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La guerra de los botones

Bescansa en una imagen de archivo

Montero Glez

La televisión llegó tarde a mi casa; tarde y a blanco y negro. Hasta entonces había sido la radio el electrodoméstico protagonista del hogar; después de la nevera, se entiende.

Recuerdo que por la radio seguíamos seriales lacrimógenos donde las mujeres sufrían engaños, celos y etcéteras. También recuerdo la música de la radio, aquellas coplas pasionales que a su vez las vecinas canturreaban en el patio mientras tendían la ropa.

Eran tiempos grises; de un gris marengo que se acentuaba con el consultorio de Elena Francis, los anuncios de almacenes Sepu y de la joyería Enrique Busian. Por eso, cuando nos instalaron la televisión en el mueble de la sala, el milagro de la imagen constituyó un acontecimiento familiar que venía de la mano del progreso. Lo recuerdo bien. La primera película que vi, sentado en aquel sofá de escay, fue “La guerra de los botones”. Una peli donde los protagonistas eran niños colegiales que jugaban a la guerra, arrancando los botones de la ropa a los muchachos que hacían prisioneros.

Todo esto viene a cuento por lo ocurrido el otro día cuando se filtró un borrador de instrucciones para usar el piolet político contra Pablo Iglesias. Pienso que, de haber sido al contrario, de haber perdido Pablo Iglesias el Congreso de Vista Alegre, nunca hubiera osado hacer algo parecido. Es un asunto grave para una organización política como Podemos; una estrategia propia de una intriga palaciega donde destaca el peligroso tufo tecnócrata de Carolina Bescansa que se suelta mucho cuando se trata de aplicar adjetivos derivados de la palabra “orden”. Porque el orden siempre ha sido asunto peligroso y a la vista está el borrador, ordenado de tal forma que no deja sitio a la duda cuando toca imponer de manera sibilina candidaturas. La primera, la suya.

Hasta el momento, el borrador de Carolina Bescansa lo único que ha conseguido ha sido dejar en evidencia a Iñigo Errejón que se ha quedado en gayumbos después de haberle arrancado ella misma los botones, tras hacerlo prisionero de sus delirios de poder.

Por seguir con los tiempos aquellos en los que llegó la televisión a mi casa, he de decir que después de “La guerra de los botones” se cerró la emisión, no sin antes aparecer la imagen de Franco sobre el fondo del himno nacional. El borrador de Bescansa me ha recordado aquellos tiempos gris marengo donde los tecnócratas del Opus señalaban el orden a seguir.

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