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Los alcornoques centenarios de Doñana se mueren de un “infarto fulminante” y todavía no se sabe muy bien por qué

El alcornoque de la Imperial de Doñana murió el pasado otoño.

Antonio Morente

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“Cuando ocurre es como un infarto fulminante”. No es el único símil que utiliza Ricardo Díaz-Delgado, investigador de la Estación Biológica de Doñana, pero sí el más gráfico para explicar lo que le está pasando a los alcornoques (muchos de ellos centenarios) y pinos de este espacio natural. Un problema que se ha disparado de un tiempo a esta parte, que fulmina los ejemplares “de la noche a la mañana” y al que todavía no se ha encontrado una explicación, aunque a la hora de la verdad pueden ser varias: sequía extrema, bajada del nivel del acuífero, invasiones de insectos...

El problema se dio a conocer de manera más general cuando en noviembre cayó uno de los árboles con nombre propio de Doñana, el alcornoque de la Imperial, llamado así porque el águila imperial anidaba en él. El ejemplar estaba ya muy debilitado y las tormentas de otoño acabaron por tumbarlo, ayudando a ponerle un megáfono a la alarma que ya venía sonando.

Lo cierto es que Díaz-Delgado, responsable desde 2002 de todo lo referente al paisaje en el parque, viene asistiendo a este “decaimiento general” de muchos árboles sobre todo desde hace un par de años, lo que se traduce en que cada vez hay más manchas grises en un mar vegetal que tendría que ser más verde. “El declive se está acelerando y multiplicando”, afectando especialmente a un alcornoque que es “la especie vegetal más icónica de Doñana”. De vida larga, ofrece sustento a muchos animales, sirve de posadero y refugio de aves y aporta bellotas que son “esenciales” para este ecosistema.

No hay respuestas sencillas

Lo que está ocurriendo se ha plasmado en el último informe científico de este enclave natural, que analiza su situación en 2023 y en el que se apunta que se ha constatado “una alta mortalidad de alcornoques”. “Los alcornocales representan una de las principales preocupaciones de conservación en Doñana, donde son una especie clave”, subraya el estudio, que incide en que “las tasas de reclutamiento han sido bajas durante décadas y los árboles viejos que quedan están sujetos a una mortalidad creciente”.

¿Y por qué ocurre esto, qué les está pasando? “En el ámbito natural las preguntas no tienen respuestas sencillas”, señala Ricardo Díaz-Delgado, que no obstante considera que “la falta de agua es el principal sospechoso”. Aquí hablamos de lluvias muy escasas en los últimos años –el parque atraviesa el periodo seco más prolongado desde que se creó hace más de medio siglo– pero también de “una bajada del acuífero por falta de recarga”. Una situación en la que comparten culpas la sequía y la sobreexplotación del recurso.

A este cóctel habría que añadir un aumento de temperaturas que tiene a las especies vegetales con “los ritmos fenológicos totalmente alterados”, lo que se traduce por ejemplo en una floración cada vez más temprana. Todos estos efectos vienen a ser como el catálogo de consecuencias del cambio climático, pero la cosa no queda ahí, ya que hay que hacer sitio a la seca del quercus presente hace ya años, a la aparición de microorganismos microscópicos, a insectos como el escarabajo perforador de madera y hasta a una especie invasora como es la hormiga argentina.

Estado de debilidad general

Dentro de que “la clave ahora mismo es que falta agua”, el foco se ha puesto en ejemplares que hasta ahora podían estar soportando todos estos problemas gracias a que mantenían contacto con el acuífero, pero el descenso del nivel freático les habría dado la puntilla. “El árbol está captando nutrientes y agua continuamente, pero si no hay agua de repente es como a una tubería a la que le entra aire”, y el individuo entra en barrena. El diagnóstico general es que los individuos están muy debilitados por todos estos factores, y ahora la falta de agua se encarga de rematarlos.

El pino piñonero es hoy la especie dominante en el espacio natural, pero los alcornoques son “muy simbólicos” porque identificarlos y utilizarlos como testigos del estado del entorno fue de las primeras cosas que hizo el biólogo José Antonio Valverde, el padre de Doñana, cuando se creó la reserva biológica con sus primeras 6.000 hectáreas. Esto ha permitido certificar un creciente mal estado que se ha acelerado desde 2022, cuando “se empezaron a ver cada vez más alcornoques defoliados y con síntomas de decaimiento”, a lo que se une que muchos de los ejemplares jóvenes que se introducen no superan el primer año de vida.

Otro punto de seguimiento es la Pajarera, donde había árboles con hasta 300 nidos de garzas, cigüeñas y espátulas. De repente, en 2018 se fueron de allí, lo que mejoró mucho las copas de unos alcornoques muy castigados, pese a lo cual hay ejemplares que se están viniendo abajo y están muriendo. Un problema, Díaz-Delgado, que también están sufriendo pinos, sabinas y, en general, los árboles de mayor porte y mayor dependencia de las aguas subterráneas.

De hecho, todos los ecosistemas de Doñana están sufriendo “el cambio climático y una falta de agua lleva a una situación de colapso”. ¿Y qué se puede hacer para revertir esta creciente muerte de alcornoques? “Nosotros ofrecemos propuestas para la conservación, pero poco podemos hacer cuando no hay disponibilidad de agua, es muy complicado actuar”, reconoce, mientras recuerda que trabaja en este espacio natural desde 2001 y que entonces vivió Doñana “en todo su esplendor. Ahora está cada vez peor y es muy desmoralizante”.

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