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Indiana Jones y la maldición de la Constitución

José Saturnino Martínez García

Quienes sigan The Big Bang Theory sabrán que Indiana Jones es irrelevante en la primera película de la saga. Uno de los protagonistas de la serie le propone a su novia que vea por primera vez la película. Cuando finaliza, ella le hace notar dicha irrelevancia en la resolución de la trama: sin Indiana, los nazis también habrían encontrado el Arca de la Alianza, habrían muerto al abrirla y el Arca seguiría perdida. Creo que el papel de la Constitución en la trama política de nuestro país es similar al de Indiana Jones. No soy jurista ni politólogo, sino sociólogo, así que por deformación profesional tiendo a encontrar equilibrios de fuerzas socioeconómicas donde otros ven instituciones que cambian el mundo a golpe de BOE.

Abunda el diagnóstico de que nuestros problemas son debidos a la maldición de la Constitución de 1978. ¿La situación habría sido muy distinta si hubiese habido revolución en vez de pacto? No lo podemos saber, pero sí podemos comparar con lo sucedido en la Revolución de los Claveles en Portugal, en 1974. No parece que en términos de calidad democrática, desarrollo económico o desigualdad estén mucho mejor que nosotros. Y si cambiamos ahora la Constitución, ¿mejoraría la situación española? En este caso el ejemplo es Italia, que cambió su constitución para acabar con Tangentopolis y llegó el Bunga Bunga de Berlusconi.

Aquí hicimos un pequeño experimento. En agosto de 2011, Zapatero se vio en el dilema entre seguir recortando gasto público, que afectaría a la vida de millones de personas, o añadir un par de frases en la Constitución. A día de hoy estas frases se han mostrado irrelevantes, tanto para la vida de millones de personas, en contra de lo que dijeron sus críticos, como para frenar sustancialmente en su momento la prima de riesgo, como argumentaban sus defensores. Quizá sean importantes en el futuro, pero la ambigüedad que admite su interpretación invita al escepticismo.

La crisis de deuda no paró con conjuros, sino cuando la UE cambió su política monetaria. El mundo “real” no cambió con el retoque constitucional, pero el mundo “mágico” sí que cambió. Si lo sagrado se podía tocar en beneficio de los poderosos, es que el sacerdote no era de los nuestros. La historia de Zapatero recuerda la de Aristodemo, príncipe de los mesenios, que aconsejado por los sacerdotes, sacrificó a su hija para ganar la guerra contra los espartanos. Llegó a ser rey, pero perdió la guerra y se suicidó. Zapatero se dejó aconsejar por los nuevos sacerdotes, los economistas, que le hicieron creer que haciendo todo lo que le dijese la Troika nos salvaríamos. Cuando lo importante para ganar una guerra es contar con un buen ejército. En el caso de Zapatero eso hubiese sido liderar la coordinación de los países deudores para cambiar la política monetaria de la UE. Hasta que no cambió esta política, no aflojó la prima de riesgo.

Ahora muchos quieren un nuevo conjuro constitucional, que traerá la democracia auténtica, la prosperidad, la igualdad y la concordia entre los pueblos de España. Uno de los argumentos que más me gusta a favor de cambiar la Constitución, es que no se cumple… Oiga, y digo yo, que si cambiamos una ley que no se cumple, igual sólo conseguiremos otra ley que tampoco se cumpla. O que la nueva recoja la diversidad de los pueblos de España… ¡Pero sí ya lo hace la actual! Con un encaje diferencial para el País Vasco y Navarra, además del reconocimiento particular de Galicia y Cataluña. Si ya son muchos los derechos que hay en la Constitución y no se cumplen, es debido a la correlación de fuerzas ente los diversos actores de la sociedad española.

Por ejemplo, las nacionalidades históricas al final han terminado con un encaje institucional similar al resto de autonomías, pues Madrid o Andalucía no quieren ser menos que el País Vasco, Galicia o Cataluña. Y muchos catalanes siempre van a querer que sus peculiaridades históricas tengan un reconocimiento especial por el resto de España. Maragall lo expresó bien con el “federalismo asimétrico”. Igual ya es muy tarde para el lío catalán, y no se puede frenar con reformas constitucionales, pero el Estatuto fallido mostró que el simple hecho de reconocer explícitamente sus peculiaridades les habría calmado (durante una o dos generaciones).

Las reformas constitucionales en democracia son como Indiana Jones, emocionan y entretienen, pero no camban lo sustancial: los equilibrios de poder. No digo que las leyes no sean importantes. Lo que digo es que el esfuerzo por modificar la Constitución, y luego esperar a que se aquilate (desarrollo de leyes orgánicas, sentencias del Tribunal Constitucional, nueva jurisprudencia…) no compensa los modestos resultados que cabe esperar si primero no hay auténticos acuerdos políticos y reequilibrios de fuerzas sociales. Y cuando estos se dan, no hace falta cambiarla. En este punto, hay que seguir a Romanones: “Vds. hagan la ley, que yo haré el reglamento”. Es decir, sería mucho más eficiente concentrar los esfuerzos políticos en llegar a acuerdos en diversas leyes de más bajo nivel.

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