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Malos conocidos, buenos por conocer

Maruja Torres

Cree el PP, en su calidad de ungido por el nacional catolicismo, por la cadena darwiniana del expolio (consagra la supervivencia del más despiadado), y por el aplauso del conservadurismo que gobierna la mayor parte de Europa, que la estafa, el fraude y el engaño, cuando los perpetra uno de sus miembros, o una manada, no sólo no son delito, sino que ni siquiera son pecado. En realidad, los hechos le dan la razón: por mucho que roben sus contrarios, son unos chapuceros a quienes siempre acaban pillando. Ellos no, ellos saben de triquiñuelas y conocen, desde hace generaciones, el arte de la apropiación del país que creen suyo. A ver si precisamente por este arte suyo van a tener premio electoral.

Conocí a una dama muy conservadora, votante de Alianza Popular (partido predecesor del PP fundado por Fraga cuando la Transi), que tuvo la debilidad de sentirse algo felipista cuando se enteró de que Roldán había robado y de que había guerra sucia contra ETA: vaya, estos socialistas no son tan tontos. Casi les vota. He pensado mucho en ella (y en su particular pulsión pavloviana a favor del más cuco) durante las últimas horas, en conexión con el triunfo -pese a las encuestas: ojo al dato- de Benjamin Netanyahu, ser corrupto y brutal donde los haya y, sin embargo, considerado competente por sus votantes, que de tanto aceptar el miedo han considerado que puede librarles del peligro el mismo que lo acrecienta.

Vaya, estos no son tan tontos, otorguémosles de nuevo nuestra confianza, puede que piense la masa media, convertida en arma de paralización masiva. Y las cabezas rumiantes del Partido Popular, con sus bulliciosos asesores removiendo siempre la mierda más pegadiza, se apresuran a esparcir las trolas más descomunales, conocedores de un secreto que quizá nosotros hemos pasado por alto: que la repetición de algo, sea un rumor, una calumnia, un embuste, un insulto, una falsedad, una amenaza, un falso recuerdo, una mala predicción o una comparación odiosa, simplemente queda ahí. Se expande y se cuela en los huecos de los acomodaticios cerebros, ya pertenezcan a bolsillos acomodados, ya a corazones pusilánimes, ya a estómagos agradecidos. Los pppulares han rizado el método: cuanto más gorda la ficción, cuanto más insultante, más escándalo desata y mejor se esconden los hechos, los repugnantes hechos, envueltos en una espesa capa de ampliadas deposiciones verbales.

Así que, atentos. Por muy interesantes que resulten nuestras sucesivas batallas electorales –que, por primera vez en mucho tiempo, lo son– no permitamos que el minué tontorrón y a menudo interesado de las encuestas no nos permita asir la realidad con las dos manos y desafiarla en un cuerpo a cuerpo, pasando por encima de todas las letras “i” con que se inicia el vocabulario del partido en el Gobierno: imputados, investigados, impunes, inanes, impostores, implicados, irracionales y, más que nada y antes de que se me vaya la mano, inadecuados e inoportunos, que es una forma tranquila de decirlo.

La señora a la que me he referido más arriba no llegó a votar al socialismo de la Gauche Caviar o de las cloacas, pero estuvo en un tris. Porque nada tranquiliza más que el malo conocido. Por cierto, nuestro refranero tiene a veces frases infames.

Dadme un bueno, o una buena por conocer (no incluyo a Ciudadanos: por suerte, en Catalunya les conocemos bien), alguien a quien podamos desenmascarar rápidamente si se convierte en mala o malo.

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