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La invasión de los jabalíes

Jabalíes

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“¿Dónde estará ahora mi sobrino, Yoghurtu Nghé, que tuvo que huir precipitadamente de la aldea por culpa de la escasez de rinocerontes?”, se preguntaba el inconmensurable Johan Sebastian Mastropiero. Ahora, vistas las recientes declaraciones de Juan Manuel Moreno Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía, el célebre personaje de Les Luthiers tendría que preguntarse en cambio donde estaría su sobrino, que habría tenido que huir esta vez de la aldea por culpa de la abundancia de jabalíes.

Formidable revelación en estos días en que se cumplen dos años del gobierno del Partido Popular y de Ciudadanos al frente de la Junta andaluza. Si hasta ahora, la culpa de todos los males andaluces la tenía el PSOE y sus socios durante cuarenta años de oprobio y corrupción, a partir de ahora la tendrán los jabalíes. Qué otros dos añitos nos quedan por delante, mucho me temo, con los directores generales de estos cerdos con cara de cabreo desfilando por los juzgados del Prado de San Sebastián. 

Creíamos que la siguiente plaga de Egipto que sufriríamos iba a ser la invasión de los extraterrestres prevista para el verano, pero ya lo ven, los marcianos estaban entre nosotros y no lo sabíamos. Ahora caemos en la cuenta de que el Seprona desarticuló en Navidad una fiesta rave de los jabalíes en Sierra Magina. Más de cien, dicen. Y no llevaban mascarilla. Los saínos, ya se saben, son afectuosos, les gustan las muchedumbres, se dan besos aunque acaben de conocerse y no hablan idiomas pero gritan en todos.  Lo que resulta sorprendente es que les guste la música electrónica; yo les hacía más de regetón.

Los puercos monteses fueron y vinieron a su antojo en navidades. No es que sean muy religiosos, pero les gusta la tradición: a estos mamíferos artiodáctilos de la familia de los suidos, les gusta estar con su familia valga la redundancia. Van a ver a las otras camadas, se abrazan, cantan en corro Paquito Resistiré y se toman las uvas como si no hubiera un mañana. Por lo demás, aplauden a los veterinarios pero terminan votando a los que privatizan sus clínicas.

Agentes de la Policía Local no han hecho más que poner sanciones a los jabalíes por vulnerar el toque de queda: se ha visto a muchos en régimen de botellón en las fuentes de los parques.

En las últimas semanas, ha sido muy frecuente ver como los pecaríes atestaban las terrazas o se les contemplaba fácilmente mientras daban vueltas por los bulevares y hasta echaban un cigarrito, haciendo tiempo para que, en Andalucía, volviesen a abrir a las ocho la venta de alcohol en los bares. Agentes de la Policía Local no han hecho más que poner sanciones a los jabalíes por vulnerar el toque de queda: se ha visto a muchos en régimen de botellón en las fuentes de los parques. Lo peor son, sin duda, sus pruebas de PCR: con semejante nariz no hay bastoncillo ni hisopo que les alcance a la nasofaringe.

Los jabalíes tienen la fea costumbre de saltarse los cierres perimetrales. Y si los detienen los picoletos, les sueltan, marciales, el conocido refrán: “El soldado debe tener asalto de lebrel, huida de lobo y defensa de jabalí”. Si son los maderos, lo mismo les cuentan que trabajan de extras en una película de safaris o en un remake de Porky Pig, pero que se les ha olvidado en casa el certificado de desplazamiento.

Los hay, encima, negacionistas. Esos jabalíes profesionalmente escépticos, por ahora se encuentran en minoría aunque su número va creciendo tanto como si fueran de la cepa británica de la Covid-19. Algunos creen que con las vacunas les van a inocular un microchip que activará Nicolás Maduro, Georges Soros o Steve Jobs para enriquecerse con las monterías. Otros entienden, en cambio, que el coronavirus es cosa de pobres que no pueden permitirse una licencia de casa o un fin de semana en la nieve. Que Filomena no existe y que se la ha inventado el Gobierno social-comunista para mantenernos arrestados en casa, como hacen todos los totalitarismos. Gritan libertad haciendo sonar las cacerolas con sus colmillos en mitad de los cotos o de los parques naturales.  

Tiene razón, sin duda, el actual inquilino del Palacio de San Telmo. Los jabalíes constituyen, sin duda, una pandemia. Que fichen a Fernando Simón para que nos explique clarito por qué, en lugar de imponerles el confinamiento domiciliario o el cierre perimetral en las reservas naturales, autorizan que las partidas de cazadores salgan a dispararles en cualquier provincia o municipio de la comunidad autónoma. Hubiera bastado con que hubieran contratado un forfait y se hubieran ido todos, cazadores y cazados, al mismo tiempo, a Sierra Nevada.

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