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La tele manda, Bertín triunfa y Rajoy amenaza con repetir (si le dejamos)

Gumersindo Lafuente

Se veía venir, todos pendientes de #BertinyRajoy. El presidente aprovechando hasta los últimos minutos su poder sobre la televisión pública para, con nuestros impuestos y aún libre de la vigilancia de la Junta Electoral, disfrutar de un buen masaje en hora de máxima audiencia. Y todos pendientes de él, de sus soserías, de sus banalidades, de su particular campechanía y sentido común, mire usté.

Bertín triunfando, el rey de las elecciones, al menos de momento. Y la tele demostrando que desde hace ya muchos meses (en realidad dos o tres años), el cambio político se dirime en sus platós. Ni en el agotado y cansino papel, ni en la radio, ni en la cada vez más pujante Red. De momento la tele es la que manda.

Allí se cocinó el gran salto de popularidad de Pablo Iglesias. Por ahí se asoma omnipresente Albert Rivera o luce su palmito Pedro Sánchez. Por no salir lloran Herzog y Garzón. De la tele están pendientes los tuiteros, que rebotan y amplifican. Y los poderosos, que en el tiempo de descuento de la legislatura, le han sacado al Gobierno del PP un puñado de canales de TDT que condicionarán el futuro. La Iglesia, Florentino a través del Real Madrid (¿Quién en España se atreve a negarle algo a este hombre?), el dueño de KissFM, el grupo Secuoya y T5 y A3. Todos tan contentos con su nuevo canal (menos Cebrián, claro, que después de arruinar y malvender varias cadenas aún quería otra).

Así es la historia. No nos olvidemos de que Adolfo Suárez, el primer presidente de la democracia, fue antes, en las postrimerías de la dictadura, Director General de la única televisión que había entonces, TVE. Y supo aprovecharlo, hasta que las presiones civiles/militares (aquí conviene leer a Gregorio Morán) le empujaron a la dimisión.

Fueran del PSOE o del PP, los sucesivos gobiernos se esmeraron en utilizar las televisiones públicas en su provecho. Esta vergonzosa situación, rápidamente contagiada a la mayor parte de cadenas regionales, sólo tuvo un breve momento de decencia de la mano de Rodríguez Zapatero, pero Mariano Rajoy, en cuanto llegó al poder, fulminó con su mayoría absoluta la situación para poder poner a los suyos a controlar de nuevo el chiringuito catódico.

Por el fútbol y la televisión se han dado cruentas guerras que han empobrecido la calidad del periodismo español hasta convertirlo en ocasiones en mero panfleto. La ambición y el fracaso de la TDT ha puesto al borde de la quiebra a los mayores grupos editoriales de España. Es la tele, que ilumina o destruye todo lo que toca. No hay término medio. Por eso, cuando hablamos de corrupción, también hablamos de la tele y de cómo la maneja el poder en su provecho y el de sus amigos. Y por eso mismo, cuando hablemos de regeneración democrática también hay que debatir y consensuar un nuevo escenario para que nunca más las televisiones públicas sean de partido y a las privadas se les exija el estricto cumplimiento de las condiciones que aceptaron cuando obtuvieron las licencias.

Y ojalá que aprendamos de lo que está pasando en esta campaña y en las próximas elecciones podamos disfrutar de debates con todos, en formatos diversos y abiertos que nos permitan a los ciudadanos conocer de verdad lo que piensan y ofrecen partidos y candidatos.

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