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Gaza, un infierno en la Tierra: la masacre que clama por justicia y humanidad
¿Alguien puede imaginarse el grado de sufrimiento que se debe sentir si un día vas a tu trabajo y acto seguido te entregan a tus hijos carbonizados?
Como madre de tres hijos que soy, me quedé paralizada al conocer la noticia de la pediatra gazatí, que recientemente ha perdido 9 de sus 10 hijos, además de a su marido, Hamdi al Najjar, como consecuencia de un ataque aéreo israelí, mientras trabajaba en un hospital salvando vidas.
Aunque se desconoce el número exacto, según informes de organizaciones humanitarias, el estado de Israel ha exterminado ya a más de 54 000 palestinos en Gaza, la mayor parte civiles, mujeres y niños. Entre los muertos se cuentan alrededor de 500 trabajadores sanitarios, 310 trabajadores de la UNRWA (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Medio) y más de 220 periodistas. La infraestructura básica: hospitales, escuelas, sistemas de agua y electricidad ha sido destruida o severamente dañada.
Y no son cantidades, ni meros números, son personas a las que se les ha arrebatado la dignidad, las ilusiones, la esperanza, además de la vida. La violencia no solo mata cuerpos, sino que aniquila identidades, borra memorias y siembra miedo en las entrañas de toda una comunidad.
Si el genecidio se define como “la destrucción intencionada, total o parcial, de un grupo nacional, étnico, racial o religioso” lo que está ocurriendo en Gaza, es un genocidio. La persecución y exterminio de judíos y otros grupos por parte del régimen nazi fue también un genocidio.
La escalada actual no puede entenderse solo como un enfrentamiento entre dos partes. Es también una consecuencia de la complicidad y la inacción de las instituciones internacionales y los gobiernos
La historia del pueblo palestino está llena de desplazamientos, resistencias y fracasos diplomáticos. La creación del Estado de Israel en 1948, las guerras posteriores, la ocupación de territorios y el bloqueo de Gaza han alimentado un ciclo de violencia que parece no tener fin. Pero la escalada actual no puede entenderse solo como un enfrentamiento entre dos partes. Es también una consecuencia de la complicidad y la inacción de las instituciones internacionales y los gobiernos que, en lugar de proteger a los civiles, han optado por políticas de doble rasero, silencio cómplice o apoyo tácito a las acciones militares.
La impunidad y la falta de una presión real para detener los crímenes de guerra han alimentado la percepción de que Gaza es un territorio olvidado, donde la vida de sus habitantes no importa. Y cuando despojas a un pueblo de su dignidad, ya sólo ves un territorio lleno de escombros, candidato a convertirse en un resort de vacaciones con sus casinos y sus hoteles.
Los testimonios son desgarradores. El representante del Estado de Palestina ante la ONU, Ryad Mansour, rompió literalmente a llorar durante su reciente intervención: “Es insoportable. ¿Cómo alguien puede tolerar este horror?”
La doctora Tanya Haj-Hassan, especialista en cuidados intensivos pediátricos, que durante la última década ha viajado múltiples veces a Gaza a enseñar medicina, se expresó en estos términos: “Pasen solo cinco minutos en un hospital allí y les quedará dolorosamente claro que los palestinos están siendo intencionalmente masacrados, matados de hambre y despojados de todo lo necesario para sustentar la vida”.
“Gaza se ha convertido en algo peor que el infierno en la Tierra” son palabras de la presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja, Mirjana Spoljaric.
“Israel está convirtiendo Gaza, sin descanso ni piedad, en un infierno de muerte y destrucción”, afirmaba Erika Guevara Rosas, directora general de Investigación, Incidencia, Política y Campañas de Amnistía Internacional.
“En Gaza nos precipitamos al abismo”, declaraciones de Médicos sin Fronteras.
Ante un escenario tan desgarrador y que muchos describen como un infierno, la pregunta que inevitablemente nos acecha, si aún nos quedan dosis de humanidad es: ¿qué podemos hacer como ciudadanos y como sociedad global para detener esta barbarie?
Desde nuestros modestos altavoces podemos denunciar y visibilizar la gravedad del genocidio utilizando redes sociales, medios de comunicación y espacios públicos para denunciar claramente que se trata de un genocidio, no solo de un conflicto
Desde nuestros modestos altavoces podemos denunciar y visibilizar la gravedad del genocidio utilizando redes sociales, medios de comunicación y espacios públicos para denunciar claramente que se trata de un genocidio, no solo de un conflicto. La conciencia global puede impulsar una respuesta más firme.
Realizar un boicot a las empresas que operan en países cuyos gobiernos se comportan como terroristas puede ser una estrategia ética y efectiva para promover cambios positivos en la comunidad internacional, sobre todo si son empresas que suministran armas de destrucción masiva.
Participar en movilizaciones y protestas pacíficas y manifestarse contra este genocidio no es politizarse, es cuestión de humanidad. Si te preocupa el mundo en el que vives, no sólo ya por tí, sino por lo que le ocurra a tus seres queridos, entonces es que te interesa la política, en su sentido más noble: “la dedicación a los asuntos públicos con el fin de servir al bien común, buscando el bienestar de la sociedad y la justicia social”.
Si osas manifestarte en contra de este genocidio no eres un antisemita. Esto no va de izquierdas, derechas, centros, ni radicalismos que valgan, esto va de compasión, de dignidad y de humanidad. Da igual las creencias desde donde te manifiestes. En este sentido diría que el fin no justifica los medios pero sí las motivaciones de las que uno se dote.
Aunque la impotencia puede ser abrumadora, cada acción, por pequeña que parezca, suma en la lucha por detener un genocidio y proteger a las víctimas. La comunidad internacional y los gobiernos tienen la responsabilidad de actuar, y nuestra voz puede ser un catalizador para ese cambio.
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