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Las mujeres paran a los ultras

Las juntas electorales recuentan esta semana los votos, con escaños en el aire en provincias como Baleares

José María Calleja

Los resultados de las últimas elecciones demuestran que España es un país progresista, con una mayoría de izquierda y feminista. Un país que desde luego no esta dispuesto a perder las conquistas sociales que ha costado años lograr y en algunos de los cuales ha sido pionero en el mundo, especialmente en derechos de las mujeres, matrimonios de personas del mismo sexo, igualdad, dependencia; más tarde en sanidad y educación públicas.

Queda por afinar el dato y sería bueno que alguien nos lo contara, pero no parece difícil imaginar que ha habido un voto muy importante de las mujeres a los socialistas para impedir  que saliera adelante la anunciada agenda de Vox, imbricado con ultras como Hazteoír, que pretendía derogar la ley contra la violencia machista y que se había puesto en Andalucía a cachear a aquellas que luchaban contra el machismo.

El discurso ultra y regresivo de Vox ha impregnado al PP hasta el punto de que ¡Casado les ofreció entrar en el Gobierno!, desesperado el pasado viernes por las encuestas internas que le auguraban el batacazo que finalmente se ha dado. Esa vuelta al pasado remoto no se ha conseguido porque las españolas han puesto freno a un eventual gobierno de la derecha tripolar.

Vox, que  se ha convertido en el centro de la campaña hasta el punto de impregnar al PP y a Ciudadanos en su histeria reaccionaria, se ha quedado frustrado y, a pesar de sus buenos resultados, no ha logrado sus propias expectativas y no ha alcanzado el deseo compartido con el PP y CS de echar a Sánchez de la Moncloa.

Ha logrado Pedro Sánchez en poco tiempo pasar de un partido en liquidación por falta de espacio, con los peores resultados de la historia socialista, agujereado por una lucha cainita, a convertirse  en modelo de éxito socialdemócrata, así para España como para el resto de Europa.

En el resto de la Europa progresista -donde triunfan las derechas extremas, de finlandeses verdaderos, por ejemplo- se ha celebrado con sorpresa inaugural de una nueva época el triunfo socialista, un resultado propio de los estupendos tiempos de la socialdemocracia española ochentera.

El triunfo de Sánchez enlaza con los resultados socialistas propios de los años en los que la socialdemocracia era hegemónica en España, gobernaba, o era alternativa de gobierno y, desde luego, marcaba la agenda de la política española, pongamos como última referencia el triunfo de Zapatero en 2008.

En estas elecciones generales Sánchez ha pasado de las apreturas del frente de rechazo de la moción de censura contra Rajoy, de su precariedad en escaños, que le hacía pasto de las críticas virulentas de la derecha ahora perdedora, a tener una mayoría holgada que invierte la situación: ahora quieren pactar con él y Sánchez puede decidir la prelación de sus socios, no necesariamente estables.

Después del vértigo de la lucha virulenta dentro del PSOE de hace tan solo unos meses, Sánchez ha logrado recuperar la centralidad, la hegemonía, y desde luego el poder concreto que supone ganar las elecciones de manera holgada.

El triunfo de Sánchez le permite al  PSOE formar gobierno en solitario; puede pactar a babor o a estribor; puede hacer un gobierno monocolor y es casi seguro que pondrá al frente del Congreso y el Senado a dos mujeres socialistas. Las urgencias las tienen los otros ahora, véase a Casado haciéndose en unas horas de centro de toda la vida después del golpetazo.

El triunfo socialista adquiere un valor redundante si se compara con el destrozo del PP, que se ha quedado liofilizado, en la mitad de sus apoyos, y con dudas razonables sobre su liquidación. Casado ha logrado bajar a su partido de los cien escaños, derrota sin precedentes desde los tiempos de Fraga, a base de llevarlo a la extrema derecha.

Todo ocurre después de que Casado haya logrado meter no menos de siete insultos en una frase por metro cuadrado al día, todos ellos de grueso gramaje. Se ha crecido el fracasado jefe del PP en las últimas semanas en el arte de llamar felón, manos sanguinolentas, ilegítimo a Sánchez; le han dicho desde el PP que esta con pederastas, violadores y otros canallas. Bien, el resultado esta a la vista, Casado se ha quedado en la mitad de los apoyos y Sánchez parece Churchill en su estatura política y en su centralidad, gracias a los exabruptos de Casado, Rivera y Abascal.

El histérico de Rivera -si fuera mujer se lo hubieran dicho mil veces- ha quemado su propio campo de juego y a base de insultos, golpes de pecho y gestos de futbolista pone muy difícil rebobinar y pactar con el PSOE, aunque en política sabemos que nada de nada es imposible. Lo cierto es que tanto Sánchez como Rivera no se pueden ni ver.

Da la sensación Rivera con sus declaraciones después del domingo de saltarse los resultados y actuar como si las próximas generales estuvieran a la vuelta de la esquina y él fuese a ganarlas seguro. Una actitud que refleja el desprecio a lo que acaban de manifestar los españoles en las urnas.

Podemos ha pasado de decirle a Sánchez los ministerios que se pedía, de pensar que en el 2016 se produciría el sorpasso, a ver cómo el que le adelanta es Ciudadanos. Pierde muchos votos y muchos escaños.

El tablero ha cambiado, Sánchez será presidente y a poco bien que lo haga puede estar unos años en el gobierno. Las mujeres han decidido no volver al pasado.

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