la voluntad de los líderes de los partidos. Suelen ser menos razonados de lo que deberían, salen a relucir datos sesgados, hay menos confrontación que enfrentamiento, simplifican y caen en manidos símbolos o desafortunadas metáforas (el silencio que pretendió Rivera, con música de fondo). Sin embargo, y pese a todo, ha sido interesante verlos esforzarse, medirse, sudar, emplearse y dirigirse la palabra, en directo, en un mismo mitin.

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