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The Guardian en español

El búnker de Alepo que da refugio a los niños huérfanos por la guerra

El nuevo hogar de estos niños está lleno de color, columpios y juegos. También hay un escenario en el que los profesionales intentan ayudar a los niños a afrontar algunos de sus traumas.

Emma Graham-Harrison

Dos plantas bajo tierra, los niños huérfanos más afortunados de Alepo duermen lo más seguro que se puede dormir en una ciudad en guerra, aunque a menudo se despiertan sobresaltados por las bombas que destrozan las calles sobre sus cabezas.

Los cuidan Asmar Halabi y su mujer, que conoce desde lo más íntimo y doloroso el daño que pueden provocar los explosivos: aún arrastra heridas producidas por un ataque aéreo a una escuela hace dos años.

El sufrimiento de los niños de esta ciudad siria, que han vivido años de bombardeos, volvió a las portadas de la prensa la semana pasada por la imagen del niño de cinco años Omran Daqneesh, despojado y sangrando en una ambulancia. Sus padres también salieron vivos de los escombros de su casa (no así uno de sus hermanos) y la familia se ha reunido. Pero mientras los ataques aéreos rusos y las bombas de barril del Gobierno destrozan calle por calle el Este de Alepo, controlado por los insurgentes, muchos niños sufren un shock y una pérdida aún mayores.

Los 50 niños a cargo de Halabi en el orfanato Moumayazoun (niños espectaculares) están entre las personas más vulnerables que quedan en la ciudad. La institución se instaló bajo tierra cuando los implacables bombardeos empezaron a imposibilitar que siguiera la vida normal, y ahora proporciona un refugio subterráneo.

Los niños tienen entre 2 y 14 años. Sus padres han sido asesinados, tienen enfermedades mentales o se los ha arrebatado de alguna otra forma cruel un conflicto que se acerca ya a los seis años.

“Se han adaptado de una forma extraordinaria a esta vida terrible”, cuenta Halabi. “Por ejemplo, antes se asustaban cuando oían el sonido de los aviones, pero ahora quieren salir del edificio y mirar al cielo para ver las aeronaves cuando las oyen sobre sus cabezas”.

Muchos se habían quedado sin hogar, como los hermanos Omar, de 12 años, y Mufedah, de 13, a los que encontraron durmiendo en harapos sobre las escaleras del edificio del piso de su tío. Este los había obligado a pedir comida y dinero en la ciudad arruinada después de que su padre muriese y su madre tuviera una crisis nerviosa y luego desapareciese, según relata Halabi. Aunque su pariente los había echado del piso, la puerta del edificio seguía pareciéndoles más segura que las calles.

El orfanato abrió el año pasado, después de que los activistas mostraran su preocupación por el cada vez mayor número de niños que se buscan la vida solos en la calle. Tiene espacio para otros 100 niños, y llegan nuevos residentes con una regularidad trágica.

“Hicimos un estudio sobre el número de niños que habían perdido a uno o a ambos progenitores, y desafortunadamente la cifra era alta”, explica Halabi, que antes de la guerra era comerciante y no tiene hijos.

Su equipo de 25 personas incluye desde cocineros y vigilantes de seguridad hasta profesores de matemáticas, árabe, punto, lectura del Corán y muchas otras materias. Entre las figuras más importantes en el orfanato están los psicólogos a jornada completa, que tienen una zona concreta de terapia en la que trabajan con niños como Yasmeen, de ocho años. Halabi relata que esta niña, que perdió a su madre y a su padre, llegó con miedo a la oscuridad después de que los voluntarios la encontrasen pidiendo en la calle. Hoy le va bien y está entre los primeros de su clase.

“Sinceramente, cuando llegan los niños sufrimos mucho con ellos porque han pasado por muchas situaciones, pero después de unos meses aquí suelen mejorar”, señala. “Nuestro objetivo es protegerlos y educarlos para que salgan adelante en el futuro. La mayoría de los niños ha perdido a ambos progenitores en esta guerra. Quizá el 5% solo ha perdido a uno de ellos pero el otro sufre problemas mentales tan graves que no pueden hacerse cargo de sus propios hijos”.

Con la financiación de una ONG y de donaciones de particulares extranjeros, Halabi y su equipo pasaron seis meses el año pasado renovando un edificio para construir varios pisos con alegres dormitorios y aulas.

Fue un alegato de esperanza en una ciudad en la que los edificios son habitualmente derrumbados y hechos trizas. Pero eso fue antes de que los aviones rusos se unieran a la guerra aérea contra los rebeldes de Alepo. Sus ataques dirigidos se suman a la matanza indiscriminada de las bombas de barril que lanza el régimen sirio.

La ferocidad e intensidad de los bombardeos aumentó y, al haber muchos ataques aéreos contra objetivos civiles, incluidos hogares, mercados, hospitales y escuelas, el orfanato decidió que ya no era seguro confiar las vidas de los niños a una rutina normal. Fue entonces cuando movieron los colchones bajo tierra, junto con buena parte de sus actividades, desde las clases hasta el deporte, para que los niños pudieran dormir, comer y estudiar con la seguridad de tener unos metros de tierra sobre sus cabezas.

“Cuando llegan los aviones, bajamos a los sótanos con los niños”, indica Halabi. Añade que prácticamente han dejado de salir al exterior: “Antes llevábamos a los niños a los jardines para pasarlo bien. Desgraciadamente, por culpa de los incesantes bombardeos y ataques aéreos, no nos sentíamos libres, así que acabamos dejándolo por completo. Nos preocupamos mucho por garantizar la seguridad de los niños, así que no les dejo salir a la calle”.

Su nuevo hogar está lleno de color, y hay columpios, una zona de trabajos artesanales, secciones de ordenadores y juegos. Hay un escenario, donde los psicólogos y profesores intentan ayudar a los niños a afrontar algunos de sus traumas a través de la interpretación.

Al contrario que los equipos de apoyo de los centros de refugiados, estos no solo tienen que lidiar con los horrores del pasado que han sufrido los niños, sino también prepararlos para el sufrimiento que les puede quedar por delante. Las zonas controladas por la oposición han sido sitiadas por las fuerzas gubernamentales durante casi un mes este verano, y aunque se ha roto parcialmente el bloqueo militar, los civiles del este de Alepo siguen bastante aislados.

“Hace poco montamos una obra de teatro para hablar del asedio, con canciones de rap y revolucionarias, a pesar de que no saben qué significa realmente un asedio”, cuenta Halabi.

A medida que la posibilidad de un asedio se hizo más real, se plantearon irse a Turquía con los niños, pero decidieron no hacerlo. Alepo es su hogar y todos los días mueren más padres en la guerra que dejan atrás a niños en situación desesperada de necesidad, y estos ahora mismo solo tienen una esperanza.

“Somos como una gran familia aquí”, reflexiona Halabi. “No hay ningún otro orfanato en Alepo”.

Con información adicional de Hussein Akoush

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo

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