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Emociones y lecciones ante el fin de ETA

ETA somete a votación un documento que plantea el fin de su "ciclo y función"

Rosa María Artal

ETA pide perdón, perdón tras más de 800 asesinatos y más de 40 años de terror. Dice en un comunicado hecho público este viernes: “Somos conscientes de que en este largo periodo de lucha armada hemos provocado mucho dolor, incluidos muchos daños que no tienen solución. Queremos mostrar respeto a los muertos, los heridos y las víctimas”. Y ese punto se circunscribe a los hechos: nadie devolverá la vida a las víctimas, no hay vuelta atrás, pero es un punto final y lo mínimo es arrepentirse de tanto daño causado. Pero hay más lecciones que aprender.

Un cúmulo de emociones brotan ante el fin de ETA. Cuando se ha vivido en el País Vasco ejerciendo el periodismo y el sonido del teléfono al punto de la mañana equivale a muerte, cuando por ello se es capaz de distinguir perfectamente que la explosión que despierta en Madrid no es una bombona de butano, y la calle se ha llenado de sangre y de cascotes de destrucción en paisaje devastador, no es fácil dejar espacio sino a las emociones largamente contenidas. Más de lo que una creía.

Y se agolpan recuerdos. La niña que perdió algo más que las piernas manteniendo la cordura. El luchador acallado, tantos de ellos que nos causaron una estupefacción indescriptible. El coche bomba que reventó en la Casa Cuartel de Zaragoza. Los niños atónitos de todas ellas en Euskadi. Los muertos retorcidos y los quemados para siempre en Hipercor. Aquél autobús de la plaza de la República Dominicana de Madrid, cuajado de guardia civiles jóvenes a cuyas familias conoces rotas de dolor en pueblos recónditos casi sin salida. Aquel joven secuestrado al que todos en España sosteníamos para verlo libre, con tanta fuerza que su muerte nos sumió en la desolación. Las madres, esposas, hijos noqueados, intentando mantener la fuerza. Cualquier cosa es preferible a conservar esa locura…

Lo he pensado muchas veces. He escrito muy poco de ETA porque vi sus zarpazos tan cerca que nunca quise convertirlo en una trivialidad. Sí ha estado en artículos y libros que constituyen un archivo impagable y que miro ahora un tanto estremecida. La barbarie de cada muerto, de cada político o periodista obligado a vivir con escolta, los pueblos impregnados del silencio del temor.

Pero la lucha contra ETA ha estado jalonada de una obscena manipulación del terrorismo. Fue el presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero –y hay que reconocerlo– el que se empeñó en acabar con la organización terrorista incluso ya desde la oposición. Con éxito. Aunque con una frontal guerra sucia del PP y la caverna mediática. Y conviene recordarlo y más hoy que el aire se llenará de palabras. Conviene recordarlo porque es una realidad, un freno con el que hay que contar.

En 2007, en un período en el que el único atentado en mucho tiempo fue el de la T4 –terrible, mazazo devastador– el PP, sus medios afines y grupos de extrema derecha varios emprenden y desarrollan una campaña sin precedentes para protestar –dicen– por la política antiterrorista del Gobierno. Trece manifiestaciones cuento, pudieron ser más. Por ejemplo, la del 10 de marzo de 2007, víspera del tercer aniversario de los atentados del 11-M, que ni se nombran, porque en esta ocasión “no toca”. El PP fleta 760 autobuses para hacer llegar gente de toda España.

Mariano Rajoy, en el comunicado final, reitera sus teorías sobre las cesiones que le presupone al Gobierno del PSOE e incluye hasta un mensaje mesiánico: “Volved a vuestras casas y contad a todo el mundo lo que ha pasado aquí, lo que habéis hecho, lo que habéis sentido. Que os vean en pie, con la cabeza alta y fuertes como yunques. Orgullosos de ser españoles que no se resignan. En ese espíritu, convoco solemnemente a todos los españoles, a los que les importe España, a poner fin a esta situación”.

No se resignan… a intentar el fin de ETA como hacía Zapatero. Poner fin ¿cómo? Entre otros, el diario ABC publica una tribuna de apoyo, del escritor Juan Manuel de Prada, titulada Alta traición que terminaba así: “Llamemos a las cosas por su nombre: esto es alta traición. Cabría preguntarse si un gobierno que humilla el honor de un Estado no merece algún tipo de castigo. En épocas menos confusas esta pregunta habría obtenido una respuesta inmediata y severísima”. ¡El intento de acabar con ETA!

Estos días, en ese cúmulo de emociones que se creen controladas pero no lo están, prima de nuevo pensar en el futuro. Aunque no sea fácil, porque aún quedan varias realidades. La arcaica y primitiva mentalidad del fanatismo. El uso que de todo mal hace la mala política. La tentación de la demagogia.

A las víctimas queda invocarles una vez más a que piensen en que su dolor no fue ni es inútil sino que construyó un porvenir en el que sus hijos y los hijos de los asesinos tal vez puedan mirarse a la cara sin rencor. Ni falta que hacía semejante precio, pero al menos estamos en el camino. Concordia, generosidad, aunque hoy aún pueda parecer mentira. Aunque igual la ventana a la esperanza está abierta de par en par y se está empezando a conseguir. El País Vasco, no sin esfuerzo, alberga ya la paz y la convivencia. Y hay que seguir luchando por el “nunca más”. Por el nunca más de tantas cosas...

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