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La distopía catalana

El gobernador del Banco de España, avisando de un corralito en Cataluña si se independiza. Foto: EFE

Isaac Rosa

Se está poniendo tan interesante la distópica Cataluña independiente, que más de uno por aquí se está pensando solicitar la nacionalidad el mismo día que se separen: un país sin bancos, fuera del euro y de la OTAN. Así contado, el paraíso, vaya.

Esta diaria comparecencia de profetas del desastre es solo la última versión de la misma máquina de fabricar independentistas que lleva una década a pleno rendimiento. No contentos con triplicar el número de indepes, ahora la máquina echa humo para que consigan la mayoría absoluta el 27S.

Solo en la última semana hemos oído que la lúgubre Cataluñistán quedará fuera de Europa, del euro, la OTAN, la ONU, el sistema bancario, la Liga y la Champions. Además, los jubilados no podrán cobrar pensión ni sacar dinero por el corralito, los banqueros cruzarán el Ebro, y las grandes empresas renunciarán a un mercado de siete millones de consumidores por miedo a vivir en la nueva Corea del Norte.

Uno ve la evolución de las encuestas, y la relación causa-efecto es de cajón: cuantas más amenazas y vaticinios, más votantes con la papeleta entre los dientes esperando a que abran el colegio. Sale un ministro asegurando el ostracismo mundial, diez mil votos más. Un comunicado de la banca, otros diez mil al saco. Un Obama con cara de no saber de qué le hablan, clin, clin. Un informe de expertos, clin, clin. Como de aquí al domingo opine también el Papa, arrasan en las urnas.

Desde las tertulias españolas se explica el asunto en clave emocional: los catalanes indepes han perdido la cabeza, están ciegos por la pasión y no ven la catástrofe que se avecina.

Pero qué va. No han enloquecido ni les puede la emoción, todo lo contrario: están tomando decisiones racionales. Unos, porque no se creen las amenazas, saben que hay mucho teatro, y que ni la banca se irá, ni la Champions querrá prescindir del Barça, ni el mundo convertirá en parias a siete millones de europeos. Otros, como Mas y sus convergentes, porque no se creen su propio programa de máximos, y dan por bueno que todo sea un órdago para sentarse con una buena mano de cartas a la venidera partida constitucional.

Y también habrá independentistas dispuestos a llegar hasta el final, que de verdad quieren un Estado propio, y saben que no sale gratis. Asumen que toda ruptura traumática tiene un precio a pagar. Hay independencias que han costado guerras, otras que han restado puntos de PIB. Si el precio de una Cataluña independiente es salir del euro, esperar unos años para ganar otra Champions, o una temporada de turbulencias económicas, no solo están dispuestos a pagarlo, sino que, como en el chiste, dirán: “¿sólo cuesta eso? ¡Pues póngame dos!”

Una vez que todos los catalanes tienen ya claro cuáles pueden ser los perjuicios de la independencia, lo suyo sería que alguien se tomase la molestia de explicarles también cuáles son los beneficios de permanecer en España. Todavía quedan seis días, igual por ahí convencen a alguno.

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