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Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos

Joan Didion, sin magia

Juan

Sacramento —

Si bien El año del pensamiento mágico no me gustó nada, Noches azules me gustó todavía menos. Quería aclararlo desde el principio.

Joan Didion llegó a mis oídos manos intelecto (en los tiempos en que los medios escritos tenían corrector, aquí hubiera recibido yo una llamada: ¿las comas?; va sin comas) tarde. Fue con la publicación por parte de Literatura Mondadori de Noches azules y Los que sueñan el sueño dorado, publicación simultanea y consecutiva, imperial. Joan Didion, ya de nombre, tenía pinta de gustar; y de gustarse. Miren esta foto:

Sólo con el nombre, ya digo, con la foto, y con el hecho imperial de ser una autora-cronista de Estados Unidos se me prefiguró de ella una imagen muy favorable, de mujer liberada, moderna, provocadora, inteligentísima. Inteligentísima sí era.

Al parecer, años antes de que Mondadori me dijera quién era Joan Didion, la editorial GLOBALrhythm introdujo a la autora en el mercado español con su primer libro de postrimerías, el ya citado El año del pensamiento mágico. Es un libro que tienen muchas chicas en sus casas.

Así que empecé por el principio, por John Dunne, marido muerto de Didion al que ella evoca en este libro con una escritura plana, directa y tediosa. Es un libro que no me dice nada, aparte de lo importante que para Joan Didion deben sernos sus desgracias.

Buscando en internet reseñas de El año del pensamiento mágico -un título que para sí quisiera Paulo Coelho- y, en ellas, citas textuales que me aclaren qué encuentran de interesante sus lectores devotos, me salen al paso estos extractos, que comento:

“Ni podemos saber -y ahí reside la diferencia fundamental entre cómo imaginamos el dolor y cómo es en realidad ese dolor- la interminable ausencia que sigue al hecho en sí, el vacío, la absoluta falta de sentido, la inexorable sucesión de momentos en los que nos enfrentamos a la experiencia del sin sentido.”

(Lamentablemente algunos tenemos algo maś de imaginación y nada imaginamos con mayor exactitud que nuestra vida en ausencia de nuestros seres queridos, ay.)

“La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba.”

(Ah.)

“Mientras escribo esto, me doy cuenta de que no quiero terminar este relato. Ni tampoco quería terminar el año. La locura disminuye, pero la claridad no la sustituye. Busco objetivos y no encuentro ninguno”.

(Ah.)

“También sé que si hemos de continuar viviendo llega un momento en que debemos abandonar a los muertos, dejarlos marchar, mantenerlos muertos.”

(En España lo sabemos desde hace siglos y refranes: el muerto al hoyo y el vivo al bollo.)

En fin: nada.

Nada me dice Joan Didion de la muerte a pesar de escribir legitimada por una experiencia de duelo. Su increíble falta de sagacidad con este asunto -que continúa, dicha falta, y hasta yo diría que toca fondo, en Noches azules- viene además acompañada de descripciones de su vida diaria que me la hacen realmente antipática. Gracias a que no me estará leyendo, puedo incurrir en una cierta grosería al afirmar que el hecho de que cuente la muerte de su marido en términos de “yo acababa de servirle otra copa” (yo-acababa-de-servirle), unido a todo ese pijerío snob e intelectual que derrama en cada página con altanería autosatisfecha, me han complicado mucho las cosas a la hora de sentir siquiera algo de empatía por su aflicción. Su vida me resulta t

an conservadora y llena de caprichitos que entiendo que Joan Didion contando al mundo sus cuitas es otro capricho más de la señora, si acaso el peor.

***

Pero no desesperemos: aún podemos hablar de Los que sueñan el sueño dorado y salvar la película de Joan Didion, pues es un libro bastante bueno.

Reúne crónicas sociales y políticas que JD escribió y publicó a lo largo de varias décadas, siendo la primera de 1966, cuando la autora tenía 32 años. Hay una extraordinaria narracion del rocambolesco asesinato de un hombre por su esposa -y que se lee como una novela de James M. Cain- y crónicas dedicadas a John Wayne y The Doors; hay un montón de drogas; hay muchos locos; y hay un momento mágico -de verdad- y emotivo -azul- en la página 71 del libro, en la crónica Arrastrarse hacia Belén publicada en el año 1967, treinta seis años antes de que Didion perdiera a John Dunne y a Quintana, su esposo durante cuatro décadas y su única hija; dice Joan:

“Alguien hace un cálculo numerológico de mi nombre y del nombre fotógrafo que me acompaña. Al fotógrafo le sale todo blanco y mar; pero mi nombre tiene un símbolo de muerte doble.”

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Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos

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