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Lluvia de sangre

Rafael Reig

No es la menstruación el asunto más habitual en la poesía escrita por hombres. Siempre hemos sentido los varones cierta fascinación hacia esa sangre que vuelve a intervalos regulares, como la rima en un poema o como un remordimiento. También nos ha asustado siempre, de ahí las innumerables creencias sin mucho fundamento que hemos sostenido y que, hasta hace bien poco, en el siglo XVIII, aún tenía que luchar por desmentir Benito Jerónimo Feijoo en su Teatro Crítico Universal:

Los menstruos femíneos no tienen la ponzoña que tantos libros les atribuyen; ni esterilizan los campos, ni hacen rabiar los brutos. De esto hay mil experiencias. Generalmente hablando, no tienen más, ni menos que otra cualquier sangre evacuada naturalmente, que sea de varón, que de hembra. Si las mujeres menstruadas manchasen los espejos, a cuatro días ninguno estaría de servicio. […] Gaspar de los Reyes, que asiente a todos los males que se cuentan de la sangre menstrua, citando a Suetonio, dice, que Cesonia, mujer de Calígula, enfureció a su marido, dándole a beber esta ponzoña; pero Suetonio no dice tal cosa. […] Otro error comunísimo en la misma materia; y es, que el feto en el claustro materno se nutra de aquella sangre. Monsieur Littre, habiendo hecho la disección de muchas mujeres que murieron en tiempo de la preñez, notó, que los conductos por donde viene la sangre de las reglas, están muy apretados en todo el periodo de la preñez, y no dan entonces sangre alguna, sí sólo un poco de licor blanquecino: concluyendo, que la sangre que nutre al feto le viene inmediata, y copiosamente de las arterias de la matriz.

Ni la sangre menstrual es venenosa y produce demencia, ni es el alimento del feto (y no sé cómo se las arreglaban para mantener ambas creencias simultáneamente), y ni siquiera hace saltar el azogue de los espejos.

En poesía, entre nuestros clásicos, siempre se puede recurrir a Quevedo, que vilipendió sin tregua las menstruaciones.

En la actualidad, uno de los esfuerzos más notables por convertir la regla en excepción poética quizá se lo debamos a un príncipe, Carlos de Inglaterra, que confesó a su amante su deseo de transformarse en un tampón, para vivir siempre metido bajo sus pantalones (“I'll just live inside your trousers”). “Oh, what a wonderful idea”, respondió ella al cumplido. Asusta pensar hasta dónde habría podido llegar Garcilaso con semejante ocurrencia o concepto.

Sin embargo, creo que el poeta más menstrual y de forma más interesante, porque aúna los temores y supersticiones clásicos con la modernidad de su planteamiento, es Guillaume Apollinaire.

Tal es su obsesión que, en su poema más conocido, “Zone”, del libro Alcools, las mujeres van por la calle, menstruando sin parar por debajo de la ropa:

Aujourd’hui tu marches dans Paris les femmes sont

ensanglantées

Hoy caminas por París las mujeres están

ensangrentadas

La obsesión menstrual del poeta se refiere a menudo al flujo de su propia madre, es decir, una fijación edípica, como en este otro poema:

Le soleil ce jour-là s’étalait comme un ventre

Maternel qui saignait lentament sur le ciel

La lumiére est ma mère ó lumière sanglante

Les nuages coulaient comme un flux menstruel

El sol ese día se desplegaba como un vientre

Materno que sangraba lentamente en el cielo

La luz es mi madre oh luz ensangrentada

Las nubes goteaban como un flujo menstrual

Poderosas imágenes que dibujan un atardecer rojizo, porque en la poesía de Apollinaire las mujeres, por muy atractivas que resulten, son temibles y destructivas, y la sangre menstrual es el emblema de esa violencia que desencadenan las mujeres (o la sexualidad).

“Zone” es un largo poema que comienza en segunda persona (“Al final estás cansado de este mundo antiguo”, así comienza) y en el que se alternan algunos intervalos en primera persona (“He visto esta mañana una hermosa calle”, dice más adelante). Salta a la vista que el poeta se dirige a sí mismo con un tú retórico que acentúa el conflicto íntimo. Es un poema vertiginoso en el que el protagonista va cambiando de lugar (ahora estás en Praga, ahora en París, estás en Marsella, etc.) y hasta de edad (“tu n´est encore qu’un petit enfant / Ta mère ne t´habille que de bleu et de blanc”, “no eres aún más que un niño pequeño, tu madre sólo te viste de azul y de blanco”).

Así llegamos a los versos citados:

Aujourd’hui tu marches dans Paris les femmes sont

ensanglantées

C'était et je voudrais ne pas m'en souvenir c'était au

déclin de la beauté

Hoy caminas por París las mujeres están

ensangrentadas

Era y quisiera no recordarlo era en

el ocaso de la belleza

Ya conocíamos del otro poema esta puesta de sol teñida de sangre, pero en los siguientes versos esa sangre menstrual se vierte en un sacrificio:

Entourée de flammes ferventes Notre-Dame m'a regardé

à Chartres

Le sang de votre Sacré-Coeur m'a inondé à Montmartre

Je suis malade d'ouïr les paroles bienheureuses

L'amour dont je souffre est une maladie honteuse

Rodeada de fervientes llamas Nuestra Señora me miró

en Chartres

La sangre de tu Sagrado Corazón me inundó en Montmartre

Estoy enfermo de oír las palabras benevolentes

El amor que padezco es una enfermedad vergonzosa

El amor que sufre le hace ser dos, como en el poema: el que ama a la mujer y el que siente repulsión hacia ella (en cuanto menstrúa). Este es el predicamento del desdichado Apollinaire, que más adelante sigue exponiendo sus contradicciones:

Te voici à Amsterdam avec une jeune fille que tu

trouves belle et qui est laide

Aquí estás en Amsterdam con una joven que tú

encuentras bella y que es fea

Poco después está en un restaurante y observa a su alrededor:

Ces femmes ne sont pas méchantes elles ont des soucis

cependant

Toutes même la plus laide a fait souffrir son amant

Esas mujeres no son malvadas tienen preocupaciones

no obstante

Todas hasta la más fea ha hecho sufrir a su amante

Hasta que en el poema cae la tarde y se despide, porque se va dormir con sus “fetiches de Oceanía y de Guinea”:

lls sont des Christs d'une autre forme et d'une autre

croyance

Ce sont les Christs inférieurs des obscures espérances

Adieu Adieu

Soleil cou coupé

Son Cristos de otra forma y de otra

creencia

Son los Cristos inferiores de las oscuras esperanzas.

Adiós Adiós

Sol cuello cortado

Este es el sacrificio en el que se convierte la sangre menstrual.

Antes he hablado de Edipo, a pesar de que no crea una palabra de las monsergas de Freud.

Sin embargo, ya conocemos este sol guillotinado en el crepúsculo, el que mancha de sangre las nubes: es la menstruación.

La decapitación, decía Freud, es un equivalente de la castración.

Lo que creo que podemos ver en la poesía de Apollinaire es la relación entre la atracción y repulsión por la menstruación y el miedo a la castración. La sangre menstrual mana de la herida producida por la (freudiana, es decir supuesta) castración de la mujer. Ése será precisamente el castigo que imponga el padre al hijo que logre la heroica satisfacción edípica: la castración (otros dicen ceguera, qué ingenuos). Por eso, conviene haber matado al padre antes. Pero entonces, como dice en otro lugar Apollinaire: “On ne peut porter partout le cadavre de son père” (L’Antitradition Futuriste): no se puede ir a todos lados cargando con el cadáver de tu padre.

¿Se creía Apollinaire semejantes patrañas freudianas? Lo dudo mucho. ¿Me las creo yo? ¡Ni hablar del peluquín! Creo que, como todos los mitos (las vaginas dentadas, las Ménades, etc.) son una forma de explicarnos nuestros propios miedos.

Y el miedo a las mujeres o el miedo al sexo me parece que sólo es miedo a perder la propia individualidad, a que el coito borre nuestro yo, nuestro individuo, y nos arroje a la fosa común de la especie.

Pero en realidad, si lo pensamos bien, ¿habrá cosa más saludable que librarse de uno mismo?

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