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Los echamos

Soraya Saéz de Santamaría, sola en la bancada del Gobierno

Elisa Beni

Lo que no puede ser no sólo no puede ser, sino que es imposible. Imposible era que una democracia occidental aguantara un gobierno creador de una trama institucional de corrupción sin que nada sucediera. Lo expliqué aquí mismo en El desalojoRajoy: Game Over recientemente y en muchos otros artículos con anterioridad. Insistía en que sólo con las gafas del deseo, de la incredulidad o del miedo a perder los privilegios podían ignorarse las señales de cual iba a ser el resultado de la moción de censura: un nuevo gobierno para España alejado de la corrupción, de la mentira y de la indignidad.

Hoy será un gran día para la democracia, pero también se abre una ventana de esperanza. No sólo porque gobiernen unos en lugar de otros sino porque queda definitivamente consagrado el principio democrático de que los actos tienen consecuencias y que ser indigno, corrupto, pervertir las instituciones, faltar al respeto a los ciudadanos y sus representantes tiene consecuencias y, sobre todo, que tiene la más grave para un gobernante: perder el poder. A partir de ahora el mensaje es muy distinto al que el Partido Popular se había esmerado en grabar a fuego. No, los votos propios no lavan los pecados de lesa honestidad ni mucho menos los delitos porque enfrente, vigilantes, están los votos de otros muchos millones de ciudadanos que no están dispuestos a consentir que el apego al poder de unos cuantos destroce la dignidad de todos.

El mensaje institucional, europeista y alejado del caos y la ruina, que la derecha quiere verter para estigmatizar a las fuerzas de izquierda y nacionalistas, quedó perfectamente conjurado por el candidato Sánchez que dejó bien claro que otra forma de dibujar este país es posible. La conciencia social, el país plural, el diálogo y el entendimiento, las mujeres, la violencia de género o los dependientes. Hablaba el candidato para Europa. Hubo un momento en el que Rajoy comenzó su despedida.

Probablemente el PNV había cumplido su promesa de hacerle saber el primero que darían el bai a la moción de censura. Esteban lo explicó por la tarde de forma perfectamente racional y haciendo un análisis político irreprochable. Lástima que tuviera que hacérselo a un bolso de señora colocado en el escaño de un presidente del Gobierno que quiso tener un último gesto de desprecio hacia el parlamento. Los nacionalistas vascos aprovecharon para darles un txalo bien dado a los partidos nacionales que dejaban la solución de sus problemas en manos de un partido que nada quiere saber de gobernar España y les reprochó que sólo saben jugar en corto. Pero lo que dijo tenía toda la lógica: la sentencia marca un antes y un después, había más mociones anunciadas para convocar elecciones si esta no salía y eso les perjudicaba y, por último, el sentir de la sociedad vasca en general y de sus votantes en particular no casa con mantener al gobierno de Rajoy.

Las cuentas de una nueva página democrática salían. Ya no cabía duda. El fantasma de la dimisión agitado por Ciudadanos fue recogido en algunos momentos por todos aquellos seguidores del PP, por sus apesebrados también, que contemplaban cualquier solución antes que resignarse a la pérdida del poder. Perder el poder. ¡Perder el poder es perder tantas cosas! ¡Hay tanta gente que ve su futuro personal desvanecerse en el instante de una votación!. ¡Hay tanto que ganar cuando se gana y tanto que perder cuando se pierde! De nuevo sólo la desesperación puede creer en tal salida. A veces creo que Rajoy y su partido nos han acostumbrado a tal nivel de trilerismo que nos han embotado. Es tan evidente que Rajoy no puede permitirse dimitir que hasta Sánchez le dio un pase de pecho con la idea para rebatir el argumento de que sólo busca llegar a Moncloa. Rajoy no dimitirá porque eso supone asumir su responsabilidad política en la corrupción y es tanto como borrar de la historia su paso de la forma más ignominiosa posible. Rajoy no dimitirá porque eso le mataría como político y no está dispuesto a que suceda y, sobre todo, Rajoy no dimitirá porque eso no arreglaría nada. Los que deseaban sobre todo no perder los comederos, no repararon en que esa trampa tendría que llevar después aparejada una sesión de investidura de otro presidente del PP y de que si existe una mayoría para la moción de censura es imposible que exista mayoría para investir a ningún candidato del PP. Rajoy será lo que se quiera pero conoce la aritmética parlamentaria y constitucional algo que el baldragas de Rivera no conoce ni de pasada. Todas sus propuestas cambiantes eran imposibles desde el punto de vista constitucional.

Ahí se vino arriba el candidato Sánchez, que no se privó de desenmascararlo. Rivera que apareció solo en el Congreso, sólo con sus encuestas, sobre las que también fue advertido, y que se quedó sólo respaldando con su voto al partido condenado y apartado por su corrupción. Ellos, los de la limpieza y la ética. Sus incoherencias y sus propuestas caprichosas e interesadas quedaron bien retratadas. Tanto que la pataleta de Rivera en su intervención alcanzó tintes deplorables. Llegó a rozar lo rastrero cuando les dijo a los nacionalistas “aprovechen para violar derechos estos meses”. El resto de la intervención se resumió en pedir esas elecciones que ansía que lleguen antes de las municipales.

Hoy los votos de los representantes de millones de españoles llevarán a la Moncloa a Pedro Sánchez y hasta en el tono de las respuestas se notó que otros vientos soplaran por las tierras, las tierras, las tierras de España. A galopar. Eso es lo que queda por delante. No va a ser fácil y todos lo saben pero, contra lo que predican, esto abre también una ventana de oportunidad para futuros gobiernos de izquierda. Nada se va a derrumbar. Hay miedos que se perderán. Hay votantes hundidos y desesperanzados que saldrán. Debería haber sucedido hace dos años pero nunca es tarde si queda claro que existe la posibilidad de hacer las cosas de otra manera.

Hoy muchos respiraremos tranquilos porque habrá quedado claro que en un país con dignidad no todo vale. Los echamos.

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