La huida de Gamal: “No puedo volver a un lugar donde no soy respetado”
“Sí, me acuerdo de ti; tienes SIDA”. Gamal (nombre ficticio) se enteró por boca de un médico saudí que era portador del Virus de Inmunodeficiencia Humana. El mismo doctor le advirtió después de que tenía la obligación de informar de su enfermedad a las autoridades del país: “Entonces, un amigo me dijo: ‘tienes que irte; te buscará la policía, revisarán tus contactos, te harán preguntas’”.
Y se fue: primero, de vuelta a su lugar de origen, una de las repúblicas que protagonizaron las revueltas de la primavera árabe; y después, a España, donde ha solicitado la concesión del estatuto de refugiado. Gamal ha explicado a las autoridades españolas que su hermano, su madre, los demás, le perseguirán por ser homosexual en el caso de regresar a su país. Que no quiere huir más.
Él empieza el relato de su huida así: “He tenido problemas toda mi vida con mi familia porque soy homosexual”. Porque homosexual, dice Gamal, lo ha sido siempre, desde la escuela, y también cuando le llevaban al psicólogo, o ante el imam. Pero donde no hay enfermedad, no hay cura. “Alguna vez salía confundido; entonces pensaba que cuando leo el Corán hay palabras que puedo interpretar a mi manera. ¿Por qué utilizar esas palabras para hacer la vida más dura?”, se pregunta hoy.
“Yo soy musulmán, y creo que a Dios no le importa a quién amo. Yo no mato, no robo; solo me enamoro”, dirá luego. Gamal ya no lleva el pelo largo, pero mantiene una sonrisa espontánea y generosa, más propia de quien todavía no ha huido nunca de nada. Hoy tiene 32 años, la tez tostada y el pelo rizado, y vive en un estrecho cuarto del Centro de Ayuda al Refugiado de Málaga donde la cama casi se toca con el escritorio.
“Al menos en casa podía ser libre”
De la vida en su país cuenta que su hermano llegó a advertir a sus amigos que se alejaran de él. Comprendió entonces que no podría ser libre en su propio hogar: “Necesitaba sentir que vivía en una casa en la que nadie te vigilara, comprobando mi ropa, mi ordenador, mi pelo… Sabía que en Arabia Saudí no se respetan los derechos de los homosexuales, pero al menos en casa podía ser libre”. La homosexualidad es delito en Arabia Saudí, pero allí vivió y amó Gamal durante cinco años.
“En 2011 conocí a un chico a través de un sitio de contactos [una práctica habitual, según explica, en los países en los que la homosexualidad es delito]. Nos veíamos habitualmente. Un mes después me pidió que fuera a su ciudad a pasar un fin de semana. Siempre uso preservativo si mantengo relaciones sexuales con alguien que no es mi pareja habitual…”; Gamal cree que fue entonces cuando contrajo el virus. “Poco después cogí la gripe y estuve una semana en la cama. Entones un amigo me recomendó que me hiciera las pruebas”, relata. Se resistió, y buscó razones: para conceder un permiso de trabajo, Arabia Saudí exige realizar un test que él había superado.
“Finalmente, fui a un médico privado. Le expliqué que en mi país necesitaba hacerlo para poder casarme. No me creyó y me dijo que si tenía VIH tendría problemas graves”. La conversación con la que se inicia este texto tuvo lugar 48 horas después, cuando el médico recibe la llamada de Gamal: “Sí, me acuerdo de ti; tienes SIDA”. “Fue tan frío… Recuerdo sus palabras: 'te lo dije, no te hagas la prueba, ahora tengo que mandar el informe al Gobierno'. Me dijo que esperara en casa, y me eché a llorar”, recuerda. Aturdido, confirmó el resultado en tres hospitales. A las 20.00 recibió el último informe. A las 4.00 volaba de regreso a su país.
“No puedo esperar, no tengo tanto tiempo”
No resistió mucho allí, porque escapar es difícil entre cuatro paredes. A través de las redes sociales conoció a activistas españoles del movimiento LGBT y, cuando fue invitado a Málaga para ofrecer una conferencia sobre homofobia, en noviembre de 2012, ya no volvió. Solicitó la concesión del estatuto de refugiado, y ahora espera respuesta. España reconoció el derecho a solicitar el asilo por razones de orientación sexual en una reforma de la ley aplicada aprobada en 2009.
No hay norma escrita en el país de Gamal que condene expresamente la homosexualidad, pero se considera un atentado contra la moral pública. “Yo no puedo besar a mi pareja. No tenemos derechos, cualquiera que sea el sistema político, porque es la comunidad la que nos discrimina”, lamenta Gamal. “Conozco mi país. Si el gobierno fuese flexible con los homosexuales, los religiosos se les echarían encima. Así que no solo el gobierno tiene responsabilidad, también la religión, la cultura…”, abunda. Dice que le gustaría volver, pero que antes tendría que cambiar la mentalidad de su gente. Y que eso lleva años, décadas: “Y no puedo esperar, no tengo tanto tiempo, sé que no voy a vivir lo suficiente. Es así”.
De momento, participa en talleres escolares en los que narra su experiencia. “Siento que a los niños les interesa mi historia. Si cuando son pequeños aprenden esto, crecerán sanos. Sin miedos y sin ideas negativas”, explica. Gamal espera una respuesta, y está preparado para retomar su carrera a algún lugar; la prueba de que no ha dejado de huir es que ha pedido que su país de origen no sea mencionado en este texto, por miedo a que, si finalmente regresa, no consiga un trabajo por ser seropositivo u homosexual. “Me gustaría vivir en una comunidad donde me respeten con independencia de si me gustan hombres o mujeres. Donde pueda trabajar con independencia de ser homosexual. No puedo volver a un lugar donde no soy respetado”.