Liberen los parques y el ocio

Te propongo un juego. Si te digo ocio, ¿qué se te viene a la cabeza? ¿Esa actividad implica un desembolso económico? Por ejemplo, ir a una cafetería, ir de compras, ir al cine, etc. Y no es malo pero, ¿somos capaces de pensar en ocio sin esa transacción económica?

Y es que, siendo el ocio un derecho, es interesante que cuando hablemos de derechos, especialmente de derechos humanos, lo obviemos debido a las vulneraciones y las urgencias, al disfrute o, como diría la psicóloga Yania Concepción, al gozo.

El ocio, entendido como tiempo libre, requiere de espacios físicos que lo acojan, como pueda ser un parque. Y digo un parque porque se trata de esos lugares donde el encontrarse en ellos no requiere de una transacción económica. Puede que sea por eso por lo que comer pipas en el banco del parque no se perciba como una actividad de ocio. Es cuanto menos curioso dado que, sin contar el mundo digital, creo que estamos perdiendo de forma paulatina pero voraz el tercer espacio, entendiendo que el primer espacio es la casa y el segundo el trabajo.

Un ejemplo de la privatización de esos espacios es el caso del Parque del Oeste en la ciudad de Málaga que, siendo un espacio público, permaneció cerrado casi en su totalidad desde mediados de marzo hasta noviembre para un evento cuyas entradas cuestan entre 15 y 20 euros. Este hecho continua la dinámica de la ciudad las últimas décadas. Una ciudad escaparate para un ocio de consumo para fuera pero nunca para quienes están dentro.

Ese aislamiento por falta de redes comunitarias es el caldo de cultivo de soledades no deseadas, de la desconfianza y el hastío social, y conflictos sociales cuya gestión será imposible al haberse destruido las herramientas que se requieren tanto en lo técnico como en lo humano.

Ante el evidente problema de acceso de vivienda que existe en la ciudad, la ruptura de espacios comunitarios (libres, valga la redundancia) y una constante arquitectura hostil en el diseño urbano han modelado una ciudad que se encapsula como un decorado para quienes están de paso pero que no echen raíces.

También considero importante destacar la relación entre los espacios verdes y los espacios de encuentro, ya que tienen en común la elitización de estos espacios. Mientras, en los barrios populares lo más cercano a un bosque es el hormigón de los bloques sin parques o espacios habilitados para el juego o disfrute.

Creo que perder espacios de ocio está ligado a la perdida de las redes comunitarias, vecinales y de barrio, siendo piezas clave en esos procesos de atomización de lo colectivo en pos de un hiperindividualismo donde estamos aisladas y se acentúan las desigualdades sociales. Si todo ocio requiere dinero, ¿las personas pobres no deben tener acceso al ocio? Si disfrutan del ocio, ¿dejan de ser pobres? ¿Es un lujo el ocio?

Pero tengamos presente que ese aislamiento por falta de redes comunitarias es el caldo de cultivo de soledades no deseadas, de la desconfianza y el hastío social, y conflictos sociales cuya gestión será imposible al haberse destruido las herramientas que se requieren tanto en lo técnico como en lo humano.