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Parábola de los Picapiedra

Podemos confía en que Sánchez vuelva a su "idea inicial" de ceder ministerios

Juan José Téllez

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A Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias sólo parece unirles el día de su onomástica. Llevan más de dos meses mareando la perdiz, como Ortega sin Gasset, más perdidos que un pingüino en un ascensor, que un niño con algodón dulce en una feria o que don Antonio Mairena en el cumpleaños de Rosalía.

De tarde en tarde, se reúnen para hablar de la investidura, pero da la sensación de que estuvieran simplemente resistiendo la embestidura de la izquierda posible sobre la izquierda transformadora, o viceversa; sin que uno termine de saber a ciencia cierta quien representa a quien, en un pulso político que sólo puede dilucidar el VAR implacable de la perspectiva histórica, ese partido de fútbol en el que hoy por hoy cualquier árbitro tendría serias dudas sobre cuál de los dos equipos está incurriendo en fuera de juego.

Este es el baile de la silla y cualquiera puede verse compuesto sin programa o sin ministerio. Vamos a decidir primero qué haremos, pero lo mismo se mangan unos a otros el copyright de los derechos sociales o de cualquier cartera ministerial. Los socialistas buscan asistentes técnico-sanitarios y los morados están faltitos de familia política.

Tampoco el cine parece unirles. Al PSOE le gusta Solo ante el peligro, pero Unidas Podemos prefiere Dos Hombres y un Destino. A unos y a otros, en esta secuencia, les haría falta un Don Corleone que les dijese: “Le haré una oferta que no podrá rechazar”, como si fueran a un tiempo Marlon Brando o Robert De Niro, en la saga de El Padrino, que tanto nos enseñó sobre la cosa pública muchos años antes de que grabasen “Juego de tronos”. Siempre nos quedará el Falcon o Venezuela, siempre habrá una excusa para no acabar bajo la niebla del posibilismo musitando aquello de “este puede ser el comienzo de una larga amistad”.

Sístole y diástole, estalactita y estalagmita, jesuitas contra dominicos, el tradicional partido entre solteros y casados, futbolistas o toreros, la España contratante de la segunda parte de las dos Españas. Uno y otro se comportan con la misma ilusión como quien abre la puerta a los mormones para pregonarnos la biblia. Como si tuvieran cita con el dentista o un homenaje póstumo. La misma empatía que Donald Trump y Bruce Springsteen en el Día de Acción de Gracias. Pablo Iglesias y Pedro Sánchez hacen como que dialogan en las fotos de prensa, en los boletos de radio, en los telediarios del prime time. Pero se comportan en realidad con la misma cautela como si Bertin Osborne tuviera que invitar a su casa al Cojo Manteca.

Quienes estarían destinados a hacer posible el primer gobierno global de nuestra izquierda desde febrero del 36 ponen más excusas para el diálogo que cualquiera de nosotros a la hora de convidar a los vecinos a una barbacoa. Respiran tanto calor un padre a la hora de explicarle a su descendencia que los bebés no vienen de París y que en cierta forma resulta útil saber cómo colocarse un preservativo. Tan proclives a la francachela como dos concuñados en la cena de Noche Vieja. Despiertan entrambos la misma alegría que si cualquiera de nosotros viera acercarse al cobrador del frac y estuviese llamando precisamente a nuestra puerta.

Será que el Pijoaparte y Teresa Serrat siguen sin ponerse de acuerdo sobre el futuro de Cataluña. Tristan Tzara y Lenin juegan al ajedrez en el café Voltaire de Zurich, mientras el dinero empodera a los adinerados y empobrece a los tiesos, mientras no cesan los desahucios, la inquisición se disfraza de Ley Mordaza, se prohíbe salvar vidas y los ultras señalan con pintura amarilla los expedientes administrativos de quienes pregonan la diversidad sexual o luchan contra la violencia de género.

Miradlos, tan limpios y relucientes, tan buenos muchachos, tan de andar por casa que lo mismo salen de extras en una teleserie de Arturo Fernández o son capaces de jugar al mismo tiempo en el Real Madrid de fútbol y en el Estudiantes de Baloncesto. Pero a primera vista se parecen mucho a Nerón y a su lira, sin que nadie sepa quién es quién, aunque lo cierto sea que Roma esté ardiendo.

Pablo Mármol y Pedro Picapiedra negocian si habrá o si no habrá gobierno como quien escupe el jarabe que debiera curarle. Y es que, en la historia reciente de nuestro país, el salón de los pasos perdidos suele conducir al bulevar de los sueños rotos. Quizá uno y otro ignoren que el dinosaurio de las nuevas elecciones podría dejarles fuera de La Moncloa. Sobre todo si Betty y Wilma deciden no acudir a votarles la próxima vez que toque meter la piedropapeleta en una urna jurásica.

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