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Justicia para perdonar la negligencia

La balanza de la justicia.

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Lo que más me gusta de pasar tiempo con mis sobrinas es que aprendo mucho de ellas con sus preguntas. Fíjate tú en la pregunta que me hizo recogiéndola de vuelta al cole: “¿qué es misericordia?” Y con esta crisis existencial que me dejó mientras seguía con sus cosas tan tranquila, vengo a hablar hoy contigo.

Así que me he ido a la RAE y, según la primera acepción, hablamos de “virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos”. Ay la compasión, ¿para quién? ¿De quién? ¿Hacia qué? O sea, es cierto que algunas personas necesitamos aprender a ser más compasivas con nosotras mismas, a gestionar los conflictos interpersonales desde otros lugares donde la vulnerabilidad no implique desatar nuevas guerras.

Sin embargo, cuando invocamos esta suerte de virtud, me e pregunto: ¿a qué llamamos conflictos interpersonales? ¿Una discusión con una amiga porque te dijo que te quedaba fatal ese vestido amarillo? ¿A qué llamamos conflictos en lo íntimo? ¿El acoso sexual? ¿Vamos a señalar, una vez más, a las víctimas como exageradas e irresponsables por el daño que le estarían haciendo por hablar de lo que les ha pasado? Imagínate si quieren encima que esa situación pare y no se repita.

Seamos pues compasivas y no señalemos el problema, porque eso es para muchas personas señalar individual y exclusivamente quién ejecuta el daño, sosteniendo una paz construida sobre la injusticia, con la compasión como núcleo de una tregua violenta, desde arriba hacia abajo. Procuremos pues, que haya paz, como si pudiera existir paz bajo la injusticia.  

Nos encontramos entonces ante este paradigma de que la compasión no opera como una negligencia naif, sino como parte de un modelo sumamente violento, revictimizante, punitivo y piezas claves de la cultura del silencio.

Ojo, cuidado, esta dinámica de la compasión y misericordia como correas de censura no aparece sólo en un ámbito, sino en todos. Es el Estado el que les ha pedido compasión ante él durante 48 años a la familia de García Caparrós al mantener bajo secreto quién disparó.

O el caso de Ahmed Tommouhi, a quien se le ha denegado recibir indemnización tras haber pasado 15 años en la cárcel por unas condenas basadas en una única prueba de cargo como fue el señalamiento minuciosamente construido a base de irregularidades policiales y judiciales que dejaron por el camino análisis de semen, coartadas y otras pruebas de descargo que ninguno de los tribunales tuvo en cuenta antes de condenarlo. ¿Qué compasión ha tenido la justicia?

Poniendo en el centro la adecuada reparación material y moral de los perjuicios derivados del daño, nos ahorraríamos muchos dolores de cabeza. Pero parece que nos encanta huir hacia adelante, sea cual sea el coste

Y es que ahora que se acerca el Día de los Derechos Humanos no está de más recordar que en su Carta se habla de justicia en varios de sus artículos, por ejemplo los conocidos artículos 3 y 5 (Derecho a la Seguridad Personal y Prohibición de Tratos Degradantes). Pero me quiero centrar en el artículo 8, que señala que la dilación y la inacción que esconde la falsa compasión constituyen una violación directa, por lo que se garantiza a toda persona el derecho a un recurso efectivo.

Porque las nociones de perdón, misericordia y compasión están más relacionadas de lo que podemos creer en primera instancia con la noción de Justicia. Es más, paradójicamente tan sólo se utilizan como armas arrojadizas contras las víctimas, pero quienes muestran compasión como rasgo de la empatía social es señalada como demasiado sensible o exagerada.

¿Qué nos queda entonces? Plantearnos aquello de “verdad, justicia y reparación”, pero no como un lema que derive en un nuevo perdón compasivo y misericordioso, sino en responsabilidad activa y consciente, sin admitir las negligencias.

Porque la justicia restaurativa consiste en un diálogo (ya sea directo o indirecto) entre la víctima y el ofensor, y también puede implicar, si procede, a otras personas afectadas por un delito directa o indirectamente. Entre ellas, pueden estar personas de apoyo de las víctimas y de los ofensores, profesionales pertinentes y miembros o representantes de las comunidades afectadas.

Poniendo en el centro la adecuada reparación material y moral de los perjuicios derivados del daño, nos ahorraríamos muchos dolores de cabeza. Pero parece que nos encanta huir hacia adelante, sea cual sea el coste.

Seamos entonces cómplices de la negligencia adornada de justicia. Y es que dicen que la justicia tarda, pero llega. Sin embargo, una justicia que tarda, ya de por sí es injusta.

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