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Como la 'farsa monea'

Pablo Casado durante su intervención en la moción de censura de Vox.

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De todos los desconciertos producidos por el voto del partido de Pablo Casado en la moción de censura, el mayor de todos ha sido el de la derecha. No lo van a reconocer, ni que están vendiendo mercancía defectuosa.

Recordemos los prolegómenos periodísticos, donde la propia y agitada prensa afín se debatía y no cesaba de participar en el debate entre apoyar o no la moción de la extrema derecha , invocando incluso la palabra profética de José María Aznar.

Para la derecha mandarina era la oportunidad de molestar al Gobierno, una vez más, y, de camino, fortalecer el desdibujado perfil de la derecha mandada resultante de la plaza de Colón, debilitada entre extremismos, debilidades, defecciones. No se notaba en el Congreso idea coherente de acción de los colombinos, gamberrismo y filibusterismo aparte; por eso, los sectores más derechistas se mojaban, soñando con un reagrupamiento de sus fuerzas, patrocinando una exhibición del poder latente, como los mejores alardes de los Tercios, liderada por Abascal ante la cachaza de Casado.

Se sabía que la moción no era viable pero, al menos, visibilizaría la fuerza de las derechas y pondría en evidencia al bloque de investidura, “Frankenstein”. Mostrar la extemporaneidad y extravagancia de la extrema derecha, a la que la prensa extrema no tenía pudor en llamar centro derecha no era una prioridad. No se apreciaba incomodidad previa con la moción de la extrema derecha en los sectores conservadores.

Si algo ocurrió, nada tuvo que ver con el decidido empeño de poner coto a la extrema derecha, como está haciendo la derecha democrática europea, sino con la decidida voluntad de Casado de resistir

Pero Pablo Casado sabía lo que se jugaba: su propio liderazgo y existencia. Por eso sorprendió, no se doblegó a las presiones y votó no; previo, un buen discurso. Sorprendentemente, la prensa sinfónica –no hablo de decencia– no tuvo reparos en sumarse a la alegría publicada, solo sincera entre los sectores moderados del PP, hasta ese momento denostados por el cayetanismo reinante; ahora van con flores a Casado, reconociendo al nuevo líder de la derecha; líder, no contra la extrema derecha, que es otra cosa.

Porque si algo ocurrió, nada tuvo que ver con el decidido empeño de poner coto a la extrema derecha, como está haciendo la derecha democrática europea, sino con la decidida voluntad de Casado de resistir y frustrar el padrinazgo de la derecha extrema sociológica para encumbrar a Santiago Abascal.

La derecha tiene un líder, de momento, ma non tropo. Poco tardaron los barones territoriales en mostrar su desazón por el choque con la extrema derecha. En particular, y sobre todo, donde los colombinos PP y Cs gobiernan con el concurso decidido de Vox. Juan Marín, vicepresidente andaluz, no tuvo pudor (complicando el secreto de Moreno Bonilla) en desacreditar el encontronazo, en tanto que su Gobierno se veía amenazado por la ira de la extrema derecha. Marín, de esa manera, cuestiona el liderazgo de Inés Arrimadas, y Moreno Bonilla, el de Casado.

Es decir, confirmaban que la posición de Casado tiene más que ver con su liderazgo frente a Abascal que con una decidida voluntad de sumarse a un frente democrático contra la extrema derecha. Mantener las alianzas con sus socios en Andalucía, Madrid o Murcia era la prueba del algodón. A las pocas horas de la alegría quedaba claro que de romper con la extrema derecha, nada.

Pero los colaboradores mediáticos necesarios para comprender el auge de la extrema derecha en España han quedado con sus vergüenzas al aire. No hay militante de una derecha demócrata y constitucionalista que no reconozca en los discursos de Garriga y Abascal, en la moción de censura, la marca indeleble del fascismo y trumpismo europeo. Será muy difícil volver a escuchar o leer sin brincar que se trata de un partido de centro derecha pero, insisto, no hablo de decencia. Otro golpe duro a la extrema derecha, española y europea, será la derrota de Donald Trump pero, afortunadamente, eso no dependerá ni de la prensa española ni del partido que ahora parece liderar las derechas colombinas. Estaríamos perdidos.

Se ha intentado todo: primero, con Albert Rivera, luego, con Inés Arrimadas. Las elecciones lo frustraron. Luego pareció que el liderazgo de Pablo Casado era débil y lo arriostaron con Cayetana Álvarez de Toledo en el banquillo. Ahora lo han intentado con un Abascal al que blanqueaban y jaleaban. Vuelve Casado. Ya veremos.

El liderazgo de la derecha colombina está como la “farsa monea”, que de mano en mano va y ninguno se la “quea”.

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