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El dolor del retorno

Folleto de la exposición 'La generación del 87. Orígenes y destinos, 1987/2017'

Montero Glez

Ulises, el héroe griego que viajó a Ítaca atormentado por la nostalgia, nos enseñó que el dolor del retorno nos hace regresar al punto de partida. Tal vez sea por eso que los más viejunos recordemos los años ochenta como una patria de banderas nocturnas y tribus urbanas a la que siempre queremos volver. 

Esto viene a cuento por la exposición fotográfica inaugurada estos días en Madrid, donde los 87 rostros más relevantes de 1987 vuelven a ser retratados 30 años después de que la revista La Luna de Madrid los sacase entre sus páginas. Una montonera de caras conocidas se han prestado a ser retratadas para compartir el tiempo pretérito, haciéndolo presente en un instante que nos lleva hasta aquellos días en los que la droga era la religión del pueblo y el Rock-Ola su templo.  A aquella Odisea se la denominó Movida Madrileña. 

Con todo, aquellos tiempos tan clásicos tuvieron su lado artificioso. Según cuenta el Mariskal Romero con mucho acierto, lo de La Movida Madrileña fue la mejor película de Pedro Almodóvar que Pedro Almodóvar nunca llegó a filmar. Hay que hacerse cargo de que el Mariskal hace la definición desde el resentimiento de clase, desde ese lugar tiznado por el betún de la derrota. Es comprensible por ser su voz -la del Mariskal- pionera del Rrollo, movimiento que hubo antes de La Movida y que el Mariskal Romero impulsó a finales de los años setenta, dinamizando la relación entre la música y la calle, lo que daría origen al rock urbano. Grupos como Leño, Topo, Asfalto, Ñu, mantenían el discurso legítimo desde los márgenes y la incertidumbre

La llamada Movida madrileña fue un invento de niños pijos que vendrían a retirar la autenticidad de las calles y de la escena, cambiando guitarras y talento por cajas de ritmos y falta de espontaneidad. Despreciando lo válido e incentivando lo inútil, Madrid se convirtió en capital de lo más yermo, aunque se presentase como todo lo contrario.

Sin embargo, el único valor artístico de aquellos t   iempos se lo lleva una generación de artistas sublimes, que conformarían una memoria plástica hasta ahora no superada, me refiero a nombres como Ceesepe, Barceló, Hortelano, Javier de Juan, los hermanos García-Alix o Ouka Leele. Fue lo más destacado, con diferencia. Por lo demás, he de dar la razón a mi querido Mariskal Romero, La Movida Madrileña fue La Odisea de unos héroes de plástico.

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