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Lee Miller, la surrealista que retrató Andalucía tras las huellas de su amigo Picasso

Lee Miller junto a Pablo Ruiz Picasso.

Alejandro Luque

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Lee Miller (Poughkeepsie, estado de Nueva York, 1907- Chiddingly, Reino Unido, 1977) es una de esas artistas cuya obra compite en interés con su propia peripecia biográfica, llena viajes, intensos amores y momentos de creatividad desbordante. De todo ello da fe la exposición Surrealista. Lee Miller que se inaugura hoy en la sede almeriense del Centro Andaluz de Fotografía, donde permanecerá abierta al público hasta el 16 de junio. Una amplia muestra de su producción que incluye piezas nunca vistas antes en España, en concreto las de un curioso periplo en Andalucía a mediados de los años 50.

La exposición coincide con el centenario del Manifiesto surrealista, y no en vano trata de reivindicar la filiación de la estadounidense con este movimiento estético, “incluso cuando ejerció el fotoperiodismo”, subraya la comisaria de la muestra, Vittoria Mainoldi. Cabe recordar que Miller, que en su temprana juventud fue una de las modelos más cotizadas de Nueva York, se trasladó en 1929 al efervescente ambiente artístico de París para iniciarse como creadora. Man Ray, que empezó rechazándola como discípula, acabó teniéndola como musa, amante y colaboradora, y no tardó en destacar en los círculos artísticos de la capital francesa.

No obstante, su único hijo, Anthony Penrose, presente en la inauguración en Almería, subraya que “mucha gente cree que mi madre estuvo a la sombra de Man Ray, pero por lo que sabemos de la correspondencia entre ambos es que siempre fue una relación entre iguales. Prueba de ello son los descubrimientos que lograron juntos”, comenta. Además, Penrose recuerda que “poco tiempo después de llegar a París, sus fotografías ya se publicaban en la edición americana de Vogue. Cualquier fotógrafo sabe lo difícil que es publicar en un medio en un tiempo tan corto”.

Una forma mental

Para Mainoldi, la explicación es sencilla: aquella chica rodeada de grandes artistas “era también una artista desde el principio”, asevera. Y el influjo surrealista la acompañó mucho después de abandonar la bohemia parisina. “Man Ray era un hombre pasional, muy posesivo, fue una historia complicada, pero dejó su huella. Cuando regresa a Estados Unidos y se convierte en una fotógrafa famosa en el mundo de la moda, ese ojo surrealista sigue ahí. Podemos verlo en la exposición, por ejemplo, en la foto que hace para anunciar productos Garlene”.

Pero también se nota esa influencia en otro tipo de instantáneas, como las que toma en Egipto después de contraer matrimonio con el empresario e ingeniero de dicho país Aziz Eloui Bey, que había viajado a Nueva York para comprar equipos para la Compañía Nacional de Ferrocarril de Egipto. Instalada con él en El Cairo, realizó fotografías “en las que los paisajes están impregnados de esa estética, porque para ella el surrealismo no era una corriente, sino una forma mental”, añade la comisaria.

Aburrida de la vida cairota, Miller vuelve a París en 1937 para conocer a quien sería su futuro marido, el crítico y coleccionista de arte Roland Penrose. Juntos se instalaron en Hampstead cuando la Segunda Guerra Mundial. Sin dudarlo, Miller se lanzó a ejercer como corresponsal para Vogue, siendo testigo de episodios tan impactantes como el Blitz, la liberación de París o la batalla de Alsacia. Acudió a Saint Malo para reportar la liberación de la ciudad, pero tal cosa no había sucedido y se vio en primera línea de fuego, llegando a fotografiar el asedio con napalm de la ciudad. Se asomó al horror de los campos de concentración con la liberación de Buchenwald y Dachau, y fotografió el incendio de la casa de Hitler en Baviera en 1945.

En casa de Hitler

Una célebre fotografía de su compañero y compatriota David E. Sherman la muestra en la bañera del apartamento de Adolf Hitler en Múnich, con sus botas delante manchadas con la tierra de Dachau ensuciando deliberadamente la alfombrilla. Miller admitiría más tarde que después se bañó en la bañera y durmió en la cama de Hitler y Eva Braun. “Incluso en aquellas circunstancias mantuvo una actitud surrealista, también en los pies de foto, como cuando retrata una máquina de escribir machacada por un bombardeo y la titula Remington silent (Remington silenciosa).

La vida familiar parecía haberla apartado de la fotografía temporalmente, y eso pareció ayudarla también a superar el estrés postraumático de la guerra. Pero en 1954 Roland Penrose empieza a trabajar en una biografía de Picasso, a quien Miller había conocido en la intimidad, y deciden viajar por Andalucía en busca de impresiones que pudieran ayudar en el proyecto.

“Aunque habían coincidido antes, se conocieron en 1937”, recuerda Anthony Penrose. “A Picasso le fascinaba Lee, era hermosa, tenía una personalidad muy fuerte y era un espíritu libre. Le gustó tanto, que en una semana le hizo un retrato cada día, de modo que existen seis retratos de ella”. La siguiente vez que se vieron fue justo tras la liberación de París, y hay una fotografía en que aparecen ambos abrazados y mirándose con complicidad. “Lee recordaba que Picasso había exclamado: ¡Es increíble que el primer soldado que veo tras la liberación sea una mujer, y que además seas tú!’”

Morder a un inglés

La amistad se mantuvo a lo largo de los años, y quedó reflejada en numerosos retratos que también Miller hizo a Picasso. Pero el viaje andaluz tras las huellas del genio malagueño tuvo algo especial. Málaga y Granada son las provincias elegidas para proyectar esa mirada que, ya sea proyectada sobre los carteles de cine pegados en las puertas despellejadas o en la magia de una Alhambra nevada, conservan esa poética que es una constante en toda la producción de la neoyorkina. “En su viaje por Andalucía volvió a ponerse de manifiesto esa increíble personalidad que tenía. Era una gran facilitadora, tenía esa habilidad para meterse en cualquier ambiente y ganarse a la gente”, apunta su hijo.

En estas piezas, además, la artista y la periodista ceden cierto espacio a la documentalista, se ponen al servicio del trabajo de su marido, quien por cierto era también un gran apasionado del surrealismo. “Tenían una idea bastante similar del movimiento, pero a ella no le interesaba tanto la teoría como llevarlo a cabo. Fue surrealista en América antes de que el surrealismo fuera acuñado como término allí. Quería decidir sobre su vida desde su propio punto de vista, y no el que otros quisieran imponerle”.

Las memorias de Anthony Penrose llevan por título El niño que mordió a Picasso, y toman su título de un encuentro real que no se resiste a contar cada vez que le preguntan. “Es cierto que le mordí. Vino a vernos a nuestra granja en Sussex y quedó fascinado por un gran toro rojizo que teníamos allí. Le rascó la nariz al animal y se hicieron amigos. Luego me propuso el juego de que yo le embistiera como un toro y el hiciera de torero usando su chaqueta como muleta. Era muy rápido y cada vez que estaba a punto de pillarlo, me esquivaba y yo me estrellaba contra la pared. Hasta que decidí cambiar de estrategia y, en un momento de distracción, le mordí una mano. Él me devolvió el golpe y luego dijo: «Eres el primer inglés que muerdo»”.

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