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Sierra Bermeja: lecciones de un recorrido por tierra quemada

Un fotógrafo, en la carretera entre Estepona y el puerto de Peñas Blancas

Néstor Cenizo

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Son las 12 del mediodía y al puerto de Peñas Blancas no dejan de llegar visitantes de todo pelaje. Una pareja de la Policía Local de Estepona; ciclistas que recorren con la lengua fuera el asfalto que ahora serpentea entre el gris de la ceniza mojada; tres parejas de cincuentones, descapotable y mocasines alguno de ellos, que eligen la tierra quemada para reencontrarse: después de lamentar, celebran con risas y abrazos que vuelven a verse.

El epicentro del incendio que atenazó Sierra Bermeja es una pasarela de curiosos que se acercan al lugar, quien sabe si movidos por el morbo, el postureo, la compasión, las ganas de ayudar o, simplemente, para comprobar por sí mismos la desolación inmensa de un paraje quemado.

Contemplan la escena siete u ocho agentes del INFOCA, más divertidos que preocupados ante la previsión de que el fin de semana el chorreo de curiosos se intensifique. Ellos forman parte del dispositivo que se mantiene sobre el terreno para refrescar la tierra, detectar puntos calientes y extinguir cualquier conato que amenace con reavivar el fuego, que ha afectado a unas diez mil hectáreas de monte.

El de Peñas Blancas es el único retén que encontraremos en más de seis horas. Alguno de sus integrantes está en la sierra desde el jueves 9, cuando se declaró el incendio. Ocho días después, la tierra todavía está caliente. En varios puntos del recorrido se observan chimeneas, alguna de ellas junto a zonas verdes y, por tanto, aún inflamables. “Ayer estuvimos apagando tocones, salían las botas ardiendo. Empapas, sobre todo en la línea que pega al verde, pero es mucha profundidad”. Un compañero explica que, en algunas zonas, bajo las cenizas, hay dos metros de biomasa. “El que prendió, lo hizo a conciencia”, lamenta otro.

En estas llegan impetuosos tres o cuatro jóvenes en una furgoneta blanca: “Buenas tardes, ¿son ustedes políticos de la zona?”, pregunta un hombre al grupo de ecologistas y vecinos. “¡Queremos ayudar! ¿Con quién podemos hablar?”, insiste, casi desesperado. Estos días hay quien deja en los arcenes manzanas, uvas, zanahorias para los jabalíes y las cabras montesas. Ellos acaban de crear un grupo de Whatsapp en el que ya no cabe nadie más (son 200). Han reunido material sanitario para atender a los animales, agua, comida. “Tenemos un camión con 20.000 kilos de heno y paja. 50 sacos de grano”, anuncian. Solo quieren saber con quién han de hablar para que su esfuerzo bienintencionado no sea un problema. Saben que no pueden pisar la zona quemada. Que deben recoger los recipientes del agua que dejen. Que las alpacas de paja, mejor no: cada árbol sediento es ahora una cerilla inflamable.

“Ejemplo de lo que no se debe hacer”

Por la tarde será el momento del desfile político. Juanma Moreno, presidente de la Junta de Andalucía; Carmen Crespo, consejera de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente; Francisco Salado, presidente de la Diputación; Patricia Navarro, delegada del Gobierno de la Junta en Málaga, se pasean por la zona para ver cómo ha quedado y hacer anuncios. Han quedado con los dueños de algunas explotaciones agrarias. También con un cabrero de la zona, el único que queda en Jubrique. Algún vecino ha declinado la invitación de participar en un encuentro televisado con las autoridades: si es en diferido no le interesa porque, dice, no van a emitir todo lo que les diría.

El presidente anticipa que pedirá la declaración de zona catastrófica. El incendio ha afectado a 9.640 hectáreas, casi todo monte público, y 54 explotaciones agrícolas y ganaderas (con un total de 160 hectáreas, el 90% de ellas de castaños), según los datos preliminares. “No hay nada peor que prometer dinero sin saber qué hacer”, comenta con ironía el ecologista Juan Clavero.

Pero aún hay que escribir la letra pequeña: distinguir qué superficie es zona quemada y qué es zona afectada. Esta distinción tendrá efectos económicos. No todo ha quedado arrasado: la orografía del terreno, abrupta y escarpada, las rachas de viento cambiante o la propia dinámica anárquica de un incendio “con vida propia” (según quienes lo extinguieron) salpica la negrura de islas de verde y marrón. En cambio, allí donde el pino no tenía competencia el paisaje solo ofrece una gama de grises.

“Esto es ejemplo de lo que no se debe hacer”, opina Juan Clavero, portavoz de Ecologistas en Acción en Cádiz. “Mira allí: es un continuo de pinos. Esos cortafuegos no sirven; los cortafuegos lineales pasaron a la historia porque el fuego se los salta”, explica. “Hace falta que no haya una continuidad de la masa forestal, algún clareo, zonas de pastizal, reducir en ciertas zonas la densidad del pino y el matorral, que es el que transmite el fuego”.

A su lado, Francisco Casero asiente. Desde Fundación Savia llevan años reclamando a la Junta de Andalucía la actualización y aplicación del Plan Forestal Andaluz, que el propio Casero contribuyó a alumbrar en 1989. Fue, explica, un plan pionero y ambicioso. “El problema es que no se ha cumplido”, protesta. “El Plan Forestal Andaluz y la Ley de Incendios Forestales son acuerdos no del Consejo de Gobierno, sino del Parlamento de Andalucía. Son ley, y la ley hay que cumplirla, la administración la primera. Si la administración no cumple el plan forestal, ¿qué le puede pedir luego a los administrados?”, se pregunta Juan Terroba, propietario de la finca La Algaba y miembro de la Asociación Silvema.  

Echando en falta los aprovechamientos del monte

Para recorrer la zona, los ecologistas han quedado con vecinos del lugar. El río Almáchar, afluente del Genal, separa el monte público (un terreno pobre por la toxicidad de la peridotita, y donde paradójicamente se dan una asombrosa cantidad de endemismos) de las propiedades privadas, en la que abundan las fincas de castaños. Es en la linde donde el fuego se ha detenido.

Chico Boza tiene su casa y una finca en el término de Jubrique. El fuego paró 500 metros. Al incendio de julio, provocado por una chispa del motor de una plantación de marihuana, lo detuvo a una distancia parecida el cortafuegos natural de una vereda en la que pastan las cabras del único ganadero del pueblo. “El ganado reduce las posibilidades de extensión del fuego. Hemos visto pinares llenos de aulaga, que es lo que más arde. Si no se puede meter ganado se va a llenar de aulagas y se va a densificar otra vez el bosque”, advierte Clavero. Pero la ganadería extensiva sigue siendo la gran olvidada de los grandes planes. En Andalucía apenas recibe un pago básico de 60 euros por cada hectárea admisible, mientras que en Italia reciben 229 euros y en Grecia llegan hasta los 258 euros, según los datos recopilados por Fundación Savia.

Los ecologistas también lamentan la falta de diversidad vegetal. Los mosaicos en los que se alternan los pinos, un árbol esencialmente pirófilo, con otras especies más resistentes al fuego, como el alcornoque o el castaño, retardan y favorecen la interrupción del fuego.

Estos días se repite la importancia de que la población cuide su monte. Para eso, es imprescindible que pueda aprovecharlo. Pero los seis pueblos desalojados (Júzcar, Pujerra, Faraján, Alpandeire, Jubrique y Genalguacil) apenas suman 1600 vecinos. La Costa del Sol lleva décadas actuando como un sumidero de los recursos de la sierra, donde, más allá de la castaña, apenas hay trabajo. Una producción sostenible de madera habría contribuido a reducir la densidad del pinar y generaría empleo, pero la serrería de Algatocín cerró hace años. “Cuando dicen que los ecologistas tenemos algo de culpa porque no queremos que se toque nada, pueden tener algo de razón”, admite Clavero. “No puede haber kilómetros de pinar sin algún aprovechamiento o discontinuidad. Hay que replantearse si queremos un bosque virgen para que ocurra esto, o un bosque que dé producto y afiance la población local”.

La huella del fuego

La huella del incendio se ve de lejos. Se divisan los parches negros desde la autovía del Mediterráneo, a cuarenta kilómetros de su origen, en una vaguada junto al puerto de Peñas Blancas. A cuatro kilómetros de la cima está el pinsapar de Los Reales, de unas 53 hectáreas de extensión y único en el mundo porque crece sobre peridotita, una roca tóxica y relativamente joven (unos veinte millones de años) que emerge del manto terrestre. A diferencia del pino, el pinsapo no rebrota si se quema, porque su piña se abrasa. Los bomberos y la lluvia salvaron in extremis el pinsapar, el gran tesoro que esconde Sierra Bermeja.

Una carretera desciende desde el puerto hacia Genalguacil; otra, hacia Jubrique. De este camino sale una pista forestal que recorre los escenarios del desastre, de configuración irregular. El fuego que subía por las laderas arrasó con casi todo; de bajada, lo tuvo más difícil. No es raro ver copas verdes junto a superficies calcinadas, efecto de un viento loco o de otro azar. Eucaliptos y pinos pinaster son los más afectados. Amplias zonas de pinus radiata, densamente repobladas en el pasado, contribuyeron probablemente a acelerar el fuego. Los alcornoques resistieron mejor el embate. Los pinos menos afectados brillan: es el efecto de sudar resina. Por último, están los castaños, que han ejercido de cortafuegos.

Junto a la pista forestal, una ironía: un cartel con las banderas de la Junta de Andalucía y la Unión Europea informa de “actuaciones preventivas frente a incendios forestales”. Si se ejecutaron, no fueron suficientes para contener el fuego. El cartel está impoluto, pero a su alrededor se observa la huella de las llamas.

El fuego se llevó también el rumor del bosque. La desolación también está hecha de puro silencio. No se oye nada en la vaguada calcinada junto a la carretera que sube desde Estepona. Hasta que un pájaro, uno solo, rompe el silencio con un trino, y luego otro, y otro.

Los pinos renacerán pronto: en primavera, a más tardar, según vaticinan quienes de esto saben. La zona ya se recuperó de otro gran incendio en 1991. Los pinos jóvenes que se plantaron entonces son los que han ardido ahora. “El bosque mediterráneo hace dos días que se ha quemado y ya la vida empieza a surgir. Ya están saliendo de los refugios las lagartijas, las hormigas están recogiendo todo lo que pueden, las piñas se están abriendo”, dice Pablo Aragón, de la Plataforma Sierra Bermeja Parque Nacional, mientras muestra imágenes nocturnas de un pinsapo recortado contra la vía láctea, de un zorro, de un lagarto bético. Los tomó un par de días antes de que todo ardiera.

“Hay una parte positiva, la cantidad de islas de vegetación que han quedado vivas. Son semilleros que extenderán los pinares”, apunta Clavero: “Pero si volvemos a no hacer nada, nacerán más densos todavía, se reproducirá el problema y el siguiente incendio volverá a entrar por una punta de Sierra Bermeja y saldrá por la otra”. El monte volverá. El objetivo es que no vuelva a esfumarse como hace una semana.

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