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España no es corrupta, ¿vale?

Jose A. Pérez Ledo

Rajoy lo tiene claro: España no es corrupta. Lo dijo, con exactamente esas palabras, en un acto de partido, ante los amigos que le quedan todavía fuera de la trena. Ellos le aplaudían y le lanzaban vivas, todo muy efusivo, seguramente por el subidón de adrenalina que supone formar parte de una organización (presuntamente) criminal.

Me imagino a algunos de esos enfebrecidos aplaudidores y aplaudidoras intentando conciliar el sueño la noche del acto, con las palabras del jefe resonando todavía en sus encéfalos. Léase con eco: “España no es corrupta, corrupta, upta, ta”. Y me imagino a ese honradísimo parlamentario/senador/diputado/alcalde pegando un salto en la cama cada vez que oye un ruido, mientras piensa: ¡ya está, aquí vienen los picoletos!

Bien es cierto que esa gente no dice picoletos porque (a) es un término ciertamente despectivo, (b) estudiaron en colegio privado y (c) sienten un profundo respeto por las instituciones democráticas de nuestro país. Aunque quizá respeto no sea la palabra. Quizá sea más bien cariño. Ese cariño que uno siente por sus cosas, por los objetos y lugares que le pertenecen. No en vano algunos de esos parlamentarios/senadores/diputados/alcaldes transitan por las instituciones como bertines osbornes de lo público, con botas de montar (figuradas) y palillo en boca.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, el CIS y demás empresas demoscópicas vienen alertando de un inminente giro argumental en nuestro honradísimo país. Que se avecina un cambio, dicen, y que será traumático, el mayor trauma desde la Transición, un volantazo sociopolítico en toda regla. De ahí que ciertos aplaudidores de corbata, acostumbrados a un tren de vida que difícilmente podrían alcanzar por la vía honrada, hayan empezado a aplaudir a cámara lenta, con el ceño fruncido y una sonrisa no del todo creíble.

A ese estado de pánico en las alturas súmele la hiperactividad judicial de los últimos años, con nuestros grandes prohombres y promujeres desfilando sin pausa hacia la cárcel o hacia la humillación pública. (Crac, otro ruido en la noche).

A lo mejor es por todo esto que Rajoy no quiere debatir sobre corrupción en el Congreso ni en ninguna otra parte. Que no sirve de nada, argumenta el presidente, porque lo hecho hecho está y la segunda ya tal. Lo importante ahora, dice, es pactar medidas concretas para evitar que el desmadre se repita en el futuro. Sin nombres ni apellidos; Rajoy quiere un debate abstracto, casi teológico, sobre la corrupción como concepto.

Y mientras la sociedad bulle en la calle y en los bares y en las oficinas, los grandes partidos siguen a 21 grados, que es la temperatura recomendada por el Ministerio de Industria, Energía y Turismo para los espacios públicos. Porque, como se acabe demostrando que España sí es corrupta, ya verás tú el ridículo que hacemos en el mundo. Lo que nos faltaba: pobres, incultos y, encima, ladrones.

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