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Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.

Servidumbre voluntaria

Rafael Reig

Creo entender bien lo que usted dice, Marcx, pero comprendo mejor lo que dice el señor Chapitel. A mí modo de ver, no podemos dejar que nos distraigan tanto. Para empezar a no ser súbditos deberíamos comportarnos como si ya fuéramos libres. ¿Ha visto usted los miramientos y las genuflexiones que el PSOE le dedica al rey? Empecemos por exigirle eso a los políticos, pero no sólo a ellos. Que el ABC haga el gasto de mayúsculas que estime necesario, pero este periódico ¿por qué le concede el beneficio de una mayúscula al rey? No me parece indispensable (al menos de momento) instalar una guillotina en la Puerta del Sol: bastaría con perderles el respeto. A quienes dicen representarnos hay que preguntarles por qué acuden a desfiles militares presididos por el rey, por qué se preocupan tanto por su rodilla y en nombre de quién agachan la cabeza ante él. Y como diría Antonio Orejudo: exijámosles a los políticos que no se dejen tutear jamás por ese individuo o que le respondan tratándole también de tú.

¿Tiene negocios el rey, utiliza su cargo y los medios que ponemos a su disposición para hacer dinero que además se lleva a Suiza? No lo sé, pero ¿quién tiene autoridad moral para preguntárselo? ¿El PSOE, donde todos se hacen consejeros de empresas en cuanto pueden? Aquel famoso ministro de Justicia, el banal y venatorio Bermejo, por ejemplo, ¿es la persona indicada para denunciar las cacerías del rey?

Del PP, por supuesto, mejor ni hablar. Si por ellos fuera, a juzgar por sus modales y por la boda que organizó Aznar en El Escorial, tampoco son partidarios de tener un rey: estarían más a gusto con un emperador. Sin complejos.

Para mí la cuestión no es solamente ni principalmente la forma del Estado, sino la toma del poder y la transformación de la sociedad. En ese proceso, la monarquía caerá por sí sola, pero no al revés: aunque no tuviéramos que soportar un rey, tendríamos empresarios, banqueros, explotación, creadores de empleo (sobre todo en Asia en régimen de esclavitud), lucha de clases, procesiones del Corpus y los mismos insufribles arquitectos plantando en las ciudades eso que llaman edificios emblemáticos. Francamente: para ese viaje no necesitamos tantas alforjas ni tantas guillotinas.

Con esa familia de los Borbones, de momento, a mí me basta con perderles el respeto. Si quieren hacernos súbditos, que nos obliguen, no se lo pongamos fácil.

En mi juventud compartí clase con la reina Sofía. Íbamos a un seminario en el Instituto España, en la calle San Bernardo, y una de las estudiantes era ella. También estaba entre los estudiantes el ya citado Antonio Orejudo, que no me dejará mentir. Antes de la primera clase, alguien preguntó qué tratamiento debíamos usar. “El que ustedes quieran, no tienen ninguna obligación, pero les recomiendo un trato respetuoso y de usted, tal y como yo les estoy tratando a ustedes”, nos indicó un edecán, palaciego, correveidile o lo que rayos fuera el baranda.

¿Sabe lo que pasó? Seguro que se lo imagina: cuando llegó la reina hubo tipos que al darle la mano hicieron reverencias, se oyó la palabra majestad y en cuanto ella le ponía el capuchón a su pluma (una Mont-Blanc, si mal no recuerdo) y cerraba su cuaderno, el profesor se aturullaba y daba por concluida la clase fuera la hora que fuera.

Y todo aquello era innecesario, incluso desde el punto de vista del edecán.

¿He explicado ahora mejor a lo que me refiero?

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