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La revolución de lo anormal

Concentración en el hospital Infanta Leonor por la sanidad pública durante la huelga del 7 de mayo en Madrid. / Olmo Calvo

Aser García Rada

Déjeme que le hable de algunas profesiones que conozco, al comienzo de este 2014 en que ya estará usted notando la recuperación. Hace 5 años que empecé a trabajar haciendo guardias de pediatría en la urgencia del Hospital Niño Jesús de Madrid. Primero, una parte de una baja y, después, como eventual, renovando últimamente cada tres meses. Una llamada, un “de los ocho contratos de guardia, en enero sólo se renuevan algunos”, un “lo siento” y hasta aquí hemos llegado. Como más compañeros, unos ahora, otros meses atrás, a algunos no nos toca la cacareada decisión de la Comunidad de Madrid de renovar en enero como interinos esta eventualidad perenne, una dádiva generosa en año electoral. Lo normal, qué les voy a contar.

Pese a ello y aunque, según mi madre, “cuanto más te van quitando, por menos te vas sintiendo privilegiado”, así me siento. Porque durante cinco años he trabajado con niños –la mayor fuente de sabiduría– y con algunos de los mejores profesionales sanitarios y no sanitarios que se puedan encontrar, porque ha sido muy hermoso recibir su cariño en la despedida y porque el paro médico es bajo comparado con otros. Vamos, lo que dice mi madre.

En cualquier, caso los pediatras aún tenemos opciones, a diferencia del personal de la lavandería central de los hospitales de Madrid al que acaban de privatizar. Flisa, la concesionaria filial de la ONCE –Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2013–, les propuso inicialmente una rebaja salarial modalidad lentejas de hasta el 46% que dejaba a algunos con 640 euros. Tras unas semanas de huelga, Flisa ha accedido a normalizarles a 800 euros, es decir, a rebajar sólo 300 de los 1.100 que cobraban de media hasta el año pasado. Se cae por su propio peso de normalidad porque la gestión privada, ya nos lo han dicho mucho, ahorra más. Y que no les toque la discordia, oiga, que iban a ver lo que es ahorro.

Qué contarle de los y las periodistas. Desde 2008, más de 11.000 se han ido a la calle –un 132% más de paro– y sólo en 2013 cerraron 73 medios –el último La Gaceta de Intereconomía–, lo que además resta pluralidad. Hasta encontrar un lugar en el que me pagan 200 euros por un amplio reportaje escrito sobre y desde un país olvidado, me han ofrecido 100 en un medio y 60 en otro. ¿Cómo hace pues un periodista autónomo para sobrevivir? Pues lo normal, cambiando de profesión. Tres colegas me aseguran que no podrán volver a trabajar de esto en su vida.

¿Y de los actores y actrices? Como más de dos tercios de ellos no pueden vivir de la interpretación –el 55% de los artistas escénicos cobra menos que el salario mínimo, 645 euros al mes, según AISGE–, antes la broma era: ¿eres actor?, ¿y en qué bar trabajas? Ahora hay que actualizarla porque ya ni en bares. Además, muchos de los que trabajan remunerados –que no son todos– lo hacen sin Seguridad Social, sin cobrar por ensayos que pueden durar meses y en negro la parte proporcional de una taquilla que ahora ha diezmado el IVA del 21%. ¿Y de los bailarines? El alma a sus pies. Precisamente a sus pies... El año pasado cayeron un 43% las representaciones de danza. Muy normal y como dios manda.

Un familiar cercano también conoce lo normal de primera mano. Tras dos años en paro ha encontrado trabajo en una industria que facturó más de 10 millones de euros en 2012. Contratado a través de una empresa de trabajo temporal sabe que, como casi toda la plantilla, al fin de su año de contrato se va a la calle para, en el mejor de los casos, ser recontratado seis meses después con un sueldo menor porque además es lo normal para no hacer fijos. En su sueldo actual por horas de entre 1.000 y 1.300 euros –que ya es de privilegio, como sabe– van prorrateadas sus pagas extra y las vacaciones que, por tanto, no puede disfrutar. Trabaja seis días a la semana con horarios diferentes de los que se entera con suerte un día antes y sin ella horas antes de comenzar jornada. El día que libra, no cobra y durante sus ocho horas seguidas de trabajo en cadena tiene quince minutos medidos fichando para comer. Lo normal en tiempos modernos. En estos, como en los de Chaplin.

Soltar insensateces es también lo normal para algunos políticos. No se las recordaré, salvo alguna cosa, porque sabe de lo que hablo. Mi favorita, que se actualiza semanal, cuando no diariamente, es el “progresismo” de Ruiz-Gallardón, un ministro que, en este juego suyo para posicionarse como presidenciable, a poco que se descuide va a ser flexibilizado de su partido por rojo irreductible aplicándole la reforma laboral. Ándese al loro, Alberto, que es lo normal. Y rece porque le apliquen esta normalidad y no la siguiente que pide la Troika, que será más flexible aún para acercarnos a la competitividad de países normales como China o Pakistán.

Por si no estaba claro, cuando insisto en lo normal me refiero a norma, no a equivalente de generalmente razonable o asumible. Por eso llegado este punto y como probablemente le ocurra a usted, empieza a resultarme irritante tanta normalidad. Así pues, seamos originales y reivindiquemos juntos la anormalidad. Mire, nunca en estos años de crisis-excusa-para-derribar-el-Estado-de-Bienestar hemos tenido tanto poder, ya que en los próximos meses vamos a empalmar convocatorias electorales, comenzando por las europeas de mayo. Algunos empiezan a preocuparse, motivo por el que Rajoy ha decidido establecer una legislación coercitiva de carácter preconstitucional que impedirá, por ejemplo, fotografiar a los policías que pudieran ensañarse con los que reivindiquemos pacíficamente la anormalidad, como ya he comprobado personalmente.

Sólo dos consideraciones. Nos encanta construir héroes porque eso nos permite sublimar nuestra ansia justiciera y eximirnos de nuestra propia responsabilidad. Conciudadano, no mire a su alrededor, el héroe es usted. Porque con todo el poder que suponga a políticos, banca, multinacionales, o a la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense, sólo usted puede seguir leyendo esto o parar, conformarse o reivindicarse. Nadie más barrerá el metro cuadrado que le rodea. El que puede corresponder, entre otros, a no trabajar gratis, pagar sus impuestos, criticar prácticas corruptas, o a defender derechos sociales que nadie nos regaló nunca. En definitiva, el del ejercicio activo y pleno de su ciudadanía. La paralización de la privatización sanitaria en Madrid, o del proyecto urbanístico de Gamonal en Burgos son ejemplos recientes pero ni mucho menos excepcionales de los resultados de ese ejercicio. No hay una solución global, pero cada individuo o colectivo sabe –y si no, lo debiera averiguar–, qué puede hacer para poner su grano de arena en esta revolución de todos, el único que se nos pide a cada uno. Cuando quieran intimidarle, recuerde que nosotros tenemos la sartén por el mango y la indignación. Ellos, sólo un sillón cada vez más pestilente.

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