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De esta salimos más desiguales

Niños ante un ordenador.

Sílvia Claveria

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El eslogan del Gobierno “esto lo paramos unidos” nos interpela a todos los ciudadanos y hace referencia a que con un sacrificio de cada uno de nosotros vamos a poder superar esta situación. Todos vamos a tener que contribuir, pero parece que unos van a tener más consecuencias que otros. Este virus sí que parece que entiende de clases y los efectos del confinamiento lo van a sufrir más aquellas familias vulnerables, especialmente las que tienen hijos.

Un amigo me comentaba que una trabajadora del hogar que está empleada en su casa algunas horas semanales le había preguntado si podía utilizar su impresora para poder imprimir algunos de los deberes de sus hijos. Como bien explica Eloi Mayordomo, el confinamiento va a tener efectos desiguales para las familias con hijos. Aquellas con menos recursos van a sufrir un entorno más estresante porque económicamente van a estar en una situación más vulnerable, con una comida de menos calidad… pero a todo esto también es necesario pensar en cómo el confinamiento va a tener efecto en el acceso a la educación de los niños. Ya hay muchos estudios que muestran que el número de libros en casa tiene un efecto tanto en las altas expectativas educativas de los niños como en su desempeño educativo. Pero la interrupción de las clases va a sumar algunos efectos específicos.

La brecha digital va a afectar en el derecho a la educación que tienen los niños. El cierre de los centros educativos exige que esta educación se realice por vía digital. Según datos que publica el Alto Comisionado contra la pobreza infantil, un 9% de hogares con menores y con menos de 900 euros mensuales no disponen de internet, y un 4% de aquellos de 1.600 euros mensuales tampoco tiene acceso. Sin embargo, el hecho más preocupante no es el acceso a internet, ya que ahora se puede tener desde muchos dispositivos, por ejemplo, desde el teléfono móvil, sino hasta qué punto pueden disponer de internet para realizar las actividades educativas. Así, según los datos de PISA, uno de cada cinco niños con pocos ingresos no disponen de ordenador en casa para hacer los deberes. Concretamente, más de un 20% de los hogares más vulnerables no tienen tablets para estas finalidades, y un 15% tampoco tienen ordenador. Esto es importante porque estos recursos están relacionados con un mejor rendimiento del alumnado. Además, aquellos con una exposición a internet moderada obtienen, de media, mejores resultados que el que no accede a la red.

Por otro lado, no es solo importante tener dispositivos con acceso a internet, sino hasta qué punto lo pueden utilizar con finalidades educativas. Los datos muestran que existen diferencias entre clases en este aspecto. Según PISA, el 16% las familias más desfavorecidas nunca utilizan dispositivos digitales para hacer deberes, sin embargo, un 52% de los menores de estas familias están entre 4 y 6 horas frente a las pantallas. De aquellas familias más acomodadas, solo un 6% no utiliza estas tecnologías para tareas educativas y, además, solo un 34% está más de cuatro horas al día delante de las pantallas, un 20% menos que las desfavorecidas. Se sabe que la exposición excesiva a internet tampoco es beneficiosa (seis o más horas diarias) ya que repercute en peores resultados de rendimiento. En otras palabras, es habitual que todas las familias dispongan de dispositivos digitales, pero la diferencia va a ser el número del que dispongan y, por tanto, para qué las van a utilizar. Así, muchas familias económicamente vulnerables van a disponer de alguno de estos dispositivos, pero no van a poder tenerlo exclusivamente para realizar deberes, sino para uso de ocio de toda la familia. Esto reduce mucho el tiempo que pueden tener los menores para utilizarlos en cuestiones educativas.

Si el confinamiento se alarga mucho, tal vez podremos ver una polarización a nivel educativo entre las familias más vulnerables económicamente y las que no se encuentran en esa situación. Es decir, que los niños de familias con pocos recursos pueden finalizar el curso con menos estímulos educativos que los de otras familias. Por tanto, estos niños pueden acabar atrapados más fácilmente en un ciclo de precariedad perverso que se inicia con el fracaso escolar o la repetición y acaba en perpetuar desigualdades sociales para el resto de su vida. Es cierto que aún el Gobierno está pendiente en atajar problemas muy urgentes y muy graves de salud pública. Pero cuando la urgencia sea menor no debemos olvidarnos de todos aquellos que van quedando atrás. De momento, el estado de bienestar protege menos a los niños y jóvenes y está basado en las cotizaciones a la seguridad social que complica el acceso a prestaciones sociales a aquellos que han tenido vidas laborales más precarias e intermitentes. Así que en un futuro será necesario plantearse la reforma del acceso a estos servicios.

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