Hablamos con Pepa, madre de la Asamblea de Familiares y Amigos de Personas Presas de la APDHA desde sus inicios, en el año 2000. Desde entonces ha compartido con nosotros sus vivencias como madre de un enfermo mental que ha pasado sus últimos treinta años entrando y saliendo de prisión por delitos no graves. Durante este tiempo se ha visto obligada, en situaciones límite, a denunciar a su propio hijo como única forma de defenderse ante situaciones extremas de riesgo para su seguridad y su vida.
Pero, a pesar de ello, “yo me tomo una sopita y hasta mañana”, con tal de pagar el viaje a la cárcel para ver a su Paco. Porque tener, tiene poco. Y es que la vida no le ha regalado nada, salvo disgustos. En el Día Mundial de la Salud Mental, hablamos de la experiencia de su hijo, que desgraciadamente no es un caso único -en Andalucía el 40% de la población penitenciaria padece trastornos mentales y de la personalidad y el 8% alguna enfermedad mental grave- y de cómo lo ha vivido ella como madre.
No es que todo lo que cuenta responda con escrupulosa fidelidad a los acontecimientos, pero su voz es honesta. Pepa es una protagonista involuntaria del sistema penitenciario y una madre coraje que, con poquitas herramientas y un corazón inquebrantable, rescata la verdad que se oculta tras una burocracia que ni ella, ni otros muchos, entendemos.
¿Dentro de prisión se le presta la atención sanitaria suficiente? ¿Necesita tratamiento psiquiátrico o farmacológico?
He luchado siempre para que a mi hijo le dieran el tratamiento, incluso he querido llevárselo, pero tú allí no puedes tener cita con nadie, se niegan a todo. He ido al psiquiatra para decirle que si puede hacer unos informes para que le den tratamiento o que yo se lo lleve de mi casa… Nunca hay respuesta, ahí nunca hay respuesta. Allí le dan unas pastillas que dicen que es para relajarlo, pero que mi hijo no sabe lo que es y el tratamiento que él necesita nadie se lo da.
Ahora tampoco se lo dan y está peor, porque se puso a beber y dejó el tratamiento y nada más que tomaba una pastilla que, con la bebida, es una bomba. Yo se lo dije a su médica pero me dijo que se ponía en la puerta del consultorio a formarla y que se lo tenía que recetar. Yo le dije que era una bomba, que se lo tomaba con bebida, ella me dijo que para la bebida había otros sitios... ¿Dónde lo meto?
¿Se ha quejado su hijo alguna vez del trato que recibe en la prisión, ha sufrido malos tratos o se han vulnerado sus derechos, como mandarlo a una prisión alejada de su medio familiar?
Malos tratos mi hijo ha pasado muchos. En Sevilla I me dijo un médico: “Tome usted este papel, y si puede venir un médico aquí a ver a su hijo, que venga, señora, porque yo lo que he visto es canallesco; eso no se le hace a una persona. Yo cuando entré y vi a su hijo, su hijo estaba chorreando en sangre, de los palos que le habían dado, porque se peleó con un funcionario”.
Ya ha tenido dos (peleas) con un funcionario. El otro día iba con una mano vendada y cojeando y le había dicho a su hermano que se había peleado con un funcionario porque fue a pedir una instancia y metió la mano por una ventanilla para coger el papel y el otro le retorció la mano y se iba quejando y le dio dos patadas y lo han mudado de patio...
En Huelva, en Madrid, porque cada vez que tiene una pelea lo trasladan de prisión. Ahora lo van a trasladar ya mismo, por las dos peleas.
Yo he ido a verlo hasta cerca de los Pirineos, que hablamos con un sitio para quedarnos porque hasta el día siguiente no podíamos ir a verlo, que pasamos un frío. Por Badajoz, luego a Puerto I, Puerto II, se lo llevaron a Sevilla, luego a Morón. Me han tenido rodando por toda España de prisión en prisión, haciendo noche por ahí, que perdía hasta los trenes, trasbordos. Yo he pasado mucho y de la mayoría mi hijo ni se ha enterado.
En Puerto I, con el primer grado, allí nos desnudaban, en un cuarto, la funcionaria te desnudaba, yo he pasado mucha vergüenza. De ahí ya pasó a Sevilla y luego en libertad, la primera vez que salió, llevaba casi 17 años…
¿Ha trabajado Paco dentro de prisión?
Sí, de cuando estuvo por ahí yo tengo en mi casa una estantería de madera, preciosa y para mi cocina me hizo los accesorios: el salero, la panera, todos los ceniceros… y a mis hijas les hizo las estanterías, mi vecina tiene dos cuadros hechos por él. Mi hijo tiene una manos divinas para dibujar, lo que pasa es que su cabeza muchas veces no le cuadra, se arrepiente. A lo mejor está haciendo algo y lo tira, le dan esos cambios de humor.
¿Cómo ha sido su vida cuando ha salido de prisión? ¿Has recibido ayuda de la administración?
El médico me dijo que la solución era denunciarlo porque en la calle no puede estar, que él me daba un informe para el juez. Estoy cansada, no me dan ninguna solución, ya hemos ido a un centro, a otro y nada. El doctor me dice que la solución que hay es la cárcel, pero que antes de entrar tiene que cometer algo, y que tuviera yo mucho cuidado porque mi hijo tiene una fijación conmigo, con que yo lo tengo abandonado, que soy una perra… todo lo que cuente es poco, me ve por la calle y parece que ve al demonio.
Cuando le ha pasado lo último yo fui la primera que me quise enterar de lo que le pasaba: que lo habían tirado al canal, que le habían pegado y yo fui a enterarme. Él a quien llama es a mí, a las hermanas no las puede ver, las pone como los trapos y cuando las ve les dice: “Échale cuenta a la vieja, que está sola”.
"La solución que hay es la cárcel"
La mayoría de los presos con trastornos o enfermedades mentales se encuentran en prisión porque no existe ningún otro recurso comunitario para ellos. Su paso por un ambiente tan duro, a cuyas severas normas no pueden adaptarse, agrava en prácticamente todos los casos sus patologías. En vez de ser tratados de forma adecuada a su enfermedad, en lugar de dispensárseles un tratamiento integral en un ambiente adecuado, se les castiga y sanciona disciplinariamente por el hecho de estar enfermos. La prisión, por tanto, se convierte en un sustitutivo contraproducente para estas personas ante la inexistencia de recursos asistenciales, lo cual evidencia el gran fracaso que como sociedad tenemos en el tratamiento de las enfermedades mentales.