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Bienvenido al andalucismo, Partido Popular
No hace ni un rato que la derecha española estaba despotricando, como Esperanza Aguirre, de la Andalucía de las pitas pitas, con Alejo Vidal-Quadras llamándole “cretino integral” a Blas Infante cuando era eurodiputado europeo –y hasta vicepresidente del Parlamento— en las filas del PP, o ilustres señorías conservadoras desautorizando a Trinidad Jiménez o a Magdalena Álvarez por la falta de cuajo madrileño en sus acentos meridionales.
Ahora, quitando que Isabel Díaz Ayuso reivindica para Madrid la invención del flamenco y que el alcalde Almeida asegure que Paco de Lucía se fue a vivir allí cuando era un chiquillo, los charranes del PP se han vuelto repentinamente verdiblancos. Qué lejos los tiempos de los tirantes rojigualdas de Manuel Fraga Iribarne, con Alianza Popular negando la mayor a la autonomía andaluza hasta que a Antonio Hernández Mancha, a quien le gustaba más el rock and roll que la copla, le sobrevino el liderazgo de la oposición en las primeras autonómicas de hace cuarenta años, mucho antes de cambiar Córdoba y Sevilla por los negocios en Bagdad tras la foto del trío de las Azores.
Cuando desde las filas del PP en Granada o Almería se aventaba la vieja idea fraccionaria de las dos andalucías, ¿quién iba a imaginarse que cuando llegaran al Palacio de San Telmo iban a convertir a Manuel Clavero en un mártir de la causa? Desde luego que, en este país, dimitir de algo, aunque sea como ministro de Cultura, es casi un acto heroico. Y, a fin de cuentas, el perfil del querido catedrático de Derecho de Sevilla cuadra a la perfección con una “realidad nacional” –utilizo sus propios palabras de cuando el debate del segundo Estatuto—en la que tenemos como padre de la patria a un notario y no alguien al estilo Braveheart o Garibaldi.
No es baladí que haya oficializado el 4 de diciembre, aunque a muchos nos iba la marcha de que esa jornada siguiera siendo lo que fue: un escalofrío extraoficial, una reacción hermosamente garduña fuera de los parquets y de los coches oficiales
En cuatro años, Juan Manuel Moreno Bonilla ha emprendido el titánico esfuerzo de convertir al PP en una especie de PNV a la andaluza, sin txapela y en traje corto, o en algo así como la antigua Convergencia sin Unión, pero con barretina de lunares. Los viejos del lugar todavía recordamos cuando Javier Arenas provocaba cataclismos internos al asegurar que le gustaba Carlos Cano o cuando Paco de la Torre, alcalde todoterreno de Málaga, reivindicaba la memoria victimaria de Manuel José García Caparrós.
Moreno Bonilla ha sobreactuado a favor de parte a la hora de arrimar el ascua andalucista a su sardina política: mientras el estalinismo sacó a León Trosky de las fotos de la revolución, el actual presidente de la Junta de Andalucía ha intentado sacar pecho por la derecha nacionalista andaluza que, hasta ahora, brillaba por su discreción. Sin embargo, le debemos un formidable favor histórico: el de desempolvar la arbonaida, que estaba oficialmente perdida en el desván del olvido desde que el Partido Andalucista, como las comedias de Ubrique, entró en suspenso por falta de público electoral. No es baladí que haya oficializado el 4 de diciembre, en memoria de aquel célebre día de 1977, aunque a muchos nos iba la marcha de que esa jornada siguiera siendo lo que fue en su momento, un escalofrío extraoficial, una reacción hermosamente garduña fuera de los parquets y de los coches oficiales.
Ahora, mientras Vox sigue despotricando de la autonomía pero desde el Parlamento andaluz, ya imagino a la nueva derecha andaluza luciendo pulseras con el color de la paz y el de la esperanza, los chalequitos de plumas verdes a juego con las camisetas albas de Tommy Hilfiger, mezclando en sus cánticos patrios a Manolo Escobar con Jarcha.
Rojas Marcos animó a quitarle la ese de socialista a las sigas del PA, en la creencia de que era necesaria una burguesía comprometida con un proyecto político del sur y que la insurgencia del sur no estuviera en las manos exclusivas de la izquierda
Nada extraño que Alejandro Rojas Marcos, uno de los fundadores del neoandalucismo de los 60, haya aplaudido este giro de guión que ha esbozado Moreno Bonilla. A fin de cuentas, él animó a quitarle la ese de socialista a las sigas del PA, en la creencia de que era necesaria una burguesía comprometida con un proyecto político del sur y que la insurgencia del sur no estuviera en las manos exclusivas de la izquierda, que en el fondo siempre ha tirado al monte del internacionalismo con su mijita de Ché Guevara. Burguesía andalucista sigue sin haber: por mucha rebaja de impuestos patrimoniales que impulse la nueva Junta, la nobleza antiguamente terrateniente, la oligarquía que fue vendiendo sus factorías o sus marcas al mejor postor, sigue a lo suyo, en una acracia derechona que más que asaltar los cielos prefiere los paraísos fiscales. Pero, en ese segmento partidista, hay ya, al menos una clase media que haría bien en identificarse con aquellos versos del creador de “Verde, blanca y verde” que preguntaban “por qué llamas mi tierra a aquello que no defiendes”.
En ello está Moreno Bonilla, porque no le vendría mal arracimar la dosis de recuerdo del viejo andalucismo rojasmarquiano con los restos de naufragio de Ciudadanos, para no tener que recurrir a las pomporrutas imperiales del partido del diccionario, como le llama mi admirado Isidoro Moreno.
El mayor problema, a mi criterio, estriba sin embargo en que el inquilino de San Telmo apuesta por un andalucismo sin ideología. Vendría a ser, querido presidente, como la cuadratura del círculo: ¿cómo ser andalucista sin preconizar esas viejas consignas de la igualdad social, acceso a la educación y a la salud públicas, la defensa a hierro de nuestra identidad cultural frente a cualquier intento de mixtificación de nuestro patrimonio tangible o inmaterial? ¿Cómo ser andalucista sin buscar por tierra, mar o aire, los restos de Blas Infante, los de Federico García Lorca, los de María Silva La Libertaria y todos aquellos andaluces y andaluzas tan ricos de aventura que siguen en las cunetas de la desmemoria? A eso se le llama ideología. Y no se improvisa al pairo del electoralismo, sino al compás de las convicciones.
Bienvenido al andalucismo, Partido Popular. Seguro que tenemos mucho en común en lo que cerrar filas. Pero a mi fé que, por fortuna, también tendremos mucho por lo que discrepar. La diversidad de esta tierra no cabe bajo un solo paraguas. De momento, el mejor servicio que podría prestar a esta causa sería el de impedir que los suyos, al sur o al norte de Despeñaperros, dejen ya de soltar majaderías sobre esta tierra cuando hace tan solo doce años Cristina Cifuentes aseguraba que los madrileños pagaban la sanidad y la educación de los andaluces, o hace tan solo una década, uno de sus diputados cuneros por Almería, Rafael Hernando, comparaba a Andalucía con Etiopía cuando, a nosotros, siempre nos gustó más Bob Marley que Haile Selassie.
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