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Frío y cartón
Empieza el año, bajan las temperaturas y mientras escribo esto bajo cuatro mantas de la abuela por no poner la calefacción para que no suba la factura de la luz, Ángela está contenta porque ha encontrado más cartones para resguardarse del frío para esta noche, además de haber visto que hay menos bancos individuales en la ciudad.
Aunque Ángela lleva demasiado tiempo en la calle, es invisible a los ojos de la sociedad. Y es que, cuando el 12 de noviembre Málaga estaba en alerta roja por la DANA, un amigo me contó cómo tuvo que explicarle a bastante gente que a quienes rescataban del río no eran personas que se hubieran caído sino que dormían y vivían allí. Parece una anécdota, pero para mí es sintomático de abismo que hay en el imaginario colectivo consciente, así como en el desarrollo de los protocolos generales.
Esto se encuentra íntimamente relacionado con las políticas en relación al sinhogarismo, que están siendo más que deficientes por parte de las instituciones públicas, independientemente de quien las gobierne, ya que, mires donde mires, la idea del maltusianismo parece que gana la batalla ante quien no sea productivo ni tenga la capacidad de aportar a la sociedad en marcos mercantilistas, siendo una ideología que se ve también en el trato a las personas mayores e incluso a la infancia.
El verano pasado hablaba de cómo esta situación implicaba para las personas sin hogar el sobrevivir a la calle y a sus estigmas, a sus odios y violencias. Pero una de estas violencias es la de las instituciones. Un caso paradigmático es el reciente fallecimiento de Bakary Diba, quien murió de frío en Barcelona la semana pasada. Y es que, mientras las instituciones dicen que ya se había hecho todo lo posible para evitar ese resultado, no creo que fuera así teniendo en cuenta la tendencia derrotista y de abandono que tienen las instituciones, quienes o no aplican sus propios protocolos y recursos, o los mantienen colapsados para, más tarde, privatizarlos.
La irregularidad es el elefante amarillo fosforescente de esta habitación, pero parece que la compartimentación de las políticas públicas y sus privatizaciones no permiten conectar y conexionar estas partes que conforman la realidad.
Así, en Málaga, el ya de por sí precario Centro de Acogida Municipal (CAM), ha previsto su cierre en junio de este año para volver al modelo tradicional, privando de la posibilidad de un restablecimiento físico, mental y social a la persona, dado que es el único centro de estas características en la ciudad a falta de centros especializados. Y se basa una vez más en una perspectiva mercantilista de la acción social donde prima el número de personas “atendidas” a la calidad de la atención, ya que se apuesta por intervenciones cortoplacistas.
Tanto en el caso de Málaga como en el de Barcelona se ve claramente un problema: la visión única de la realidad social. En el caso concreto de la privatización del CAM de Málaga, se acota el perfil de las personas que puedan acceder, y en el caso de Barcelona cojeó la intervención por la falta de multiplicidad de factores que atravesaban a Bakary en su ser para realizar un correcto acompañamiento. Y es que la irregularidad es el elefante amarillo fosforescente de esta habitación, pero parece que la compartimentación de las políticas públicas y sus privatizaciones no permiten conectar y conexionar estas partes que conforman la realidad.
Tanto la vivienda como el sinhogarismo son vectores de otros asuntos sociales (género, lgbti+, migración, discapacidad, etc.) pues se organizan en arquitecturas sociales que pueden ser hostiles o acogedoras, y considero que nos sirven tanto para medir la realidad y sensibilidad social, así como para saber cuál es el horizonte al que nos asomamos vertiginosamente.
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