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¡Respeta mi opinión!

El presidente de EE.UU., Donald J. Trump. EFE/EPA/ERIN SCOTT/Archivo

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La tensión social que está provocando la pandemia ha dado lugar a que un día sí y otro no tengamos que oír dislates de todo tipo, pero quizás el más sorprendente resulte ese de que todas las opiniones son respetables. Sin duda, hay múltiples causas que llevan a que un número creciente de personas confunda el respeto a la libertad de expresión con el respeto al contenido de las propias expresiones. Parece evidente que las actuales técnicas de manipulación tienen mucho que ver, pero seguramente todo esto viene abonado por el espacio cada vez menor que ocupan las humanidades en los planes educativos.

Hemos llegado a tal extremo que se exige respeto a opiniones que, por un lado, cuestionan hechos incontrovertibles y, por otro, consensos de carácter ético y moral. Así, cualquiera puede ahora cuestionar que el coronavirus sea contagioso, que la mascarilla tenga alguna utilidad o que, incluso, los hospitales hayan estado alguna vez saturados. Es su opinión, y en un Estado de derecho, donde la libertad de expresión resulta fundamental, merece ser respetada. Da igual que los hechos contradigan semejantes desvaríos, que los mecanismos de creación de bulos estén bien estudiados o que los verificadores de noticias cuenten con los máximos avales: eso también es opinable, ¿o acaso somos borregos, metidos en la vereda de la corriente oficial de pensamiento? Y eso nos lleva al segundo aspecto: el de opinar sobre valores.

De sobra es sabido que muchos supuestos consensos sociales no son tales, sino más bien pactos entre élites que, de manera muy forzada, se arrogan la representación de esa quimérica categoría que llamamos pueblo (como si de un ente homogéneo, inamovible y de intereses monolíticos se tratara). De esa manera, precisamente la sociedad demuestra su grado de madurez cuando opina, y critica, formas de organización, de sistemas políticos, desde la Transición hasta la propia democracia parlamentaria. ¿Pero qué ocurre cuando no se trata de aspectos meramente políticos, sino precisamente de los valores que sostienen una mínima convivencia? Así, se opina que el feminismo ataca a los varones, que la Declaración de Derechos Humanos no fue una idea del todo buena, que la raza tiene base biológica y explica situaciones estructurales, que la Guerra Civil fue una cruzada contra unos desalmados, etc.

De la opinión a la emoción

Por pintorescas que puedan resultar estas opiniones, por caricaturescas que parezcan, incluso risibles si las tomamos una a una, dejan de ser inocuas en el momento en que generan un cierto estado de ánimo más o menos generalizado. La extrema derecha lo sabe bien, lo ha explotado en todos lados, y es una estrategia tan burda que sorprende su éxito. Se usa un fetiche en apariencia innegable, como es el del respeto, el respeto a opinar de todo, es decir, la libertad de expresión. Luego, aunque esas opiniones sean puros disparates, se pasa a la victimización: ¿es que acaso no tengo derecho a mi libertad de expresión, a que respetéis mi opinión, acaso vais a penalizar la rebeldía? La confusión ya está servida, y de ahí a convertir ese estado de ánimo en forma de hacer política media solo una cadena de Whatsapp.

Se usa un fetiche en apariencia innegable, como es el del respeto, el respeto a opinar de todo, es decir, la libertad de expresión. Luego, aunque esas opiniones sean puros disparates, se pasa a la victimización

Hoy sabemos que la campaña por el Brexit, por ejemplo, llegó a difundir mil millones de anuncios segmentados por redes sociales, con capacidad de adaptarse en tiempo real a las emociones del destinatario de acuerdo a un algoritmo que las detectaba según las interacciones. Lo mismo hizo Trump, Bolsonaro o Vox. Elaborar mensajes políticos apelando únicamente a las emociones, en lugar de a los hechos, exige previamente ese caldo de cultivo: todo es opinable. Puedo opinar que los inmigrantes me quitan el trabajo y las ayudas sociales, aunque los datos demuestren de manera abrumadora que esas supuestas ayudas no existen y que los migrantes, por el contrario, pagan más en términos de cotización de lo que luego reciben. Da igual, repitamos: todo es opinable, de manera que pueden personalizar un anuncio para tu muro de Facebook y reforzarte en tu opinión, que en realidad es solo una emoción.

Así se entiende ese batiburrillo de negacionistas que se congregaron en la plaza de Colón, sin ir más lejos. O por qué a unos les causa tanta risa que haya quien opine que la Tierra es plana, pero exige que se respete su opinión sobre que las vacunas, sencillamente, no inmunizan. Y ya puestos, está bien que en Madrid quiten las placas de los dirigentes republicanos, pues a fin de cuentas se puede opinar que una República democrática y una dictadura de corte fascista en esencia son lo mismo. El alcalde de Málaga así opina, de hecho, y no duda en hablar de las víctimas de la represión de ambos bandos.

A lo mejor todo eso ya no nos da tanta risa. Pero no me hagan caso, es solo una opinión.

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