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Muertes en las cunetas de la sociedad

“La muerte es algo que se siente, más que se piensa”, lo escribía Antonio Machado con razón y poesía, por eso la pérdida de la vida se percibe de manera diferente según las circunstancias.

Decía Simonin, uno de los referentes de la Medicina Legal moderna, que el automóvil se había convertido en el microbio del siglo XX, y hoy podemos afirmar que con el tiempo ha ido adquiriendo virulencia para llegar al XXI con más fuerza y variantes surgidas de diferentes mutaciones y transformaciones. Entre esas nuevas formas de matar que ha traído el tráfico están los atropellos a ciclistas, de los que estas últimas semanas hemos vivido un verdadero drama. La situación ha sido tan terrible que el Ministerio del Interior ha puesto en marcha un “plan urgente” para responder a las 33 muertes del pasado año y a las 19 del actual. Una respuesta totalmente necesaria y positiva para poner fin a estos accidentes que acaban con tantas vidas en las cunetas de nuestras carreteras.

Lo que sorprende es que no se responda del mismo modo cuando el machismo y su violencia de género asesina cada año a 60 mujeres de media, y en lo que va de 2017 ha matado a 25 mujeres y a 5 niños y niñas. Nadie pone el grito en el cielo ante esta situación ni los pies en el suelo frente a esta realidad, nadie decide adoptar un “plan urgente” a pesar de que muchas de estas mujeres habían denunciado previamente (un 20’8% este año), sin que obtuvieran la protección que buscaban a través de la denuncia.

El Ministerio del Interior, el de Justicia, el de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, la propia Presidencia del Gobierno podrían haber puesto en marcha un “plan urgente” para intentar evitar estos homicidios que se producen año tras año, no como una situación excepcional e inesperada en un momento puntual, pero no lo han hecho. La respuesta, después de varios años demandándolo, ha sido iniciar el proceso que conducirá a un Pacto de Estado, que de urgente tiene poco, de medidas ya veremos, y de recursos me temo que menos, porque de entrada se plantea contra la violencia de género, no contra el machismo que crea las circunstancias para que se produzca esa violencia que termina asesinando a las mujeres.

No se trata de cuestionar las medidas destinadas a abordar los accidentes de tráfico y los atropellos de ciclistas, todo lo contrario, siempre son bien recibidas, pero sí llamar la atención sobre por qué si una de las razones que se han dado para implementar nuevas actuaciones ha sido el número de muertes ocurridas en ese contexto accidental, no se responde de una forma proporcional ante una violencia estructural y conocida que lleva a más muertes dentro de un contexto de convivencia, donde el riesgo está en ser mujer al lado de un hombre que no acepta sus decisiones ni voluntad.

La violencia de género supone el 20% de todos los homicidios de nuestro país, no hay ningún otro grupo de población que sufra tanta violencia como lo hacen las mujeres en las relaciones de pareja, ninguna banda criminal sufre tantos homicidios, ni siquiera las que a diario están utilizando las armas y la violencia en sus actividades delictivas. Y todo ello año tras año, a pesar de lo cual sólo el 1’8% de la población considera que la violencia de género es un problema grave (Barómetro del CIS, enero de 2017).

Esa es la diferencia de la violencia de género respecto a cualquier otra violencia y a muchas otras muertes, que cuenta con factores que la normalizan a la hora de acudir a ella y con elementos que la justifican una vez que ha ocurrido, porque se trata de una violencia estructural enraizada en las propias referencias que nos damos para convivir en una sociedad desigual y machista. Una sociedad que hace que los hombres y lo masculino transcurran por el centro de una calzada que consideran que les pertenece, y que relega a las mujeres a las cunetas de la sociedad, hasta el punto de que cuando caminan por el asfalto hay hombres que piensan que han invadido su terreno y que les están dificultando el paso, de ahí su respuesta violenta para devolverlas a las cunetas de la sociedad o para acabar directamente con sus vidas, no por accidente, sino por decisión.

El director de la DGT, Gregorio Serrano, en su comparecencia en la Comisión de Seguridad Vial del Congreso durante días pasados, ha declarado que “como sociedad, no nos podemos permitir que haya homicidas en potencia en nuestras carreteras”, y tiene razón. Pero mucho menos podemos permitirnos tener una cultura machista que lleva a que cada año haya 60 hombres, no en potencia sino reales, que asesinen a sus mujeres.

“La muerte es algo que se siente, más que se piensa”, lo escribía Antonio Machado con razón y poesía, por eso la pérdida de la vida se percibe de manera diferente según las circunstancias.

Decía Simonin, uno de los referentes de la Medicina Legal moderna, que el automóvil se había convertido en el microbio del siglo XX, y hoy podemos afirmar que con el tiempo ha ido adquiriendo virulencia para llegar al XXI con más fuerza y variantes surgidas de diferentes mutaciones y transformaciones. Entre esas nuevas formas de matar que ha traído el tráfico están los atropellos a ciclistas, de los que estas últimas semanas hemos vivido un verdadero drama. La situación ha sido tan terrible que el Ministerio del Interior ha puesto en marcha un “plan urgente” para responder a las 33 muertes del pasado año y a las 19 del actual. Una respuesta totalmente necesaria y positiva para poner fin a estos accidentes que acaban con tantas vidas en las cunetas de nuestras carreteras.