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¿Se ha pasado el momento de Podemos?

El líder de Podemos, Pablo Iglesias.

Carlos Elordi

No parece que la polémica en torno a la cuestión catalana vaya a abrir una nueva crisis interna en Podemos. Al menos por ahora. Las relaciones entre ese partido e Izquierda Unida tampoco amenazan con ir más allá de las tensiones habituales entre socios distintos, cada uno con sus intereses de grupo. Pero los sondeos siguen sin ser buenos para Podemos. Y entre los militantes y simpatizantes de esa organización hay preocupación. Y surgen distintas preguntas. ¿Por qué está ocurriendo eso? ¿Por razones coyunturales que podrían desaparecer si cambia el panorama político general? ¿O porque el impulso inicial que llevó al éxito se ha frenado? ¿Se puede aún encontrar o crear algo nuevo que estimule a los votantes potenciales alejados a acercarse otra vez al partido?

No sería la primera vez que Podemos se recuperara de un bajón en los sondeos. Y en los últimos tiempos tampoco se han producido cambios sustanciales en el marco político que lo hiciera más difícil que en otras ocasiones. Tras unos meses de claro abandono de las tentaciones de entenderse con el PP, el PSOE ha vuelto a la senda del apoyo a la política de la derecha. Aunque sólo sea en la cuestión catalana, en la aplicación del artículo 155. Y a menos que un gran éxito de Miquel Iceta en las elecciones del 21 de diciembre proporcione a Pedro Sánchez la fuerza suficiente como para enfrentarse e imponerse a los sectores más conservadores de su partido, esa situación va a mantenerse.

Esa vuelta atrás de los socialistas debería ofrecer nuevas posibilidades a Podemos. Aunque solo fuera para subir algún punto en las encuestas. Sin embargo, es también posible, hay ya algún indicio de ello, que el partido de Pablo Iglesias modifique algo sus posiciones respecto de la cuestión catalana, sobre el derecho a decidir y sobre la España multinacional. Eso no tendría por qué afectar a la intención de voto, salvo en Cataluña. Es más, más de uno en los ámbitos directivos de Podemos piensa que esas posturas y la equidistancia en el conflicto entre Madrid y Barcelona son los motivos principales de la caída en los sondeos.

Pero un cambio de orientación en ese terreno también podría tener el efecto de que el apoyo del PSOE al 155, a la dureza contra el independentismo, pareciera a muchos menos alejada de las posiciones de Podemos. No se puede aventurar lo que puede ocurrir en este capítulo, Cataluña, que es decisivo para todos los partidos y en el que están todos comprometidos, lo quieran o no. Dependerá de cómo se haga. También de lo que hagan los otros. Y del resultado de las elecciones catalanas. En general, y para los Comunes en particular.

Cataluña no tiene por qué hundir a Podemos. Si alguna cosa ha hecho mal, aún tiene tiempo de rectificar. Y entre los escenarios que pueden producirse tras el 21 de diciembre, más de uno coloca a los aliados catalanes de Podemos en posiciones decisorias. Eso puede favorecer los intereses generales, españoles, de la organización o, por el contrario, lesionarlos seriamente si se opta por soluciones poco convenientes. El desafío no es pequeño y el partido de Pablo Iglesias se juega mucho en ese empeño.

Pero la sensación que no pocos tienen de que Podemos ha perdido pie no nace de los problemas políticos que la crisis catalana plantea a esta organización. O no fundamentalmente de ellos. La cuestión que está encima de la mesa es si el mensaje originario de Podemos, la propuesta de una revuelta que nació del 15 M y que en pocos meses congregó a millones tras sus listas electorales, ha dejado de ser tan atrayente como lo fue entonces y hasta hace no mucho para amplios sectores de la ciudadanía.

Se ha dicho y repetido que la causa principal del fiasco que sufrió Podemos en las elecciones de junio de 2016, repitiendo los resultados de 7 meses antes cuando se esperaba mucho más, fue su negativa a permitir que Pedro Sánchez fuera investido presidente, a que un pacto de centro-izquierda echara del Gobierno a Rajoy y al PP. No se ha investigado casi nada al respecto, pero es muy posible que ese efecto tuviera lugar, más allá de que seguramente ese pacto nunca se habría firmado aunque Podemos hubiera accedido a hacerlo.

Y aunque parezca nadar en la ucronía, es oportuno sacar ese asunto a colación. Porque el rechazo de algunos electores potenciales de Podemos a que su voto no sirviera para producir un cambio real puede haberse conjugado en los últimos tiempos con otra sensación también decepcionante. La de que la actual relación de fuerzas políticas no permite avance alguno en ninguno de los capítulos que forman la tabla reivindicativa del programa de Podemos. Que los salarios siguen siendo igual de bajos, que las condiciones laborales siguen siendo igual de salvajes, que ninguno de los recortes sociales se ha revertido, sino todo lo contrario, que la ley mordaza sigue aplicándose, que este país es cada vez menos democrático y que la corrupción sigue saliéndole gratis a Rajoy y al PP. Por mucho que Podemos tenga 71 diputados.

Levantar los ánimos de su gente debería ser la tarea prioritaria de Pablo Iglesias y de los suyos. Pero no es fácil. Primero porque los grandes medios, vehículo decisivo de la agitación que Podemos hizo en los primeros años, les han cerrado las puertas y sólo las entreabren para difamarlos. Segundo, porque en todo el tiempo que ha pasado desde que entraron en la escena pública, no han sido capaces de crear estructuras de movilización y de propaganda alternativas. Siguen teniendo los mismos recursos que al principio. Y también, y no es poco, el apoyo de millones de personas. Pero tanto éstas como ellos mismos necesitan algún éxito. Por pequeño que sea.

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